Tres años después de permanecer 18 meses en un calabozo en la cárcel de Curitiba tras un juicio politizado e irregular sobre un dudoso caso de corrupción, el veterano líder de la izquierda brasileña Luiz Inacio Lula da Silva ya es presidente de Brasil por tercera vez.
Pero los retos de reconstrucción de la democracia y de las instituciones públicas son mucho mayores ahora que durante los dos gobiernos que Lula lideró entre el 2003 y el 2010, tal y como advirtió el flamante presidente en su primer discurso, pronunciado en el Senado después de la toma de posesión en Brasilia este domingo.
Brasilia nunca había visto tanto público para celebrar la toma de posesión de un presidente
“Es el triunfo de la democracia” frente a las “amenazas violentas” y las “manipulaciones” utilizadas en la campaña del rival, el presidente ultraconservador Jair Bolsonaro, dijo Lula. “Si estamos aquí hoy es gracias a la conciencia política de la sociedad brasileña y el frente democrático que construimos”, añadió. Anunció un periodo de “esperanza y construcción” tras la “devastación” de los cuatro años de gobierno de Bolsonaro.
Lula rechazó “medidas de revancha”, pero advirtió que la ley se aplicará contra el movimiento golpista del bolsonarismo que se ha lanzado a las calles repetidamente en las últimas semanas en protesta por lo que consideran –sin fundamento alguno– un resultado fraudulento. Unos 58 millones de brasileños votaron a Bolsonaro en octubre cuando Lula se impuso a su rival ultraconservador por un margen del 51% al 49%.
Lula calificó la privatización de su antecesor, Jair Bolsonaro, como un acto de “rapiña”
Unos 300.000 seguidores del presidente participaron en la fiesta democrática celebrada el domingo en la Explanada y la plaza de los Tres Poderes delante de las futuristas –pero anticuadas– sedes del Senado y la Cámara del Congreso en Brasilia.
Lula y Alckmin acudieron a la primera ceremonia ayer por la tarde en la catedral modernista –otro edificio de Oscar Niemeyer– para luego dirigirse en el oficial Rolls Royce descapotable vintage hacia al palacio presidencial –el Planalto– para la investidura oficial.
Nacido en la pobreza más absoluta del nordeste brasileño en 1945, Lula asume la presidencia a los 77 años y por un mandato de cuatro años con la opción de presentarse luego a la reelección. Han transcurrido exactamente 20 años desde que Lula accediera a la presidencia brasileña por primera vez.
Bolsonaro –siguiendo los pasos de su admirado Donald Trump– optó por no asistir a la transferencia de poder para la entrega de la faja del presidente saliente al nuevo, rompiendo con una tradición solo interrumpida hasta la fecha por los golpes de Estado.
El ya expresidente ultraconservador voló el jueves a Kissimmee, en Florida, donde se ha alojado en la mansión del exprofesional de lucha libre brasileño José Aldo, al parecer, para pasar allí todo el mes de enero.
Pero en un discurso trasmitido por vídeo el jueves, el expresidente desaconsejó actos violentos de “todo o nada”. El vicepresidente saliente, Hamilton Moura, instó a los bolsonaristas a aceptar la presidencia de Lula y lanzó una dura crítica contra Bolsonaro. “Los lideres que tenían que tranquilizar al país han creado un ambiente de caos (...) con sus silencios”, dijo.
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Ya se ha esfumado en gran medida el temor a actos de desestabilización al estilo de lo que ocurrió en el asalto trumpista al Capitolio en Washington hace dos años. “El bolsonarismo está bastante desmovilizado, pero hay algún peligro de atentados”, afirmó en una entrevista concedida La Vanguardia la experta en bolsonarismo Leticia Cesarino, de la Universidad de Santa Catarina, en el sur de Brasil. Hace una semana, la policía desarticuló un plan bolsonarista para atentar contra el aeropuerto de Brasilia con un camión bomba.
Ayer, el ambiente fue pacífico en las calles de Brasilia y no se produjeron los actos de desestabilización que algunos temían. Unos 10.000 policías federales y militares y soldados vigilaban las ceremonias.
Diecisiete presidentes y jefes de gobierno, junto a cinco vicepresidentes, participaron en la toma de posesión de Lula y su vicepresidente, el centrista Gerardo Alckmin. El rey Felipe VI representó a España en la ceremonia.
Lula pretende volver a impulsar iniciativas regionales latinoamericanas en política exterior aprovechando la recuperación del poder de la izquierda en Latinoamérica, desde el Cono Sur hasta el Río Bravo. Conocido por sus dotes diplomáticas, pretende coordinar un movimiento de no alineamiento para contrarrestar las peligrosas divergencias geopolíticas entre Occidente, Rusia y China.
“Brasil es un país esencial para el equilibrio mundial; ahora tendrá liderazgo por la vocación democrática que recupera”, aseguró en una entrevista concedida a La Vanguardia el excanciller y asesor de Lula en política exterior.
Aunque el presidente venezolano Nicolás Maduro canceló su propio viaje a Brasil, la presencia de una delegación de Caracas liderada por el vicepresidente Jorge Rodríguez es un indicio de que el péndulo geopolítico se ha desplazado de forma decisiva en América Latina.
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Asimismo, Brasil volverá a una economía dirigida por el Estado tras el experimento neoliberal de Bolsonaro. Lula denunció en su discurso “el desmonte” del Estado durante los gobiernos de Bolsonaro en los cuatro años en los que Brasil se convirtió en un laboratorio de la ultraderecha negacionista y un paria para una parte muy relevante de la comunidad internacional.
“Los avances de derechos, de soberanía y desarrollo logrados a partir de 1988 han sido sistemáticamente demolidos en los últimos años”, censuró el nuevo presidente. Se comprometió a recuperar el poder de “un Estado necesario para una parte de la población solo para sobrevivir”. Lula arremetió contra las políticas de privatización de Bolsonaro, que calificó de “rapiña (…) la entrega de activos públicos a accionistas privados”.