Si en alguna de las famosas juergas en Downing Street durante la pandemia, tal vez buscando en los sótanos y altillos una botella de cualquier cosa para que la fiesta no decayera (es una exageración), Boris Johnson se hubiera encontrado la lámpara mágica de Aladino, y tras frotarla el genio le hubiese dicho que podía pedir tres deseos, el primero de ellos habría sido una huelga como la que ayer paralizó Gran Bretaña. No porque quiera complicar la vida de sus conciudadanos más de lo que ya lo está, sino porque le permite (o eso espera) regresar a las viejas batallas ideológicas entre derecha e izquierda, y ahondar las divisiones dentro del Labour.
Cincuenta mil trabajadores de los ferrocarriles y del metro de Londres pusieron ayer la señal de stop en el país, en la mayor acción sindical en treinta años. Desde Aberdeen hasta Plymouth y desde Dover hasta Cornualles, solo operó uno de cada cinco trenes, haciendo que estudiantes no pudieran acudir a los exámenes de selectividad y pacientes a los hospitales para operaciones que esperaban en algunos casos desde hacía años. El parón ha supuesto una perdida de unos mil millones de euros para el sector de la hostelería, ya de por sí muy castigado por la inactividad de la pandemia.
Con los trabajadores del metro de Londres sumados también a la huelga, muchas calles del centro de la capital estaban vacías en comparación con lo que suele ser un día con sol y una temperatura deliciosa, ya casi entrando en el verano, como para pasear e ir de compras. En la Central Station de Glasgow había a la hora punta más gaviotas que personas, con todos los servicios cancelados.
Los empleados de ferrocarriles (maquinistas, mecánicos, supervisores, ingenieros...) tienen un sueldo medio de casi 40.000 euros anuales, y exigen una subida del 7% para compensar al menos en parte el incremento del coste de la vida (el Banco de Inglaterra calcula que la inflación alcanzará en octubre el 11%). Sus patrones, con el respaldo del Gobierno, les ofrecen únicamente el 3%, y hasta ahora ninguna de las dos partes ha mostrado flexibilidad. Con más huelgas convocadas para mañana y el sábado, las negociaciones se reanudarán hoy sin grandes esperanzas de un compromiso.
Para Johnson se trata de maná caído del cielo, un auténtico regalo de Aladino, de los huelguistas y los sindicatos que han aprobado la acción. “Pido a los ciudadanos que aguanten porque el país no se puede permitir acceder a las demandas”, dijo en ese tono churchilliano que le gusta, en plan sangre, sudor y lágrimas, y recurriendo a la vieja retórica thatcherista de la lucha de clases, los obreros contra los consumidores, como si el tiempo no hubiese pasado y ambos conceptos no se hubiesen difuminado, igual que la división ideológica entre la derecha y la izquierda. Los antiguos mineros son hoy conductores de Uber, empleados de empaquetadoras o atienden a llamadas telefónicas en los call centres , la mayoría no están sindicados y muchos votan al Partido Conservador.
Pero uno de los sectores en los que sigue habiendo una considerable militancia es el del transporte, a pesar de que los sueldos son más altos que en muchos otros, lo cual no alimenta precisamente la simpatía de los ciudadanos que ayer se perdieron sus exámenes y sus operaciones o, como una persona que por narices tenía que viajar de Glasgow a Londres, y pagó dos mil euros a un taxi.
El líder laborista, Keir Starmer, echa balones fuera, pero varios de los diputados del partido se suman a los piquetes
La inflación no es tan exagerada como en 1975, cuando alcanzó el 25%, y Thatcher se encargó de cortar las garras a los sindicatos, de manera que las cosas no son exactamente iguales que hace medio siglo. Pero se trata de una aproximación, con los precios de la energía disparados como entonces, pérdida de nivel adquisitivo y huelgas. La del ferrocarril no es más que el principio, porque también amenazan los médicos y enfermeras, los maestros, los carteros, los cuidadores de personas mayores y hasta los abogados.
La acción de ayer no fue solo por una cuestión de dinero, sino para intentar preservar los puestos de trabajo. La patronal y el Gobierno de Johnson quieren eliminar un número considerable apelando a la “eficiencia”, porque la pandemia ha cambiado el estilo de vida de los británicos, el teletrabajo es una realidad, muchos funcionarios lo hacen todo desde casa, los viajes en metro y en tren han disminuido un 20%, y los ingresos de las empresas otro tanto.
El primer ministro apela a la derecha con su negativa rotunda a hacer concesiones a los trabajadores en huelga
El líder laborista Keir Starmer ha intentado nadar entre dos aguas (como hace en todo, también el Brexit), sin condenar las huelgas pero diciendo que no son una buena idea. Sin embargo, varios diputados del partido se sumaron a los piquetes, justo con lo que Johnson soñaba. Al premier todavía le quedan dos deseos que pedir al genio: uno podría ser que se enquiste aún más la relación con la UE, y el otro que los votantes vuelvan a pensar en la inmigración. Divide y vencerás.