La testa perdida de Septimio Severo

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Turquía no se contenta con el torso del emperador devuelto por EE.UU.

una cabeza de bronce del emperador romano Septimius Severus (145 d. C.-211 d. C.), Asia Menor, ca 195-211, exhibida en el museo Ny Carlsberg Glyptotek en Copenhague.

Cabeza de bronce del emperador romano Septimio Severo exhibida en el museo Ny Carlsberg Glyptotek en Copenhague

CAMILLE BAS-WOHLERT/AFP

Turquía está acostumbrada a pedir cabezas a Escandinavia y recibir calabazas. Esta vez espera que sea distinto, porque no se trata de una extradición, sino de una devolución, pero le dan largas.

Después de que EE.UU. les restituyera una espléndida estatua de Septimio Severo, muchas miradas turcas se posaron en lo único que le faltaba a su desnudo imperial, a la par que integral. La cabeza.

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Fue en marzo cuando el Museo Metropolitano de Arte (Met) retornó finalmente a Turquía tres piezas en exposición, que sus expertos confirmaron que procedían de expolios. Estas se exponen ya, junto a una docena de restituciones, en el estupendo Museo Arqueológico de Antalia, ciudad célebre por sus playas y calores extremos, que hacen las delicias de los turistas rusos.

Entre todas ellas, destaca la excepcional escultura de bronce, de 2,10 metros, del fundador de la dinastía Severa, que vivió entre los siglos II y III. Sin embargo, este acto de justicia ha espoleado al ministro de Cultura, Mehmet Nuri Ersoy, a exigir el lote completo. Ahora todas las miradas se dirigen a Dinamarca, donde un museo aseguraba, ya en 1979, estar en posesión de la cabeza perdida de Septimio Severo, correspondiente a dicho torso.

Sin embargo, tras la reclamación, su responsable, Rune Frederiksen, dice no estar tan seguro. Pide ahora dos años para que una comisión internacional de expertos se pronuncie. El rompecabezas continúa.

El citado Met exhibía la estatua desde hacía una docena de años, como préstamo anónimo en su “patio grecorromano”. La fecha coincide con el fallecimiento de un marchante suizo al que en su día se vinculó al pillaje del yacimiento de Bubon. Este antiguo centro de culto de la familia imperial, no muy lejos de la actual Antalia, fue “limpiado” en 1967 por la acción concertada de campesinos y traficantes.

El Met, a instancias de la embajada de Turquía y del propio fiscal de Manhattan, terminó aceptando que esta pieza señera procedía de aquel expolio de estatuas de bronce, que habían escapado a las refundiciones habituales. Tras pasar por un intermediario en Esmirna, en 1968 estaban ya en Boston. Hoy habría piezas de Bubon en media docenas de museos estadounidenses.

¿Pero dónde está exactamente la cabeza de este Septimio Severo? Pues muy posiblemente en la plaza de Dante, en Copenhague. En la Gliptoteka Carlsberg, fundada hace 125 años por el coleccionista Carl Jacobsen, que da nombre a la famosa marca de cerveza, creada por su padre.

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El museo danés compró la pieza en cuestión en 1970, “en el mercado de antigüedades”. Poco después, uno de sus expertos viajó a Indianápolis, donde el “torso de Septimio Severo” estaba expuesto en préstamo. Su impresión fue que formaba un todo con la cabeza recién adquirida. Tanto es así que, aunque la Gliptoteka no logró comprarlo, lo obtuvo en préstamo en 1979, exponiéndolo con la cabeza superpuesta, si bien de forma no muy convincente. Sin embargo, la más eminente arqueóloga turca, Jale Inan, dio el aparejamiento por bueno y culpó al ángulo equivocado del efecto cómico.

Al Estado turco, por su parte, en aquellos años de alta tensión en las calles no le quitaba el sueño el paradero de un emperador grecorromano.

Pero mil ochocientos años después de su muerte, pasado y presente se entrecruzan. Turquía es hoy el país mejor conectado por vía aérea con África. Y Septimio Severo es, no en vano, el primer emperador romano de origen africano. Nacido además a un tiro de piedra de Trípoli, donde Turquía juega fuerte. Y su hijo fratricida, Caracalla, murió en lo que hoy es Turquía.

Ersoy, por cierto, fue uno de los dos únicos ministros no descabezados por Recep Tayyip Erdogan en su última remodelación. Que este empresario turístico sea el ministro de Cultura dice bastante sobre el lugar que ocupa este en el Gobierno islamodemócrata. Por otro lado, más abonado a la palabra que a la imagen –a diferencia de la oposición–, aunque haga una excepción con el patrimonio. Y si hay que simular que el emperador no va desnudo, se hace. ¿Quién dice que el culto imperial esté extinguido?

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