Lewiston, en el estado de Maine, ya forma parte de ese trágico mapa de la crónica epidemia armada en Estados Unidos.
Esta localidad, de 38.000 habitantes, y otras de su entorno fueron descritas este jueves como ciudades fantasma. Las escuelas cerraron. Muchos comercios no subieron sus persianas. Las calles estaban vacías, mientras circulaban numerosos patrulleros policiales.
“Está armado y es peligroso. Si alguien lo ve, que no se acerque a él”, advirtió William Ross, coronel de la policía estatal.
Hablaba de Robert Card, de 40 años, huido tras dejar la noche del miércoles 18 muertos y trece heridos, de los que tres se hallaban en estado crítico.
Siete personas perdieron la vida en un restaurante (seis hombres) y ocho en una bolera (todos hombres). Uno estaba fuera del recinto. Hubo otros tres que fueron trasladados al hospital pero los esfuerzos por salvarlos resultaron en vano.
Los vecinos no escondían su sensación de miedo e incertidumbre sabiendo que el mal estaba al acecho. En sus declaraciones a los medios se percibía la tristeza y la psicosis que se ha creado con esta masacre, la más importante de las registradas este año. Y no son pocas.
Según la organización sin ánimo de lucro Gun Violence Archive, se cuentan 562 tiroteos masivos (al menos cuatro disparados) y 31 matanzas masivas (cuatro muertos o más). Suma y sigue en una lista que ya supera los 22.000 difuntos del 2022.
Agentes de la policía local, estatal y del FBI se desplegaron en una persecución masiva en todo ese territorio del estado. Hallaron su coche, a trece kilómetros de la bolera.
La "cacería" alcanzó su punto álgido la noche del jueves. Después de visitar a la casa del sospechoso en Bowdin, a unos 24 kilómetros del escenario del la matanza, a primera hora de la tarde, los investigadores del FBI comandaron a partir de las 19 horas un operativo espectacular, con más de media docena de vehículos blindados, coches patrulla, robots, drones, sistemas de radiación y detección de calor y helicópteros. Había surgido una nueva sospecha a través de alguna pista que recibieron.
Los uniformados pidieron a todos los vecinos de la zona que apagaran las luces de sus viviendas y a los cámaras que cerraran sus focos. Se hizo la oscuridad en esa zona rural y boscosa, solo punteada por la luminaria de la policía, en especial de los drones apuntando a la vivienda de Card.
De pronto, todo dio la impresión de que la persecución del fugitivo llegaba a su fin. Los micrófonos de los periodistas captaron estas frases pronunciadas por un agente a través de megafonía: “No nos vamos a ninguna parte, sal con las manos en alto”. El mensaje se fue repitiendo. “Si sigues nuestras instrucciones todo irá bien”, indicaron. “Estás bajo arresto, por favor, sal sin llevar nada en las manos, has de salir ahora".
El tono imperativo daba a entender que el lazo se había cerrado, a pesar de que algunos expertos estaban sorprendidos por el regreso de Card a su casa cuando muchos creen que ha buscado cobijo en la inmensidad del laberinto del bosque.
Hubo diversos movimientos de aproximación de los robots y de los drones, como si tuvieran la seguridad de que allí había alguien. Pero de pronto cesaron los mensajes. Al cabo de un rato, la policía estatal de Maine emitió un comunicado en el que informó que estaban cumpliendo una orden de registro en varias propiedades de la zona. Y reconocieron que no tenían certeza alguna de que el sospecho estuviera en su vivienda o en el entorno. “Cumplimos simplemente una diligencia estándar”, recalcaron en su información.
Tras casi dos horas, la mayor parte de los vehículos abandonaron el lugar. Solo dejaron un retén de vigilancia, bajo la especulación de que tal vez esperaban la luz del día para entrar. Quedo una sensación de impotencia.
No se recuerda nada comparable a este despliegue en un estado con un bajo nivel de crimen, a pesar de la gran cantidad de armas dada la gran tradición y afición por la caza. A su vez, esto supone que la regulación para comprarlas es muy laxa.
Todo esto se entiende si se ponen en juego las cifras. Maine registró 29 muertes violentas en el 2022, en una población que no pasa de los 1,4 millones de residentes. En el 2020 se contabilizaron 20 homicidios.
A diferencia de otras ocasiones, esta vez la alarma parece más que justificada por las características del fugitivo.
En un entrenamiento en verano con su batallón, su conducta fue errática, oía voces e ingresó en un centro
“Armado y peligroso”, insistió en rueda de prensa la gobernadora Janet Mills al referirse al acusado del baño de sangre.
La estampa captada de Card en los vídeos de seguridad provocó que se acentuará la sensación de riesgo. Aparece empuñando un fusil de asalto semiautomático, dispuesto a apretar el gatillo de su AR-15, tan de moda entre los pistoleros de este país y al que tienen acceso en cualquier armería pese a ser un arma clonada de las de guerra.
Que fuera con la cara descubierta también hizo pensar que no buscaba actuar y esconderse, sino que más bien estaba en una misión suicida: morir matando.
Pronto se le identificó y se supo que Card tiene formación militar –se alistó a finales del 2002– y es un reservista que recibió una medalla por “servicios humanitarios”. Nunca fue desplegado en Irak o Afganistán. Amante de las armas, ejerció de entrenador de tiro.
Escuchaba voces. El pasado verano, en el entrenamiento con su batallón en Nueva York, sus compañeros observaron “un comportamiento errático”. Por eso, con la ayuda de su familia, lo ingresaran dos semanas en un centro psiquiátrico.
“No sé que es lo que estaba mal en este hombre o que le sucedía, pero esto es una pesadilla”, respondió en la cadena MSNBC Leroy Walker, entre lágrimas. Hace 25 años perdió una hija en un accidente de automóvil. El jueves no recibió el mensaje que su hijo Joey le enviaba cada noche, a las diez y media, cuando cerraba el bar en el que trabajaba, donde empezó el primer tiroteo, poco antes de las siete de la tarde.
Después de 14 horas de espera, su hijo menor le contactó. Joey había muerto. La policía dijo a la familia que falleció cuando intentó atacar al pistolero con una navaja.
Robert Card, de 40 años, fue militar, pero no estuvo en el frente, y ejerció de instructor de tiro
Una vez más surgió el eterno debate sobre cómo es posible que una persona con historial de enfermedades mentales pudiera adquirir un AR-15.
Mike Sauschuck, comisionado de seguridad pública de Maine, reconoció que la pregunta era más que lícita, sin embargo, “esto forma parte de la investigación y no la puedo responder”. Al cabo de un rato trascendió que Card compró el arma legalmente este mismo año.
Chad Vicent jugaba en la bolera y escuchó un ruido, como si una mesa cayera al suelo. A los cinco segundos, uno de sus amigos exclamó: “¡Esto son disparos!”. Y echaron a correr.
El presidente Joe Biden urgió de nuevo a los republicanos a colaborar para prohibir la venta de las armas de asalto. Demasiado pronto, todos estaban rezando por los muertos. Está claro que, aunque creen en Dios, no les hace caso.