El presidente del segundo país más contaminante después de China llegó a la Casa Blanca con la promesa de retomar la senda verde abandonada por su antecesor, Donald Trump. El nuevo mandatario declaró el “código rojo para la humanidad” por el clima; culpó al calentamiento del planeta de los recientes y devastadores huracanes e incendios, y aseguró que para 2030 las emisiones de gases de efecto invernadero desde Estados Unidos, hoy casi el 14% del total, se reducirán un 50% con respecto a las de 2005. ¿Lo cumplirá?
Ha llegado el momento de la verdad para que Joe Biden pase de las promesas a los hechos. El tan traído y llevado plan de 3,5 billones de dólares que centra el debate político desde hace unos días, plan estancado en este momento por la profunda fractura dentro del Partido Demócrata, no es sólo un ambicioso proyecto de mejoras sociales para las familias estadounidenses; también constituye el vehículo principal de la salvación del planeta mediante el cumplimiento de lo prometido. Lo dicen desde un Premio Nobel de Economía hasta el menos sensacionalista de los expertos ambientalistas, pero sobre todo lo dicen la cifras. La mala noticia es que Biden puede estar perdiendo la batalla que, en ese debate de apariencia doméstica, ha empezado a librar con la gran industria de los combustibles fósiles.
La ley a debate en el Congreso de EE.UU. prevé medidas “históricas” para promover y subsidiar la energía solar y eólica; recortes en los subsidios al carbón y el petróleo; una revolución en el transporte de todo tipo para reducir drásticamente la contaminación, y un Paquete de Desempeño de Energía Limpia que incentiva a las compañías eléctricas a prescindir de los combustibles fósiles, entre otras reformas: toda una transición energética.
En la pugna por frenar esta revolución y mantener su estatus, los sectores petrolero, carbonero y gasístico cuentan con un eficaz soldado sobre el terreno: el senador demócrata Joe Manchin, representante del estado carbonero de Virginia Occidental, donde sus paquetes accionariales en dicho sector le hacen ganar medio millón de dólares al año. Manchin figura en los primeros lugares de las listas de políticos que más fondos perciben en de las empresas tradicionales de energía en sus campañas electorales, como muestra la página web Open Secrets .
El proyecto de Biden no es solo un plan social interno sino el vehículo para salvar el planeta, señalan los expertos
Junto con su compañera de partido en la Cámara Alta Kyrsten Sinema (Arizona), también generosamente financiada por compañías opuestas a los recortes de negocio e incrementos fiscales del plan de Biden, el parlamentario de Virginia ha aprovechado el empate con los republicanos en el Senado para bloquear el proyecto en el Congreso.
En un memorando que firmó en julio pero se conoció sólo hace unos días, el senador condiciona su apoyo al proyecto estrella del presidente a que su cuantía pase de 3,5 billones a solo 1,5. Exige que, “si se amplían los créditos fiscales” o ventajas tributarias a las energías solar y eólica, “los créditos fiscales fósiles no se deroguen”; que el Comité de Energía del Senado, por él presidido, tenga “jurisdicción exclusiva” respecto a cualquier norma sobre energía limpia; y que el gasto para renovar las fuentes de energía sea “para su innovación, no eliminación”.
“ Joe Manchin está haciendo el trabajo de la industria de los combustibles fósiles”, afirma el influyente ambientalista Bill McKibben. “¿Crees que Manchin se opone al gasto climático porque le preocupan los costos? ¿O porque fundó dos compañías de carbón en los años 80, ahora dirigidas por su hijo, y la fortuna de su familia depende de esa industria de los combustibles fósiles?”, pregunta en un tuit Robert Reich, exsecretario de Trabajo con Bill Clinton.
El Nobel de Economía Paul Krugman escribió hace una semana que la ofensiva de Manchin puede “condenar al planeta”, pues el plan climático de Biden “es casi con certeza nuestra última oportunidad de evitar un desastre”.
Y, en un tono aún más apocalíptico, el autor del libro Big Coal (Los grandes del carbón), Jeff Goodell, dijo en la revista Rolling Stone que “Manchin acaba de cocinar el planeta”. Pues, sino desiste de sus condiciones, “será recordado como el hombre que, cuando llegó el momento de decidir, eligió condenar prácticamente a todas las criaturas vivientes de la Tierra a un futuro infernal de sufrimiento, dificultades y muerte”.
La industria de energía fósil presiona a los políticos con anuncios en Facebook
Pero en el bando del senador hay un poderoso entramado corporativo que no tiene reparo en presionar por todos los medios a los congresistas que sí defienden la agenda climática de Biden. A través de anuncios en Facebook mil veces repetidos, la asociación Energy Citizens, respaldada por el Instituto Americano del Petróleo, viene atacando sin miramientos a ciertos congresistas demócratas, con nombres y apellidos, para que den el brazo a torcer en el asunto: “Algunos políticos, incluida la representante Chrissy Houlahan, pretenden propiciar que aumenten los impuestos a los productores de energía de EE.UU. otra vez”, se lee en uno de los anuncios.
El reclamo, parte de una amplia campaña con un coste de millones de dólares, invita al público a llamar a los congresistas citados: “Las subidas de impuestos a los productores de energía ponen en riesgo los empleos del sector de EE.UU. ¡Llame ahora a la representante Houlahan!”, animan los anunciantes.
El bloqueo de Manchin puede impedir al líder cumplir sus promesas frente al “código rojo para la humanidad”
El envite de Manchin y Sinema obligó la semana pasada a retrasar dos veces la votación del también crucial paquete de infraestructuras de un billón de dólares, porque los demócratas “progresistas” se negaron a respaldarlo sin un acuerdo paralelo sobre el gran plan social y contra el cambio climático. En un intento por calmar los ánimos y evitar que la división en sus filas le reviente el mandato, Biden acudió el jueves al Capitolio para pedir paciencia a los suyos y asegurarles que todo esto “se hará”... aunque sea, precisó, reduciendo el mondo de su plan más querido y ambicioso a entre 2 y 2,3 billones. El problema es que, al rebajar el proyecto en más de un billón, habrá que elegir qué partidas se eliminan o limitan drásticamente. ¿Las dotaciones para universalizar el acceso a las guarderías? ¿La ampliación de la sanidad pública? ¿Las ayudas para educación? ¿Las de cuidado a los mayores? ¿O los subsidios a las energías limpias a costa de las que ensucian el planeta? Difícil papeleta.