Lejos de la intención de este cronista de resaltar los méritos o deméritos cinematográficos de la producción anglonorteamericana Civil war que desde mitad de mediados de abril se proyecta en las pantallas españolas, firmas mucho más autorizadas que la mía deben ejercer y de hecho han ejercido esa función.
Pero sí quería efectuar una crítica al trasfondo histórico y político que destila la película, un hipotético y apocalíptico enfrentamiento armado convencional entre dos zonas del país, en definitiva una guerra de secesión con todas las de la ley, una puesta al día de la que enfrentó a la Unión y a la Confederación entre 1861 y 1865 y que causó, conviene recordarlo, unos 600.000 muertos en una población total que apenas excedía por aquel entonces los 31 millones de habitantes.
En un pueblo tan armado, que la polarización degenere en violencia física en EE.UU es un riesgo
Es cierto que la polarización política se ha agravado tanto en EE.UU. en los últimos treinta años que en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre en una cuarentena larga de estados casi no valdría la pena votar, dado ese peculiar sistema electoral que excluye la proporcionalidad intraestatal. Hay estados que no votan a un candidato demócrata a la presidencia desde 1964, cuando una mayoría del actual pueblo estadounidense aún no había nacido. La hegemonía demócrata en los llamados estados azules es más reciente, pero igual de abrumadora; California no vota a un candidato republicano a la presidencia desde que se decantó por George Bush padre en 1988.
Sin embargo, una cosa es ver al adversario político como una persona que está en su perfecto derecho de disentir frontalmente del pensamiento propio y otra muy distinta considerarlo, por los unos, como un no verdadero estadounidense, y por los otros, como un ignorante pseudofascista, en un ambiente de odio y resentimiento mutuos espoleado en gran medida por las redes sociales.
En un pueblo tan fuertemente armado como el estadounidense, que la polarización degenere en violencia física es un riesgo cierto, pero no de la guerra convencional con tanques, helicópteros, metralletas y granadas de mano que parece sugerir la película Civil war , sino más bien de que una algarada como la que se produjo en el Capitolio de Washington el 6 de enero del 2021 tenga consecuencias mucho más letales, alentando una espiral acción reacción de resultados imprevisibles. Parece habérsenos olvidado, pero en aquel día fatídico las vidas de las por entonces segunda y tercera autoridad del país –el vicepresidente Mike Pence y la presidenta Nancy Pelosi– corrieron serio riesgo.
El 19 de abril de 1995 dos ciudadanos estadounidenses volaron con un coche bomba un edificio federal en Oklahoma City y mataron a 168 personas e hirieron a cerca de 700, el atentado terrorista más grave de la historia en suelo norteamericano, solo superado posteriormente por los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono de septiembre del 2001. Uno de los artífices de la masacre, Timothy McVeigh, juzgado, condenado a muerte y ejecutado, nunca se arrepintió y justificó su acción como una venganza contra el Estado federal, así en genérico. Mucho antes, en mayo de 1970 y en el marco de las protestas generalizadas contra la guerra del Vietnam, la Guardia Nacional de Ohio abrió fuego indiscriminadamente y mató a cuatro estudiantes indefensos en el campus de la Universidad de Kent State.
Ahora que se están viviendo encierros y altercados en diversas universidades norteamericanas como consecuencia de la contienda en Gaza, causa escalofríos pensar lo que podría suceder en el caso de una represión desproporcionada por parte de las fuerzas de seguridad alentada por un futuro gobierno autoritario en Washington DC. Afortunadamente, estamos hablando de un Estado federal muy descentralizado, pero también de un país altamente polarizado. En definitiva, no es nada probable una guerra civil convencional con fuerzas militares perfectamente definidas y organizadas, pero sí es desgraciadamente posible una secuencia de tragedias o hechos luctuosos de origen político y de consecuencias que son absolutamente imprevisibles.