Dilceia, cincuentona, negra de pelo gris, que acaba de salir de la sede en Copacabana de la Iglesia Universal del Reino de Dios, ama a Dios y a Michelle Bolsonaro. “Michelle es humilde; reza con la boca en el suelo; yo estuve en la calle durante dos años y ella me ayudó”.
La joven primera dama de fe neopentecostal puede ser el arma secreta de la campaña del presidente brasileño en la segunda vuelta electoral. “El voto evangélico va a ser el más disputado; y Michelle Bolsonaro es una figura clave”, dijo Rodrigo Toniol, antropólogo de la Universidad Federal de Rio. “Tiene una capacidad para llegar donde Bolsonaro por si solo no puede”.
Feligresa de la moderna iglesia Atitude, vinculada a los conservadores baptistas de Texas, Michelle, de 40 años, cultivó durante años la imagen de tímida, sin interés en la política, blindándose así de las críticas que llovieron sobre su marido.
Pero ya se emplea a fondo. “Prefiero ser madre, esposa (...), pero si Dios lo quiere, pediré que me dé sabiduría”, dijo tras su tercer mitin electoral de la semana.
La primera dama nació en un barrio muy humilde y salió adelante con el apoyo de la religión
El día después de la estrecha victoria de Luiz Inacio Lula da Silva en la primera vuelta electoral, Michelle compareció junto a su marido en la macro iglesia Asamblea de Dios, en São Paulo, la más grande del país, con 55 millones de creyentes. “La iglesia tiene que posicionarse”, anunció. Es una batalla de “la luz contra la oscuridad”.
Prosiguió: “Es inadmisible que un cristiano vote a un ser que va contra la palabra del señor”, dijo en referencia a Lula, un presidente “consagrado por demonios”.
Todo estuvo perfectamente sincronizado con los videos de un “satanista” que pedía el voto para Lula y que fueron distribuidos por el llamado gabinete de odio de la campaña bolsonaristas. El PT tuvo que responder en un spot surrealista: “Lula no tiene un pacto con el diablo”.
El día después, se dio la noticia de que la Asamblea de Dios –cuyo poderoso presidente, el telepredicador, Silas Malafaia es íntimo amigo de Michelle–, pretende expulsar a todo practicante que “defienda las pautas de la izquierda”.
Michelle, que pertenece a una iglesia evangélica, lleva tres mítines en una semana
Según los últimos sondeos, dos de cada tres evangélicos votarán a Bolsonaro y uno de cada tres a Lula. Se calcula que una tercera parte de la población brasileña ya es evangélica. Según datos recopilados por el diario O Globo, se abre cada día una media de 21 iglesias evangélicas, normalmente pequeños locales en las periferias obreras de las ciudades. Ya son 178.000 en el país.
“Crecemos tanto porque cada creyente es evangelizador”, dijo Anderson Silva, un joven pastor de la iglesia Asamblea de Deus, en el pequeño pueblo de Cascavel, en Ceará, el estado del noreste, un feudo de Lula. Michelle –cuyo padre es de Ceará– participará la semana que viene en una caravana electoral en noreste para intentar movilizar el voto de las evangélicas “nordestinas” y así reducir la amplia ventaja de Lula en la región. “Todos nuestros creyentes votarán a Bolsonaro porque es quien defiende a la familia”, añadió el pastor Silva.
El evangelismo brasileño se politiza cada vez más. La llamada bancada de la Biblia –principalmente evangélicos– tiene 102 diputados y 13 senadores, la mayoría bolsonaristas. Pero no es un monopolio de la derecha. Un pastor disidente de la Iglesia Universal, Romualdo Panceiro, acaba de pedir el voto para Lula, y hay corrientes minoritarias que apoyan a la izquierda.
“El voto de Lula es bastante estable; quien corre riesgo de perder votos de evangélicos es Bolsonaro”, vaticinaba Toniol en una entrevista.
La primera dama afirma que el expresidente Lula ha sido “consagrado por los demonios”
En busca de votos jóvenes, Michelle ha ido modernizando su imagen. Ya lleva un peinado tipo bob y vestidos en absoluto puritanos. En el entierro de la reina de Inglaterra el mes pasado, vistió un traje inspirado en Kate Middleton, Letizia y Jacqueline Kennedy. No parecía la misma persona que la que, el año pasado, tras el nombramiento del juez evangélico André Mendonça al Tribunal Supremo, se puso a gritar: “¡Cantaramaya! ¡Cantarasuya!”
No le gusta hablar de sus orígenes. Nació en una familia pobre en Ceilandia do Norte, una de las ciudades satélite de la capital Brasilia. Una visita a su barrio hace una semana comprobó hasta qué punto hizo suya la ideología evangélica de superación personal. Sin llegar a ser una favela, las casas están destartaladas y las calles son estrechas, nada que ver con la futurista capital a 20 kilómetros de distancia.
Su abuela fue encarcelada por tráfico de drogas en los años noventa. La madre fue juzgada por falsificar su carne de identidad. Un tío fue encarcelado por pertenecer a una milicia paramilitar. En Ceilandia, como toda la región de la capital brasileña, “todos son de Bolsonaro”, dijo la dueña de una papelería cerca de la casa de la familia.
De veinteañera, Michelle intentó trabajar de modelo, luego de vendedora en una vinoteca en Brasilia. Un día, un cliente le propuso ir a trabajar de secretaria en la Cámara de Diputados.
Un tercio de los creyentes en Brasil son evangélicos y la mayoría apoya a Bolsonaro
Bolsonaro –entonces diputado– la contrató en el 2007. El tenía 52 años; ella 25. Se casaron poco después. Pronto Michelle –la tercera mujer del actual presidente– estaría en Rio, disfrutando el condominio de los Bolsonaro en frente de la playa, en el ostentoso distrito de Barra da Tijuca. Próxima parada, la modernista casa presidencial en la orilla del lago en Brasilia. Si el ascenso ha sido rápido para Jair Bolsonaro, para Michelle es meteórico.
Hasta la fecha, la primera dama ha sido tratada con bastante delicadeza en los medios. Pero los periodistas se van quitando los guantes de seda. Ya se comenta la desconexión de Michelle de la realidad social. En la víspera de las elecciones del domingo pasado, anunció un ayuno cristiano de 12 horas en apoyo a Bolsonaro, propuesta que no convenció al 30% de los brasileños que no gana suficiente para alimentar a sus familias.
Es más, si la familia de Michelle ha tenido sus problemas con la ley, los Bolsonaro pueden tener más. La policía investiga un escándalo en el que el ex policía, Fabricio Queiroz, viejo amigo de los Bolsonaro, depositó en la cuenta de Michelle, 27 cheques por valor de medio millón de dólares. Juliana Dal Piva en su nuevo libro, El Negocio de Jair , vincula el regalo a la implicación de los Bolsonaro en un escándalo de corrupción y blanqueo de dinero en distritos colindantes a Barra da Tijuca controlados por mafias ex policiales. Ya hay quienes han cambiado el nombre Michelle por Micheque .