Un autobús militar sirio ha sufrido un asalto terrorista con "distintas armas", este domingo al mediodía, mientras cruzaba el desierto de Palmira. Un mínimo de trece soldados habrían muerto y otros dieciocho habrían resultado heridos. Un observatorio de la oposición siria con sede en Inglaterra eleva a quince el número de fallecidos y atribuye el atentado a Estado Islámico, extremo que habría sido corroborado a la agencia EFE "por una fuente militar que solicitó el anonimato".
El ejército ya habría sido hostigado en una zona cercana el día anterior y el ataque de hoy a las 13.30, hora local, se habría hecho al amparo de una tormenta de arena. El Estado Islámico fue erradicado de su último refugio en Siria en 2019, gracias a la intervención de fuerzas estatales y no estatales a menudo antagónicas, desde Estados Unidos a Rusio o Irán y desde Hizbulah a la filial siria del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), sin olvidar al propio ejército sirio.
Desde entonces, las posibles células durmientes de Estado Islámico (EI) no suponen ninguna amenaza militar para el régimen de Bashar al Asad y solo pueden recurrir a algún que otro golpe de efecto terrorista, como en Afganistán o Pakistán. En este último país, EI se atribuyó finalmente el atentado en una mezquita chií de Peshawar, que esta misma semana dejó docenas de muertos.
Su modesta revitalización en Siria podría no ser ajena a la fuga a finales de enero de docenas de yihadistas. Estos se encontraban en una cárcel saturada del nordeste del país bajo tutela de milicianos kurdos, que tardaron una semana en cerrar todas las vías de escape, tras un asalto armado con coche bomba incluido y una feroz resistencia. Las fuerzas de ocupación de Estados Unidos en dicho rincón de Siria -algunos centenares de soldados- habrían colaborado en dicho esfuerzo.
Una semana más tarde, Washington daba la noticia de la eliminación del supuesto cabecilla de Estado Islámico, Abu Ibrahim al-Hashimi al-Qurashi, en una operación militar estadounidense en la provincia siria de Idlib, a poco más de un kllómetro de la frontera de Turquía.
Ahora, las miradas están puestas en cómo puede afectar la invasión rusa de Ucrania a los equilibrios en Siria. Rusia, por ejemplo, hace la vista gorda a los bombardeos de precisión israelíes sobre determinados objetivos iraníes en Siria. Ha tolerado, asimismo, el encastillamiento turco en Idlib -rodeado de milicias islamistas- o su ocupación militar de Afrin y de una franja en el norte. Por todo ello, no tiene nada de extraño que el primer ministro israelí, Naftali Bennett, se reuniera ayer en el Kremlin con el presidente Vladimir Putin, que hoy recibía una llamada telefónica de su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan.
Por otro lado, el cierre de los Estrechos Turcos a todas las armadas, excepto la turca, trastocaría las operaciones rusas en su base naval siria, si se prolonga la guerra. No obstante, Moscú se cuidó de desplazar al Mediterráneo Oriental algunas de sus naves dotadas de sistemas de armas hipersónicas antes de desencadenar las hostilidades.