Nada en este cubículo acristalado a pie de calle en el barrio residencial de Merihaka, en la zona costera de Helsinki, induce a imaginar las enormes cavidades protectoras que esconde a 20 metros bajo tierra. La invasión rusa de Ucrania hace poco más de un año sacudió las certezas occidentales sobre seguridad internacional y movió a Finlandia a pedir el ingreso en la OTAN, una adhesión que se materializará en los próximos días. Pero el país nórdico, que celebra hoy elecciones legislativas, mima la defensa nacional desde hace decenios por razones obvias.
Comparte 1.340 kilómetros de frontera terrestre con la antes Unión Soviética y ahora con Rusia. Y su formidable red de refugios subterráneos para proteger a la población civil en caso de guerra o catástrofe –como el que La Vanguardia ha visitado en Merihaka– es un elemento clave de un sistema defensivo integral que va más allá del ejército e implica al conjunto de la sociedad.
Los búnkers en Finlandia abundan en una idea de defensa nacional que va más allá del ejército e implica a toda la sociedad
Según cifras de febrero del Ministerio del Interior, Finlandia posee refugios subterráneos para 4,8 millones de personas –el país tiene 5,5 millones de habitantes–, que ha ido construyendo desde la guerra fría, si bien algunos existían ya a inicios del siglo XX y fueron utilizados en los años de la Segunda Guerra Mundial.
En tiempo de paz, estos búnkers bajo tierra se emplean para otros fines, como almacén, aparcamiento, pista deportiva o parque infantil, con la condición de que sea factible vaciarlos y activarlos como refugio en 72 horas, el plazo previsto por autoridades y expertos en protección civil. En Helsinki, la actual red de 5.500 búnkeres supera en aforo al censo de la capital (650.000 habitantes), pues puede cobijar a 900.000 personas, es decir, también a no residentes que trabajan en la ciudad y a huéspedes de los hoteles.
Un tramo de escaleras metálicas que nace en un complejo de viviendas desciende hacia las entrañas del subsuelo granítico donde está excavado el refugio de Merihaka, de 14.750 metros cuadrados, apto para 6.000 personas. Pero esa entrada está reservada para caso de emergencia real, así que descendemos por el cubículo callejero, por el que entran a diario los usuarios de las instalaciones deportivas y lúdicas subterráneas.
Una vez abajo, sorprende la amplitud de los túneles, cuyas rugosas paredes blanqueadas denotan que estamos rodeados por la roca viva de 1.800 millones de años de antigüedad del subsuelo de Helsinki. Se entra a la zona de protección pasando por dos gruesas puertas azules de doble hoja, separadas por un espacio intermedio. “Esta primera puerta puede soportar una explosión de hasta siete bares de presión; la segunda puerta es para parar elementos tóxicos, gases, sustancias químicas y radiación”, explica Tomi Rask, especialista del departamento de Defensa Civil de Helsinki.
El de Merihaka es un refugio construido en el 2003 por el Ayuntamiento, como otros similares en la ciudad, pero la gran mayoría de búnkeres de la capital y de Finlandia son privados, pues la ley obliga a todo edificio o grupo de edificios de más de 1.200 metros cuadrados (1.500 si es un local industrial) a tener su propio refugio. Oenegés y asociaciones del tercer sector reciben instrucción de las autoridades de Defensa Civil para cooperar como voluntarios en la gestión cotidiana de una eventual estancia de emergencia bajo tierra, en periodos de entre unas horas y algunos días, incluso semanas. En zonas rurales no hay búnkers de este tipo, por considerarse que un ataque militar en esos lugares es muy improbable.
