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Moria: la ratonera de Europa

Crisis migratoria

Veinte mil personas viven amontonadas en la inmundicia de Moria, el mayor campo de migrantes del continente

Una niña afgana corre a buscar agua en Moria, el mayor campo de migrantes de Europa, entre la basura y el barro

Gemma Saura

El hedor. El primer golpe que asesta Moria es un olor penetrante y nauseabundo. El mayor campo de migrantes de toda Europa huele a basura, a podrido, a excrementos.

Una sola cosa une a sus 20.000 habitantes. Afganos, sirios, congoleños, pakistaníes, somalíes... Hombres y mujeres. Niños, muchos niños. Todos, del primero al último, quieren salir cuanto antes de aquí.

“Moria es una cárcel. No sólo para mí. Para cualquiera”, dice Amir Husein, un afgano de 18 años. Está contento porque mañana, si nada se tuerce, se subirá a un barco rumbo a Atenas, donde le espera la entrevista oficial para conseguir papeles. Es un afortunado. Sólo ha pasado diez meses en Moria, donde llegó como menor no acompañado.

Esto tenía que ser un lugar de acogida temporal cuando, en el 2015, las autoridades habilitaron a toda prisa un campo militar en desuso para los miles de refugiados que llegaban a Lesbos. Pero la política migratoria europea de fronteras cerradas y confinamiento en las islas griegas ha acabado convirtiendo a Moria en un monstruo donde los solicitantes de asilo quedan atrapados meses, un año, o incluso más.

Una niña se balancea en un columpio en el campo de refugiados

COSTAS BALTAS / Reuters

El campo oficial, protegido por alambre de espino, hace tiempo que quedó desbordado. Tenía capacidad para 2.800 personas, una séptima parte de sus habitantes actuales. Un mar de tiendas de lona y chabolas se extiende por las colinas de olivo, entre montones de basura, barro y riachuelos de agua negra. Sin electricidad ni agua corriente.

El paisaje desorienta. No parece Europa. Uno diría que está en un township de una urbe africana o en un campo de desplazados del tercer mundo.

La jungla, como lo llaman, no para de crecer. “Las tiendas en esta colina son nuevas. De diciembre”, señala Selina Kyriaku, una voluntaria que acude los sábados a preguntar, tienda por tienda, qué necesitan. Hace un año, Moria tenía 4.900 habitantes. Entonces las oenegés ya se quejaban de las condiciones. En el 2019 la población se disparó con el repunte de llegadas de Turquía. Las cifras están lejos del 2015 o el 2016, pero la ley de la Unión Europea crea una ratonera en la isla.

Tercermundista

Hace un año Moria tenía 4.900 habitantes. Hoy se hacinan unas 20.000 personas

Un grupo de hombres afganos de la minoría chií hazara se afana en construir una chabola con palés. Llegaron a Lesbos hace dos o tres meses (el 50% de las nuevas llegadas son afganos) y duermen en una tienda de camping que les proporcionó Acnur, el organismo para refugiados de la ONU. Pero no pueden seguir así: cuando llueve, Moria se convierte en un lodazal. No han podido construir una vivienda mejor antes porque los palés, que han comprado en el campo, estaban muy caros. Les pedían ocho euros por unidad, ahora han pagado tres.

Es difícil mantener la higiene personal en un lugar así. Duchas y lavabos están lejos y están asquerosos, dice Mahdi Karimi, de 25 años. No hay agua todo el día, sólo por la mañana y por la noche, y nunca se sabe cuánto durará. A veces se acaba a los diez minutos. Hay que correr, dar empujones y hacer colas. Así que Mahdi intenta lavarse una vez a la semana. Y, sobre todo, intenta no ensuciarse.

