Echarle sal al té provoca un conflicto entre EE.UU. y el Reino Unido

Historias del mundo

Una profesora estadounidense propone que a la infusión hay que ponerle sal

UNITED KINGDOM - CIRCA 2002: Tea with the family, ca 1727, by Richard Collins (died 1732). (Photo by DeAgostini/Getty Images); London, Victoria And Albert Museum. (Photo by DeAgostini/Getty Images)

El té es la bebida nacional (no alcohólica), símbolo de confort y elemento identitario de los británicos. 

DEA PICTURE LIBRARY / Getty

El té, a primera vista una bebida tan inocente (sobre todo comparada con el vodka o el whisky, palabras mayores), es motivo de discordia en las relaciones entre Gran Bretaña y los Estados Unidos desde que en 1773 los colonos de Massachusetts arrojaron nada menos que trescientas cajas con la infusión al puerto de Boston en protesta por los impuestos que les exigía la metrópoli. Fue uno de los detonantes de la Revolución Americana.

La actual crisis no es tan seria, y seguramente no pondrá en peligro la llamada “relación especial” entre los dos países, pero en estas latitudes no ha hecho ninguna gracia que la profesora norteamericana Michelle Francl, de la universidad de Bryn Mawr en Pensilvania, haya pretendido dar una lección a los británicos y decirles cómo hay que preparar el té. Su receta, considerada aquí una aberración, consiste en echarle una pizca de sal (azúcar o no al margen, ese es otro debate), porque a su juicio el sodio bloquea los mecanismos químicos que hacen la bebida amarga.

Washington se distancia de la teoría para evitar una crisis diplomática y dice que no es la política de la Casa Blanca

La intromisión en lo que podría considerarse un asunto interno británico ha desatado las iras de la prensa de este país, en especial la más sensacionalista, que ha acusado a la profesora de no ser nadie para decir cómo se ha de preparar una taza de té, y menos viniendo de un país donde hasta hace dos telediarios el café consistía en un aguachirri negruzco, y en el que todavía hoy hay quienes comen una mariscada con un vaso de leche. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Francl, que tal vez por sus conocimientos de química se considera una experta en la materia, ha elaborado todo un informe al respecto, citando como fuentes documentos con siglos de antigüedad. Además de la pizca de sal, afirma muy convencida que la bolsa de té ha de ser sumergida rápidamente y estrujada, para eliminar el sabor ácido del tanino creado por la cafeína cuando se disuelve lentamente. Recomienda una taza gordita, no muy alta y calentada de antemano para que conserve la temperatura y libere los antioxidantes. A fin de eliminar los grumos que a veces se forman, propone exprimir unas gotas de limón. Dice que el aroma es tan importante como el gusto (para eso no hace falta ser licenciada por ninguna universidad, ni siquiera Harvard), y que si se bebe de un vaso de papel (¡horror!), mejor quitarle la tapa. En cuanto a la leche, se la ha de echar al final, y calentita. Por último, sugiere que se puede descafeinar sumergiéndolo treinta segundos, retirando el líquido y añadiendo luego un chorro de agua fresca.

El incidente diplomático no es más que un preludio de lo que se avecina si en el otoño Trump gana las elecciones norteamericanas y el laborista Starmer las británicas –la relación transatlántica echará chispas–, hasta el punto de que la embajada de Estados Unidos se ha visto obligada a emitir un comunicado distanciándose de la receta del té de Michelle Francl (en el fondo, aunque sea un asunto espinoso, es menos delicado para el gobierno de Biden que criticar el Brexit, y no digamos a Netanyahu).

“El té es un elixir de camaradería que cimienta la amistad entre nuestras dos naciones, y no podemos permanecer impasibles ante un ultraje que pone en peligro la relación bilateral –señala el texto difundido por la embajada–. Queremos asegurar a las buenas gentes del Reino Unido que la noción de añadir sal a la bebida nacional británica no es la política oficial del Departamento de Estado. Y nunca lo será”.

Desde el episodio del puerto de Boston, como si se tratara de una maldición, la bebida es motivo de mal rollo entre norteamericanos y británicos. Hace unos años, la sugerencia en el otro lado del charco de que quedaba igual de bueno calentado en el microondas provocó un tsunami de censuras, lo mismo que la promoción de una bolsita capaz supuestamente de hacer el té perfecto en un minuto, sin mayores artificios (una conocida marca se gastó 50 millones de dólares en desarrollar un sistema rápido de infusión, como si esperar a que hierva el agua fuera la obra de El Escorial).

La crisis no debería ser ninguna sorpresa ya que hay gente que se toma la comida y la bebida muy en serio. Un estudio proclama que la galleta perfecta para mojar en el té es la de avena, porque aguanta veintinueve segundos sin derretirse. Al chef británico Jamie Oliver se le cayó el pelo por poner chorizo en la paella (mejor que no ponga el pie en Valencia), y el presidente de Islandia se ha declarado partidario de prohibir la piña en la pizza. Ya se sabe que sobre gustos no hay nada escrito.

Lee también
Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...