Los monjes laosianos de túnica naranja llevaban dos siglos esperando el tren. Así que, cuando este se presentó en Luang Prabang, a 160 kilómetros por hora y con caracteres chinos, le perdonaron que no fuera otra ilusión.
Han pasado un par de años y la sacudida del progreso con características chinas ha sido bien encajada en Laos. Un país aletargado y de perfil que sirve de amortiguador entre vecinos poderosos. Los billetes desde esta antigua capital balsámica y afrancesada de Luang Prabang y la ensoñarrada Vientián se ponen a la venta con tres días de antelación y se agotan en cuestión de horas. Y eso que, técnicamente, es una línea de altas prestaciones más que de alta velocidad.
Como tantas cosas en la historia de Laos, empezando por su improbable existencia, el Ferrocarril China-Laos parece caído del cielo. Como hoy el parapente y los globos aerostáticos sobre las montañas de algodón de Vang Vieng, línea abajo. O, como ayer, los B52, con órdenes de descargar sobre los campos de Laos las bombas que no habían tenido tiempo de lanzar sobre Vietnam, antes de regresar a Tailandia.
El tren ha reducido a una hora un trayecto que antes duraba cuatro o cinco por carreteras de curvas. Menos ahorro -luego hasta asientos vacantes- se observa en el trayecto entre la panorámica Vang Vieng -en perpetua reconversión desde que fuera meca fiestera de mochileros con la mala costumbre de ahogarse y ahora de deportes de aventura- y Vientián, donde compite con la autopista y los billetes de autobús baratos.
En sentido contrario, hacia el norte, la línea enlaza con la red de ferrocarril de la provincia china de Yunnan al otro lado de Boten. Un municipio laosiano que surgió de la nada hablando en chino al calor de los casinos para chinos- y regresó a la oscuridad -por la cruzada anticorrupción de Xi Jinping- antes de resucitar de nuevo con el tren.
Todo un milagro para un pueblo, el laosiano, para el que el ferrocarril era casi un sueño (la colonización francesa explotó durante unos años un tramo de apenas siete kilómetros en el sur para salvar unas cascadas del Mekong).
Pero los laosianos no se hacen ilusiones. Saben que su país no es el premio gordo para China. Son apenas el eslabón débil -o por lo menos fácil- en un proyecto mucho más ambicioso -y muy anterior a las Nuevas Rutas dela Seda- para conectar la provincia china de Yunnan con todas las capitales de Indochina, hasta Kuala Lumpur y Singapur, a través de tres ramales que convergerán en Bangkok. El que atraviesa Laos es el central, pero habrá otro a traves de Vietnam y Camboya (avanzado) y otro a través de Birmania (atrasado).
De lo visto en Laos se deduce que las estaciones de tren que deja China son panópticas como una cárcel. Todo está a la vista. No hay fuentes, pero hay máquinas que expenden gratuitamente agua hirvienda-ni fría, ni tibia- pensada para los fideos instantáneos o el té. Las tiendas ofrecen chucherías chinas, como patas de pollo, en ardua competencia con los excelentes aperitivos laosianos de ñame, boniato o arroz. Al fin y al cabo, la mitad del pasaje son sonrientes y ruidosos turistas chinos. La cerveza, eso sí, tenía que ser Lao.
Laos, el vecino pobre de Indochina -junto a Camboya y Birmania- tiene ahora unos trenes que son la envidia de Tailandia, donde no hay ninguno remotamente tan moderno ni tan rápido (de hecho, todavía circulan trenes con asientos, suelo, paredes y techo de madera). Una colleja al gobierno tailandés -ahora nuevamente con un civil al frente- finalmente decidido a completar el tramo hasta Bangkok en algo más de cinco años, tras mucho ponderar su equidistancia entre Estados Unidos y China. Singapur escenifica su desinterés, pero poco importa, si Malasia -altamente interesada- lleva la línea hasta sus mismas puertas.
Sobre el papel, Pekín ha asumido el 70% de la inversión y Vientián deberá hacerse cargo del 30% restante. Un regalo, realidad, para el Partido Revolucionario Popular Laosiano, el partido único, que no ha enterrado ni su nombre ni sus símbolos -a diferencia de lo sucedido en Camboya- pero tampoco puede decirse que los luzca. Se ven pocas banderas con la hoz y el martillo, símbolo del partido, y todavía menos monumentos revolucionarios. Laos parece ser el menos comunista de los países comunistas. Con el permiso de China, claro está, país límítrofe co todos ellos -no por casualidad- excepto Cuba.
