Saber tocar el violonchelo le salvó la vida y ahora que es nonagenaria quiere seguir relatando su testimonio. Anita Lasker-Wallfisch, judía alemana que formó parte de la orquesta de mujeres del campo de exterminio nazi de Auschwitz, emigró al Reino Unido al terminar la Segunda Guerra Mundial, y forjó allí una carrera musical y una familia. A sus 98 años, continúa viviendo en Londres, pero viaja de vez en cuando a Berlín, donde, en un vuelco de la historia, ha elegido vivir su hija Maya Lasker-Wallfisch, escritora y psicoterapeuta. Su otro hijo, el también violonchelista Raphael Wallfisch, reside y trabaja en su Londres natal.
“Me he vuelto escéptica ante los proyectos de educación sobre el Holocausto, creo que no deberían ir por ahí; más bien debería haber museos o centros culturales en los que se explique quiénes son los judíos, que no somos un pueblo compacto, ¿sabe mucha gente que hay judíos askenazíes y judíos sefardíes?”, argumentó Anita Lasker-Wallfisch en una reciente velada en el Museo Judío de Berlín, acompañada de sus dos hijos. “Y entonces, cuando hayas aprendido sobre los judíos, podrás decir: ‘No me gustan, o sí me gustan’. Pero, por favor, os gusten o no los judíos, no los matéis”, emplazó la superviviente con talante resuelto y voz imperativa, incluso bronca.
Me he vuelto escéptica ante los proyectos de educación sobre el Holocausto; creo que no deberían ir por ahí, más bien debería haber museos o centros culturales en los que se explique quiénes son los judíos”
Durante decenios no habló en detalle de lo que había padecido a manos de la Alemania nazi, hasta que en 1988 escribió un manuscrito para sus hijos, que se publicó en 1996 en inglés como libro de memorias, Inherit the truth (Heredar la verdad). “He sido afortunada por la música; cuando te dedicas a la música, no te preocupas por patrias y países, vives en el mundo de la música”.
Nacida en 1925 en Wroclaw –entonces ciudad alemana, hoy polaca–, Anita fue la segunda de tres hermanas, de padre abogado y madre violinista. Todas estudiaron música. “Éramos la típica familia judía asimilada, con la cultura en letras mayúsculas; en casa leíamos a los clásicos, se tocaba música de cámara, y aprendimos a hablar francés –recuerda–. Ahora que voy a escuelas a hablar del Holocausto, cuando cito el Fausto de Goethe, algunos estudiantes no saben de qué hablo; es muy triste. Digo esto porque no voy por ahí odiando todo lo alemán; crecí rodeada de gran literatura alemana”.
En 1939 la hermana mayor, Marianne, logró emigrar al Reino Unido, pero el intento de los padres de sacar de Alemania también a Anita y a la hermana menor, Renate, fracasó. Ambas acabaron siendo enviadas, por separado, a Auschwitz. Anita, que tenía 18 años, mencionó que tocaba el violonchelo, lo que le valió ser incluida en la orquesta de mujeres de Birkenau –el campo gemelo–, que dirigía la violinista austriaca Alma Rosé. Entre los oficiales de las SS había melómanos que querían las orquestas –había otra de hombres– para su entretenimiento y para objetivos terribles. “Nos ordenaban tocar para las SS y en las marchas de prisioneros hacia el trabajo forzado”, recuerda.
“Las intérpretes eran casi todas aficionadas; al principio había solo flautas dulces y mandolinas, un par de violines, algún acordeón; aún no tenían violonchelo, y aparecí yo que podía tocar notas bajas; esa fue mi suerte”, dijo Lasker-Wallfisch. En el horror del campo, las componentes de la orquesta eran privilegiadas que podían aspirar a sobrevivir: ensayaban durante horas en terribles condiciones y debían ofrecer conciertos sin descanso, pero recibían un poco más de comida –que Anita compartió con Renate cuando descubrió que también estaba en Auschwitz– y se juntaban en un barracón con suelo de madera. Mientras pudieran seguir tocando, no serían gaseadas.
De un asunto similar trata la novela de Maria Àngels Anglada El violín de Auschwitz, inspirada en hechos reales, sobre un luthier judío de Cracovia obligado a construir un violín por orden del comandante.
El relativo mejor estado físico y psíquico de las mujeres de la orquesta hizo que, tras ser evacuadas en 1944 en tren al campo de Bergen-Belsen, lograran allí no sucumbir al hambre y las enfermedades. De las 40 integrantes de la orquesta, 38 sobrevivieron. Tras la liberación, Anita y Renate emigraron al Reino Unido, y allí Anita se casó con el pianista Peter Wallfisch, judío alemán a quien conocía de la infancia en Wroclaw. Él murió en Londres en 1993. Ella descubrió que sus padres fueron asesinados en abril de 1942 cerca de Lublin (Polonia). “Mi hija Maya tiene en Berlín un cuarto con fotos y recuerdos de familia de Wroclaw –suspiró la violonchelista–. Pero yo no puedo estar así en el pasado; el pasado pasó”.
La mirada de Lasker-Wallfisch
Encuentro con el hijo de un asesino nazi
Hace unos años, Anita Lasker-Wallfisch se reunió con Niklas Frank, hijo del gobernador alemán nazi de la Polonia ocupada, Hans Frank, que fue ahorcado por criminal tras los juicios de Nuremberg. “Como hijo de un perpetrador, el odio que sentía Niklas por lo que había hecho su padre es increíble; tenías que compadecerte de él. Y la vergüenza que sentía por su madre, que cuando él tenía cinco años se lo llevaba al gueto a regatear en la compra de abrigos de pieles, porque los coleccionaba. Por lo visto la pareja hablaba a veces en latín entre ellos, lo cual demuestra que la educación no es necesariamente una respuesta contra la maldad”.