Ha sido la primera reacción abierta de Irán al cabo de tres meses de la incursión israelí en Gaza. Entre la noche del lunes y la mañana de ayer, misiles lanzados por la Guardia Revolucionaria desde tres provincias iraníes alcanzaban objetivos en Irbil, capital del semiautónomo Kurdistán iraquí, y en la provincia siria de Idlib. En el primer caso, contra “la base de espionaje del Mosad” israelí, en represalia por la muerte del comandante de la Guardia Revolucionaria Reza Musavi el 25 de diciembre en un ataque en Damasco. En el segundo, contra supuestas bases en Siria del Estado Islámico (EI), responsable de la muerte de 84 personas en un doble atentado en Kermán (Irán) el 3 de enero.
Para Teherán, ambos objetivos son indisociables, ya que considera al Estado Islámico una herramienta de EE.UU. e Israel. El ataque en Siria resulta de todos modos algo confuso, ya que los misiles alcanzaron centros de Tahrir al Sham (antiguo Yabat al Nusra) y del Partido Islámico del Turquestán, ambos vinculados a Al Qaeda, pero que aparentemente prestarían apoyo al Estado Islámico-Jorasán, el núcleo del EI en Afganistán responsable de la masacre de Kermán.
Irán ya anunció que respondería en su momento a las agresiones sufridas. Y este ha sido oportuno, coincidiendo con el enfrentamiento entre la Armada de EE.UU. y los hutíes de Yemen en el mar Rojo. La lectura más evidente (aunque no forzosamente la más acertada) apunta a que Teherán cree llegado el momento de que el llamado “Eje de la Resistencia” –frente a Israel– se muestre con contundencia. Se trata –al margen de Hamas en Gaza– de los hutíes, del Hizbulah libanés y de las milicias chiíes de Iraq, como la llamada Resistencia Islámica –miembro de las Fuerzas de Movilización Popular y cuyo jefe fue asesinado en Bagdad por un dron de EE.UU. el 4 de enero–, que lanzó ayer de nuevo drones, sin éxito, contra el aeropuerto de Irbil.
Atacando el Kurdistán, que tiene apoyo israelí, Irán consolida Irak como campo de batalla
A última hora de la tarde de ayer, además, Irán atacó dos bases de un grupo terrorista suní en Pakistán, según informó una agencia vinculada a la Guardia Revolucionaria iraní. Los ataques se dieron en la provincia paquistaní de Baluchistán vecina a la iraní de Sistán Baluchistán, donde opera Yeish al Adl, una milicia suní que se opone a Teherán. El régimen chií dice que está apoyado por Israel. Murieron dos niños y tres mujeres resultaron heridas, según el gobierno paquistaní, que advirtió de "graves consecuencias".
Teherán ha dicho y repetido que no quiere meterse en una conflagración, en la que desde luego tendría todas las de perder, sobre todo si intentara la aventura de bloquear el estrecho de Ormuz, que es capital para el tránsito petrolero. Sin embargo, cuenta con recursos suficientes para ejecutar golpes que generen sensación de inestabilidad para Estados Unidos y sus aliados, como demuestra la campaña de los hutíes en el mar Rojo.
El otro campo de batalla es de nuevo Iraq. La protesta, presentada ayer, de Bagdad a Teherán por la violación de su territorio, con la llamada a consultas de su embajador en Irán y la interpelación del encargado de negocios iraní, traslucía verdadera impotencia.
Irán ataca una milicia suní en Pakistán
Washington calificó el bombardeo en Irbil de “temerario e impreciso”. Nótese el matiz de “impreciso”: las autoridades kurdas negaron categóricamente la presencia del espionaje israelí en su territorio tras la muerte de cuatro civiles en el ataque, entre ellos el millonario empresario kurdo Peshraw Dizayi y su hija de 11 meses. Pero la agencia iraní Irna se explayó diciendo que Dizayi “era en realidad la tapadera del Mosad” y “responsable de su apoyo logístico”, además de dueño de una empresa de seguridad que trabaja para Estados Unidos.
Las milicias chiíes de Iraq han estado hostigando las bases norteamericanas en el país –incluida Irbil–, pero este bombardeo, en zona urbana y por parte directamente de Irán, no puede ser más explícito. Las buenas relaciones de Israel con el Kurdistán iraquí son conocidas. Este territorio fue mimado por EE.UU. desde la primera guerra del Golfo, y con la aparición del Estado Islámico fue la cabeza de puente para la derrota de los yihadistas. Las facciones kurdas locales recibieron armas de EE.UU., de Israel y, por ejemplo, de Alemania siendo entonces ministra de Defensa Ursula von der Leyen. De todo aquello quedó algo más que un restaurante alemán en Irbil: Israel apoyó manifiestamente el frustrado intento kurdo de independencia mediante referéndum (periodistas de Irbil acudieron a Catalunya para observar el 1 de octubre, por cierto) como medio de contener el llamado creciente chií en la región, ya demasiado poderoso en Irak.
Pero el Kurdistán no constituye una unidad. El gran pueblo sin Estado tiene elementos en el norte de Iraq enemigos de Irbil y leales al PKK turco, al igual que ocurre en Siria. Turquía –por el contrario es amiga de Irbil–, tras varios días de escaramuzas, ha golpeado en 23 ataques aéreos a kurdos del norte en Irak y Siria, dando aún más complejidad a un panorama que contiene todas las paradojas propias de Oriente Medio.