Un agente de viajes laosiano, que prefiere no dar su nombre, comenta la gran cantidad de inversores chinos que están adquiriendo tierras en Laos -algo teóricamente prohibido a los extranjeros- a través de hombres de paja. Aunque fue más al este donde el agente naranja hizo estragos, el estado de bosques y campos de labor es de lo más desangelado durante el trayecto. Parece que el "agente rojo" no demostró ser particularmente fértil.
En Vientián no hubo dinero para construir nada bonito, pero sí para derribar la mayor parte de lo colonial y antiguo (quizás porque a menudo era vietnamita o chino, siendo los laosianos minoría en esta y otras ciudades). En la real Luang Prabang, en cambio, no hubo dinero para nada y eso la salvó. Eso y su nombramiento como ciudad patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO.
Antes de que los tailandeses hablaran de "diplomacia del junco", los laosianos ya sabían doblarse, sin romperse, ante sus vecinos. Son conscientes de que China es un coloso imparable, algo que, dada la diferencia de escala, no provoca excesivos resquemores. China es el primer socio comercial, aunque los inversores vietnamitas y tailandeses son también muy activos, seguidos de los malayos. Mientras que Occidente mantiene parte de su influencia a través de una multitud de ONG -a la sombra de las organizaciones internacionales- en uno de los países con mayor inversión humanitaria per cápita (que va aparejada, en Vientián, con un vistoso parque móvil de 4x4).
Han sido 5.300 millones de euros para el tramo laosiano del millar largo de kilómetros que media entre Kunming y Vientián. Esta es, por añadidura, una de las capitales más vulnerables del mundo, con el único aeropuerto en que se entra en espacio aéreo extranjero a los pocos segundos de despegar.
En cualquier caso, la afinidad cultural -no sin un punto de recelo- está con Tailandia, cuya producción audiovisual es consumida ávidamente en Laos en versión original. No en vano, el laosiano y el tailandés estándar son lenguas tan cercanas como el castellano y el portugués. Y, de hecho, en Laos y el nordeste de Tailandia (Isan) se habla prácticamente la misma lengua, de donde sale la broma de que Laos está deshabitado porque la mayoría de laosianos viven en Tailandia (excepto los descendientes de decenas de miles de hmong -el 40% de los laosianos son montagnards con otra lengua materna- que fueron mercenarios de EE.UU. durante la "guerra secreta" paralela a la guerra del Vietnam y rehacieron sus vidas al otro lado del Pacífico.
La afinidad es con Tailandia, tierra de oportunidades laborales que sin embargo les mira por encima del hombro -por su relativo atraso y supuesta lentitud- como hace con muchos de sus propios ciudadanos. Pero esta tremenda cercanía a los siameses es a su vez la mayor amenaza a la independencia e integridad de Laos, con pérdidas territoriales -apoyadas en su día por el Japón imperial- que solo fueron subsanadas tras la Segunda Guerra Mundial.
Por todo ello, ara el gobierno laosiano, el gran aliado político es Vietnam, el otro vecino turbocapitalista con un partido comunista al volante. “Vietnam nos protegió”, asegura un taxista que, como en todos los países de partido único, no consiguió su licencia por casualidad.
En el humilde Laos, hoy el tren circula a mayor velocidad que en cualquier otro país del sudeste asiático, con la excepción de Indonesia, donde China exportó su primer tren de alta velocidad el año pasado, entre Yakarta y Bandung. El Ferrocarril China-Laos es limpio, funcional, puntual y relativamente cómodo. Y aunque une a dos países comunistas, hay clases. Segunda y tercera.
Laos busca el equilibrio entre la influencia económica china, la política de Vietnam y la cultural y social de Tailandia, salida natural de su emigración. En el lado tailandés -lo que en Bangkok llaman, por corrección política, Isan- los hablantes de laosiano multiplican varias veces a los de Laos. Y muchos laosianos consiguen ya hasta leer tailandés (los alfabetos son distintos, aunque están emparentados) .
Laos es tan grande como media España, para siete millones y medio de habitantes, de escaso poder adquisitivo. Un mercado insignificante para China, a diferencia de los que abrirá la conexión con Tailandia, Malasia y Singapur. En un día no muy lejano, podrá viajarse en tren desde Pekín, Shanghai o Cantón, pasando por Kunming, hasta Kuala Lumpur, pasando por Vientián y Bangkok. Malasia tiene más prisa que Tailandia, que sin embargo, cada mañana se cerciora de la temperatura, del grado de contaminación y de hacia dónde sopla el viento.