Hay muchos y muy diversos caminos, como los del Señor, para llegar a lord, dama o caballero en el Reino Unido. Algunos tan nobles como salvar vidas, ser un artista o deportista de élite, o una carrera de servicio público a la nación, otros más dudosos como ser amiguete o familiar del primer ministro de turno, haberle servido como leal escudero o, sencillamente, “comprar” el título a cambio de donaciones o pagando en efectivo.
Boris Johnson, para quien eso de la moral (e incluso de la legalidad) es tan relativo como el significado de un semáforo rojo en Roma, ha elevado a un nuevo nivel el privilegio de un líder británico saliente de premiar a una serie de personas de su confianza, que han estado todo el tiempo a su lado. Ya había hecho barón a su hermano Jo (un simple diputado y secretario de Estado para Universidades, Ciencia, Tecnología e Innovación) y convertido en lores al magnate ruso Yevgueni Lébedev (que hace buenas migas con Putin) y a Ian Botham, su jugador de críquet favorito. Pero el nombramiento de caballero de su padre, Stanley, se ha encontrado con el veto del comité parlamentario pertinente. ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Personajes como David Bowie, Ken Loach, John Lennon y John Cleese han rechazado o devuelto los títulos nobiliarios
Hasta ahí y mucho más lejos. Porque también han sido sacados de la lista, que es algo así como el último deseo de los premiers británicos, cuatro diputados –Alister Jack, Alok Sharma, Nigel Adams y Nadine Norries– que estuvieron con él a las duras ya las maduras, defendiéndolo de todas las críticas, y todavía ahora aseguran que volverá en plan triunfador. La última, considerado por numerosos comentaristas como la ministra más corta de luces en la historia del país, estaba tan ilusionada con ser dama que ayer publicó un artículo denunciando a “las siniestras fuerzas ocultas que han impedido llegar a la Cámara de los Lores a una humilde chica de Liverpool como yo”.
En defensa de Johnson hay que admitir que no es el único que se ha dedicado a repartir honores entre amigos y familia como si fueran caramelos. Todo valía hasta que el liberal Lloyd George se pasó varios pueblos en la lista que presentó tras su caída en 1922, vendiendo literalmente títulos de caballero por diez mil libras de la época (medio millón de euros actuales), de barón por treinta mil, y de lord por cincuenta mil. Entre los compradores figuraron un magnate sudafricano del oro y los diamantes condenado por fraude, un multimillonario importador de carne que evadía impuestos a mansalva y un empresario del petróleo que resultó que había hecho negocios turbios con Alemania en la I Guerra Mundial. El escándalo manchó la imagen del primer ministro galés (se dice en Cardiff que hay más lores y caballeros que en ninguna otra ciudad porque él, que era de allí, hizo nobles a todos sus amigos y conocidos, además de a periodistas para que no lo criticaran, y a donantes a cambio de financiación para su partido), y resultó en la aprobación de la “ley para prevención de abusos en la concesión de títulos nobiliarios”.
La legislación no impidió sin embargo que la historia se repitiera. La dimisión del laborista Harold Wilson fue acompañada de la “lista lavanda”, en la que ennobleció a empresarios de dudosa reputación que luego fueron condenados por delitos contables (se especula que en realidad no fue él quien elaboró la lista de premiados, sino su rumoreada amante, Lady Falkender, que ejercía una considerable influencia). David Cameron repartió “regalos” entre nada menos que medio centenar de donantes y aliados políticos, y hasta dio la Orden del Imperio Británico a la peluquera de su mujer, Samantha.Tampoco se salvó Tony Blair, interrogado por la policía por la supuesta venta de títulos de lord a cuatro magnates a cambio de cinco millones de dólares para las campañas electorales del Labour, un affaire que enturbió la etapa final de su reinado político.
Pero no todo el mundo se muere por ser barón, caballero o dama. Mick Jagger, Paul McCartney y Elton John son “sir”, pero David Bowie rechazó el honor, y John Lennon devolvió la medalla al palacio en protesta por el apoyo a los Estados Unidos en la guerra de Vietnam. John Cleese, de Monty Phyton, adujo que pasarse el invierno en Londres para acudir al Parlamento era un precio demasiado alto, y el cineasta Ken Loach dijo que cualquier cosa antes de rendir pleitesía al monarca.
Quien sí aceptó fue Eric Clapton, y eso que poco antes la reina Isabel, en una recepción, le había preguntado: “¿Y usted hace mucho que se dedica a eso de la música?”