Niños juegan entre basuras

LOUISA GOULIAMAKI / AFP

La falta de higiene es la causa de la gran prevalencia de enfermedades dermatológicas, señala Dimitris Patestos, de Médicos del Mundo. Muchos bebés sufren infecciones por la carencia de pañales. El doctor está inquieto por la decisión del nuevo Gobierno de derechas de retirar el número de seguridad social a los solicitantes de asilo. “En Moria hay tuberculosis y muchas enfermedades infecciosas. Quitar a toda esta gente del programa de vacunas (sólo se ha mantenido la del neumococo) crea un problema de salud pública. No sólo para Grecia sino para toda Europa, porque la mayoría van a acabar en otros países”, advierte Patestos. “No puedo ni imaginarme qué ocurrirá si hay un brote de coronavirus. Los virus no se pueden encerrar en una cárcel”, añade.

“Como una cárcel”

Afganos, sirios congoleños, somalíes... una sola cosa les une: todos quieren salir cuanto antes de aquí

La comida también es un problema. Se reparte en el campo oficial tres veces al día, se forman largas colas y a veces no llega para todo el mundo. Por la mañana, una pasta y agua, cuentan los afganos. Para cenar, siempre un huevo duro, un pan de pita y un tomate. Sólo el almuerzo varía algo. A veces judías, otras lentejas con arroz, una vez a la semana pollo o salchichas. Según el diario The Washington Post , no cumple las necesidades calóricas de un adulto.

“Es incomible”, dice Mohamed Reza. Coge una judía de la porción del mediodía y la aplasta entre los dedos para enseñar que está cruda. A menudo les provoca dolores de barriga o diarrea, dice. Si pueden pagarlo, muchos optan por hacer una hoguera y cocinar. Los solicitantes de asilo cobran de la ONU 90 euros al mes. Moria es como una ciudad, con colmados, tiendas de ropa, peluquerías. Hay tenderetes con verdura y fruta y también se vende carne, pero es difícil de encontrar y cara. Su origen es a menudo dudoso. En el vecino pueblo de Moria se quejan de que constantemente les roban ovejas y gallinas y productos de la huerta.

Decenas de tiendas de campaña se amontonan en el campo de Moria

Konstantinos Tsakalidis / Bloomberg L.P. Limited Partnership

Los afganos están inquietos por las noticias que les llegan de que el Gobierno griego se ha puesto duro y está rechazando en la frontera a quienes intentan cruzar desde Turquía.

–¿Tú qué crees que nos va a pasar?, pregunta Mahdi.

–Dicen que nos deportarán. ¿Es cierto?, añade Mohamed.

Ambos han solicitado el asilo. Mahdi quiere ir a Francia, donde tiene a su hermana. Quiere estudiar. Mohamed tiene a su mujer y a su hija en Austria. Emigraron en el 2015, pero a él le detuvieron en Irán y le deportaron de vuelta a Afganistán. Ellas pudieron seguir adelante. Mohamed espera poder llegar a Austria y trabajar como sastre, su profesión.

“Las condiciones aquí son muy duras. Esto no es un lugar para un ser humano. Pero tenemos que quedarnos aquí hasta que nos respondan. A Afganistán no puedo volver. Me matarían”, asegura Mahdi.

“Esto no es lugar para un ser humano”

Mahdi

Refugiado

Hafize, una afgana de 48 años, afirma que su familia tampoco puede regresar. Se fueron de Irán, donde se refugiaron huyendo de los talibanes, porque a su hija mayor un pretendiente la amenazó de muerte si no se casaba con él. La policía iraní, cuenta la mujer, les dijo que no podía protegerlos.

Sin embargo, Hafiza no tiene claro que aquí estén fuera de peligro. “No hay ninguna seguridad. Cada noche hay peleas, a veces con palos y otras con cuchillos”, dice la madre en farsi, mientras su hija Atena, de 13 años, traduce. También ha habido violaciones y teme por sus hijas. “En Irán teníamos una vida buena. Teníamos una casa, trabajo. Ahora vivimos así, en una tienda, en medio de toda esta suciedad, esta violencia”, lamenta

–¿Se arrepiente de haber venido a Europa?

–Si esto es Europa, sí.

“Si esto es Europa, me arrepiento de haber venido”

Hafiza

Refugiada

¿La UE y Turquía utilizan el drama de los refugiados como arma política?
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