Tres semanas después de llegar a Downing Street, Liz Truss ha presentado un presupuesto que ha desatado las alarmas de la comunidad financiera, ha provocado el derrumbe de la libra y ha arruinado las expectativas de los tories.
Hay veces en que la política económica se decide en torno a un solomillo. Una noche de 1974, el economista Arthur Laffer compartió mesa en el restaurante Two Continents de Washington con dos jabalíes de la administración americana, Dick Cheney y Donald Rumsfeld. Los dos jugaron después un papel relevante en la invasión de Irak y la búsqueda de armas de destrucción masiva. Pero aquella noche lo que les preocupaba era cómo bajar los impuestos. Fue justamente en aquella cena que Laffer se “inventó” la curva.
La Curva de Laffer es un diagrama en forma de U invertida que el economista dibujó sobre una servilleta de tela. El diagrama relaciona los ingresos por impuestos con los tipos de retención. Cuanto más altos son los tipos, las personas trabajan menos y los ingresos bajan (y viceversa). Con un impuesto 0, la recaudación es nula. Con un impuesto del 100%, nadie quiere trabajar y la recaudación también es nula. La discusión está en lo que pasa entre el 0 y el 100%. Como la curva tiene forma de U invertida, hay dos tasas impositivas diferentes, pero que recaudan la misma cantidad. Una lo hará con un nivel de retención fiscal menor que la otra. Lógicamente, los gobiernos siempre buscarán aplicar la menor de las dos tasas. Y los defensores de la rebaja de impuestos siempre intentarán convencernos de que estamos en el lado incorrecto de la curva.
La curva de Laffer sirvió en los 80 para justificar rebajas de impuestos
La curva sirvió para justificar reducciones de impuestos. La tesis de que las rebajas estimulaban la economía no era nueva. Pero la curva era una manera brillante de visualizar las ideas y deseos que hervían en la cabeza de los asesores de Margaret Thatcher y Ronald Reagan cuando llegaron al poder en 1979 y 1980.
El diagrama tampoco era nuevo. Laffer lo utilizaba en sus clases desde hacía años. Quien lo popularizó fue el cuarto comensal, el periodista Jude Wanniski, que se guardó la servilleta y explicó la cena en un libro ( The Way the World Works , 1978).
Años después, Laffer dijo que no recordaba lo ocurrido aquella noche. Tampoco los economistas fueron generosos con la curva. La acusaron de imprecisa. Y la realidad no la ha refrendado: raras veces las reducciones de impuestos reportan aumentos de la recaudación. Pero la historia se hizo viral. Según el nobel Robert J. Shiller, lo que la hizo tan popular fue el cómo se contó: la cena, dos hombres poderosos, el dibujo sobre un pedazo de tela...
El derrumbe de la libra, días después de la muerte de Isabel II, es como un aviso del declive británico
La curva de Laffer demuestra lo importantes que son las historias. El cómo se cuentan. De los relatos que rodean los primeros años de Margaret Thatcher y de Ronald Reagan, el más atractivo es el de la Dama de Hierro. Reagan era un actor que explicaba ideas complejas de manera sencilla. “El gobierno no es la solución, es el problema” decía. Pero ella era diferente. Ella era una cruzada de las ideas neoliberales, una mujer poseída por la convicción de que iba a cambiar la sociedad británica.
La contrarrevolución neoliberal se puso en marcha como si fuera un golpe de mano. Solo unas semanas después de llegar a Downing Street, Thatcher hizo aprobar el primer presupuesto, que contenía importantes rebajas de impuestos y recortes en el gasto social. Sabía que tenía que actuar rápidamente. Reino Unido estaba en recesión y la inflación se había disparado. Pero el laborismo estaba KO y los sindicatos del sector público tenían casi paralizado el país. Había que aprovechar toda aquella irritación. Las políticas de Thatcher despertaron hostilidad, también entre los suyos. Pero tenía cuatro años para superar esa impopularidad. Thatcher aguantó. Privatizó y desreguló. Y en efecto, la sociedad británica salió de la UCI completamente cambiada.
Truss ha querido emular a Thatcher en un contexto muy diferente del que disfrutó la Dama de Hierro
Thatcher ocupa un lugar preferente en el altar de los santos tories. De Theresa May a Boris Johnson, todos la han tomado como referencia, pero ninguno se ha atrevido a hacer algo parecido. Solo Liz Truss la ha querido emular esta semana y resarcir a los votantes del fracaso del Brexit, que contra lo que prometieron, no ha liberado crecimiento. Todo lo contrario.
El viernes 23 de septiembre, tres semanas después de acceder al cargo, Truss y su ministro de Economía, Kwasi Kwarteng, presentaron un mini presupuesto con ayudas de 70.000 millones de libras para paliar las alzas de la energía en los hogares y una rebaja de impuestos a las rentas más altas de 50.000 millones. Todo ello sin explicar cómo se financiaba.
El Banco de Inglaterra ha intervenido para evitar los impagos en los fondos de pensiones
Fue como un electroshock. La libra esterlina se desplomó. Hubo ventas masivas de gilts (los bonos del Tesoro del Reino Unido). El Banco de Inglaterra tuvo que efectuar importantes compras de bonos para evitar los impagos de los fondos de pensiones. El hundimiento de la libra fue como el mensaje de despedida del Reino Unido como potencia después de la muerte de Isabel II. Los tories habían puesto la ideología por encima del sentido común.
Truss presentó una rebaja de impuestos para estimular la economía aun al precio de perder su control y en la confianza de que el Banco de Inglaterra, subiendo los tipos de interés, protegería la libra y frenaría la inflación.
Pero los mercados no han comprado la fórmula. Ni instituciones como el FMI, que le han pedido que rectifique. Los tories no han calibrado los cambios acontecidos tras la crisis del 2008-20010, que ha cuestionado la obsesión por el déficit y el énfasis en la política de austeridad. El problema, además, es que Truss no tiene el tiempo de que disponía Thatcher. Tiene solo dos años y tres meses. Y las encuestas sitúan a los laboristas 33 puntos por delante. ¿Agotará el mandato o la echarán?