El día 19 de abril del 2005, el cardenal Joseph Ratzinger pasó de ser el teólogo del papa al papa teólogo, y sucesor de san Juan Pablo II. Después de casi ocho años, el 28 de febrero del 2013, Benedicto XVI se convirtió en papa emérito, tras haber renunciado a la sede de Pedro el 11 del mismo mes de febrero. Detrás de estas dos noticias hay un largo itinerario vital, empezado en un pequeño pueblo de Baviera el 16 de abril de 1927. Ratzinger, que hablaba fluidamente latín y tocaba el piano con elegancia, siguió los cursos de los profesores alemanes y enseñó en varias universidades. En aquella época, vivió directamente en Tubinga los acontecimientos rompedores del 68, al lado de otro profesor, Hans Küng, con quien se reencontraría en Roma, ya como Papa. Dos hombres y dos carreras diversas, configurados ambos por su pertenencia al mundo universitario y, en concreto, a la teología, que fueron expertos, el uno y el otro, del concilio Vaticano II.
Este último punto es esencial en la vida de Benedicto XVI. A sus 35 años, el cardenal Frings quiso que Ratzinger fuera su teólogo de confianza en la magna asamblea conciliar, y Ratzinger nunca abandonará su adhesión completa al concilio Vaticano II, ni como teólogo ni como Papa. Las cosas no serán distintas cuando en 1981 el papa Juan Pablo II lo llame a Munich, donde ejercía de arzobispo desde 1977, desde Roma, a fin de que fuera el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio. Ratzinger se convertía así en el guardián de la fe de la Iglesia y en amigo personal de Juan Pablo II, y era evidente que este lo consideró su sucesor –cosa que sucedió de facto en el año 2005, no sin que en el cónclave el cardenal Bergoglio, el futuro papa Francisco, diera un paso al lado y facilitara la elección de Ratzinger –.
El papa Benedicto XVI era un hombre de cultura y de pensamiento, un humanista europeo. Dan fe los dieciséis volúmenes que conforman la recopilación completa de sus obras ( opera omnia ), la última de las cuales versa sobre Jesús de Nazaret. De hecho, la preocupación del papa Benedicto por la figura de Jesús le viene de siempre. El teólogo español Olegario González de Cardedal explica que en el 2004 recibió una carta del cardenal Ratzinger donde le decía que sus tres libros sobre Jesús pretendían ser “una meditación teológica” sobre su figura. Ratzinger, que escribió sobre la Iglesia, la liturgia, los sacramentos, la revelación divina, la relación entre fe y razón, se concentró, al final de su vida activa, en la persona de Jesús. Y, de hecho, su pontificado (2005-2013) presenta un significativo paralelismo con la fecha de publicación de sus tres libros sobre Jesús (2007, 2011, 2012).
La renuncia de Benedicto XVI fue un acontecimiento cargado de sorpresa y estupor. Ratzinger había llegado al final de sus fuerzas en el ejercicio de su responsabilidad. Él no era un hombre de gobierno ni de multitudes, sino un gran profesor que ejercía su tarea de obispo de Roma con un magisterio rico y profundo, pero que se tenía que enfrentar con problemas complejos, tanto internos (la secularización, el funcionamiento de la curia) como externos (el papel de la Iglesia en el mundo).
Meditada la decisión desde hacía meses, y llegado a los 85 años, el Papa sufría aquello que Andrea Riccardi ha calificado del “desgaste de un hombre”. Persona respetuosa y sensible, espiritual y dialogante, fino de espíritu y conocedor de los grandes autores cristianos, sobre todo Agustí i Bonaventura, estudioso de la figura de Jesús, su mundo interior se volvía progresivamente distante de lo que pide el gobierno de la Iglesia.
Un último apunte. Ratzinger visitó España seis veces como cardenal, normalmente por invitaciones académicas (incluyendo un doctorado honoris causa por la Universidad de Navarra, 1998), y tres veces como Papa, dos en razón de acontecimientos (València, Encuentro Mundial de las Familias, 2006, y Madrid, Jornada Mundial de la Juventud, 2011) y otra vez (2010) con motivo del Año Santo Jacobeo ( Santiago) y de la consagración de la basílica de la Sagrada Família. Esta última visita contribuyó decisivamente a promover la iglesia de Gaudí a escala mundial. En efecto, Benedicto XVI se sintió del todo identificado con una iglesia que es un canto al mensaje cristiano hecho desde la belleza de una arquitectura única, y calificó aquella misa como “una de las más extraordinarias” de su vida. El Papa teólogo se dejó llevar por la fascinación de un monumento donde se expresa, de forma plástica, la teología cristiana de todos los tiempos, aquella teología que él explicó durante toda la vida.