De la noche a la mañana, hace exactamente un año, los bombardeos rusos sobre Ucrania obligaron a Europa a hacer algo que hasta ahora se le había resistido: sacar los dientes y ejercer no solo como poder blando o soft power , como una potencia económica y comercial que defiende los derechos humanos en el mundo, sino también como la dureza de un hard power .
Se acabaron de golpe las bizantinas discusiones típicas de Bruselas sobre el sexo de los ángeles. Es decir, sobre cómo poner en marcha una defensa europea propia de tal nombre en el marco de los tratados actuales, que prevén que esta es una competencia nacional. O sobre si el concepto de autonomía estratégica acuñado por Emmanuel Macron es o no el adecuado, cómo crear un marco estable de cooperación con la Alianza Atlántica o si es el momento de abrir las puertas a Ucrania, Georgia y Moldavia.
La Unión Europea simplemente –o todo lo simplemente que es posible en una organización compuesta por 27 países– lo ha hecho. Enfrentado al cambio de paradigma que supone el estallido de una guerra en la frontera oriental del continente, el objeto político no identificado , como denominó en los años noventa Jacques Delors a la Comunidad Económica Europea, nacida sobre las cenizas de dos guerras mundiales con el propósito de consolidar la paz, ha dado pasos impensables para ayudar a un país vecino a resistir una agresión que muchos sienten como propia.
No ha sido necesario, por ejemplo, cambiar los tratados europeos para decidir hacer compras conjuntas de armas para donarlas a Ucrania a través de la Facilidad Europea para la Paz, un instrumento pensado para ayudar a países terceros lejanos fundamentalmente con equipamiento no letal. Van 3.600 millones de euros invertidos a través de esta plataforma. Se ha dado formación militar a más de 15.000 soldados ucranianos. Los presupuestos nacionales para defensa se han disparado. Los tanques están empezando a llegar a Ucrania. Y se habla ya de enviar aviones de combate.
Es la defensa europea en acción. Sobre el papel, sigue siendo una competencia nacional, pero el firme consenso sobre la respuesta europea a la guerra –devaneos húngaros aparte– ha hecho que bastara con apoyarse no en tratados, sino en algo que no siempre ha habido en otras ocasiones: la voluntad política. La cooperación de la UE con la OTAN, una organización militar dominada por Estados Unidos, no es ya una opción, sino una obligación para hacer más eficaz el apoyo a Ucrania. Ambas organizaciones cada vez se parecen más: Finlandia y Suecia, dos países hasta ahora neutrales, han pedido ingresar en la Alianza Atlántica. Lo que ha obtenido Vladímir Putin no es la “finlandización de Europa”, como pretendía, anticipando una respuesta apática a su ataque al país vecino, como ocurrió en el 2014, sino una “ otanización de Europa”, dijo el presidente Joe Biden. Nunca la Alianza Atlántica había sido tan relevante desde el final de la guerra fría.
Según Biden, en lugar de una “finlandización de Europa”, Putinha provocadosu “otanización”
La unidad occidental frente a la guerra de agresión rusa es uno de los puntos en los que más han incidido los líderes europeos en sus discursos de los últimos días: Vladímir Putin también se equivocó al pensar que la unidad europea se quebraría pronto. Ese consenso sobre la respuesta europea a la guerra, apuntalado por la decidida reacción de la Administración Biden en Estados Unidos, ha permitido a los Veintisiete sacar adelante, por unanimidad, nueve rondas de sanciones contra Rusia.
Son las más fuertes jamás adoptadas por el club. Se sabía que no tendrían efecto de golpe, pero la resiliencia inicial de la economía rusa, ayudada por los precios desorbitados de la energía durante los primeros meses del conflicto, sorprendieron a la UE, que se reafirma en la estrategia. “Las sanciones son un veneno de acción lenta como el que está hecho en base al arsénico. Tardan en producir sus efectos, pero lo hacen, y de forma irreversible”, dice el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell.
Las medidas restrictivas, que incluyen un pacto con el G-7 que ha puesto un tope al precio del petróleo ruso, están sembrando el camino para cambios estructurales en las relaciones comerciales bilaterales. El concepto de seguridad económica cobra cada vez más relevancia. La desconexión con Rusia va más allá de la energía, el principal terreno de batalla económica este año, que se ha saldado por ahora con una (cara) victoria para la UE.
Cada nuevo paquete de sanciones ha sido más difícil de aprobar que el anterior, y hoy por la mañana –in extremis, porque el objetivo era tenerlas adoptadas cuando llegara el aniversario– los embajadores europeos se reunirán para aprobar el décimo. A pesar de las eternas reservas de Hungría y sus discursos antisanciones, al final, tras algunas concesiones, nunca ha vetado su aprobación.
Aunque absolutamente aislado, Viktor Orbán es el único aliado que le queda a Vladímir Putin en la Unión Europea. Es otra de las consecuencias de la guerra: la invasión rusa de Ucrania hizo saltar por los aires el llamado Grupo de Visegrado, compuesto por Hungría, Polonia, Eslovaquia y la República Checa. La cercanía entre Orbán y Putin se tornó en insoportable para estos países, en especial para Polonia, el país que ha asumido el liderazgo del bloque del este en todas las cuestiones relacionadas con Ucrania, omnipresentes por otro lado en todos los aspectos de la agenda europea.
La guerra hace saltar por los aires el Grupo de Visegrado: Polonia asume el liderazgo y Hungría se queda sola
Esa realidad es parte también del nuevo paisaje europeo: el centro de gravedad de la Unión ha pivotado y se ha trasladado al Este. Entre las consecuencias de este cambio, una relación más tensa en el eje franco-alemán, que no obstante pudo ponerse de acuerdo en la decisión de reconocer a Ucrania y Moldavia como candidatos a la UE. Es probable que, en diciembre, los Veintisiete hagan bueno el recibimiento que dieron al presidente Volodímir Zelenski en Bruselas, cuando le dieron la bienvenida a “casa”, y accedan a abrir negociaciones de adhesión.
Si incierto es el camino de Ucrania hacia la familia europea, no menos lo es el del orden de seguridad que saldrá de la guerra, con los cambios que supondría, por ejemplo, una posible intervención de China en favor de Rusia. Vaya hacia donde vaya, la Unión partirá de un lugar muy diferente al de hace solo un año.