Trump en Halloween

Trump en Halloween

Pablo tiene 26 años. Nació en Buenos Aires pero, de muy pequeño, se vino a vivir a Nueva York. Se ha plantado, esta tarde de sábado de Halloween, frente a la Trump Tower, en la Quinta Avenida, con una bandera donde, sobre un fondo blanco y negro, se lee Fuck Trump . “Es un ser humano catastrófico”, dice. (Cualquier subtexto quedaría empequeñecido ante tamaña descripción).

Pablo mueve la bandera mientras, frente a la puerta de entrada de este edificio de 200 metros de alto y 58 plantas, dos policías armados con fusiles semiautomáticos impiden el acceso a cualquier persona ajena al edificio. La Trump Tower está aislada como ya sucedió en las elecciones de hace cuatro años.

La ciudad que no duerme está sedada a pesar de que, en dos días, EE.UU. se juega su futuro de los próximos años

Pablo menea la bandera y recibe un bocinazo cariñoso de un negro conduciendo un Tesla que, a pesar del frío día en Nueva York, saca el puño por la ventana.

A Pablo lo veremos estos próximos días en todas las televisiones del mundo porque las elecciones en Nueva York solo tienen hoy este plano. Este o el de una ciudad que ha perdido la sonrisa. Sus calles solitarias, las tiendas vacías, los hoteles cerrados y los restaurantes a media asta. Lo que más me alegra de Nueva York es que está tan triste como Barcelona. No es un mal menor. Una alegría que se comparte es una alegría doble. En cambio, una pena compartida se convierte en media pena para todos. Si Madrid te sorprende por una inexplicable desmesura, Barcelona se ha casado pandémicamente con Nueva York. Transitas como alma en pena como lo harías en cualquier pueblo de EE.UU. una noche de Halloween.

En Broadway, por ejemplo, hay luces pero no hay gente. Se ha parado el calendario. Siguen anunciando el estreno de Avengers para el septiembre, El Rey León continua en cartelera y, junto a una de las tiendas más enormes de souvenirs absurdos de la ciudad (ahora sin ningún cliente), Hugh Jackman tiene el protagonismo en los carteles exteriores de un teatro deprimentemente cerrado, el Winter Garden.

No hay ruido en NuevaYork. No hay bullicio en una de las noches más señaladas del año. Halloween parece este 2020 una broma.

Recuerdo una de las crónicas magistrales de Francesc Peirón en La Vanguardia desde Nueva York cuestionando, después de la primera ola de coronavirus, cómo renacería la ciudad. Alguien le decía a Peirón que “la vida volverá y empezará con los jóvenes, que se sienten menos vulnerables”.

La ciudad que no duerme está sedada a pesar de que, en dos días, EE.UU. se juega su futuro de los próximos cuatro años.

Pablo le sigue dando movimiento a la bandera. “Fuck Trump”, grita de vez en cuando con poco éxito de atención. En la Trump Tower ves la potencia y el poder del presidente de EE.UU.: la esquina de la calle 54 con la Quinta Avenida está cerrada y solamente puedes acceder si eres inquilino de uno de los pisos de la torre o te lo permite el policía que está encerrado en la garita prefabricada para la ocasión. Es el confinamiento electoral de la Trump Tower para evitar problemas.

Trump y Manhattan forman, desde hace décadas, un curioso matrimonio siempre al limite del divorcio. Es muy interesante observar la serie documental de Netflix Trump, An american dream . Al final del primer capítulo, en una entrevista con la periodista Rona Barrett en 1980, ella le pregunta a Donald Trump con 37 años, ya multimillonario:

-Si perdiese su fortuna, ¿qué haría?

Y Donald Trump responde:

-Me presentaría a presidente

Otra fake news . “Un ser humano catastrófico”. Y Pablo vuelve a menear la bandera.

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