“La aproximación finlandesa a la defensa nacional es integral; se basa en el servicio militar obligatorio para los hombres y voluntario para las mujeres, combinado con cursillos de las fuerzas armadas para civiles, a los que suelen apuntarse mujeres y en los que por ejemplo se aprende a disparar un fusil, junto a un elemento clave de defensa pasiva como son los refugios subterráneos”, explica Minna Ålander, analista de seguridad en el Instituto Finlandés de Asuntos Internacionales (FIIA) de Helsinki, en una entrevista previa a la visita al refugio. También hay cursos de alto nivel del Ministerio de Defensa para políticos, directivos de empresas, y gerentes de infraestructuras o suministros, sobre defensa nacional y emergencias, desde un ataque militar hasta catástrofes naturales.
“Somos un país grande en superficie pero con poca población, y es obligación constitucional de todo ciudadano contribuir a la defensa nacional”, prosigue Ålander. Las fuerzas armadas finlandesas poseen el mayor arsenal de artillería de Europa e instruyen a 23.000 reclutas al año, que unidos al personal fijo y a los 900.000 reservistas de edades hasta los 60 años –quienes a su vez participan periódicamente en maniobras y formación militar– permitirían movilizar a un millón de combatientes en caso de guerra. Eso se nota en la sociedad: en casi todas las familias finlandesas hay uno o varios soldados o reservistas.
Concepto integral de defensa
“Somos un país grande en superficie pero con poca población, y es obligación constitucional de todo ciudadano contribuir a la defensa nacional”, dice la analista de seguridad Minna Ålander
El recuerdo de la guerra de Invierno de 1939-1940, cuando la Unión Soviética atacó Finlandia y los soldados finlandeses, sobrepasados en número y armamento, opusieron una tenaz resistencia que humilló y enfureció a Stalin, continúa presente, y es relevante para la identidad finlandesa y para su idea de defensa nacional global contra el invasor. En los puentes de este país hay huecos donde los ingenieros militares pueden insertar explosivos para volarlos y frenar así el avance del enemigo.
“La red de refugios subterráneos es para 4,8 millones de personas y somos 5,5 millones de finlandeses; ese casi millón de personas de diferencia es el que estaría fuera combatiendo para defender el país”, aclara Tomi Rask en nuestro recorrido subterráneo.
Los refugios están pensados también para amenazas no bélicas como un accidente nuclear, pero desde la agresión rusa a Ucrania son vistos con ese prisma por la población. “Hemos tenido muchas preguntas de ciudadanos, que querían asegurarse de que el sistema de refugios funciona y de que estamos haciendo bien nuestro trabajo; ahora ya preguntan menos”, tercia Nina Järvenkylä, encargada de Comunicación .
Llegamos a las cuatro cavernosas naves donde se alojarían los civiles, y que albergan ahora canchas deportivas, un área de juegos infantiles, una cafetería y un garaje. En una de las canchas, empleados de una empresa están jugando un partido de floorball, en finlandés conocido como salibandy , deporte de interior muy popular en los países nórdicos. “Se diferencia del hockey de pista en que el palo y la pelota son muy ligeros, y es un juego sin placaje al adversario”, explica Aleksanteri, quien, como sus compañeros, no ve nada de particular en hacer deporte a 20 metros bajo tierra. En otros refugios hay desde circuito de karts a patinaje sobre hielo o piscina.
En el de Merihaka observamos, cuidadosamente desmontadas y almacenadas, literas para 2.000 personas, que se usarían en turnos de ocho horas. En una galería adyacente, recuadros amarillos pintados en el suelo señalan la ubicación de las 400 letrinas portátiles, y en una pared hay lavabos metálicos. De producirse un ataque, la población sería alertada por sirenas (hay 40 en Helsinki, que se hacen sonar como test cada primer lunes de mes), televisión, radio, páginas web, telefonía móvil y todos los medios electrónicos. La gente debería entonces acudir al refugio que le corresponde llevando su propia comida fría, medicinas y saco de dormir o manta.
“Estamos organizados hace décadas y en los refugios hay ensayos de defensa civil cada año –dice Tomi Rask–. Tenemos el vecino que tenemos; antes URSS y ahora Rusia, pero es el mismo vecino. Debemos estar preparados”.