En la novela de Daphne du Maurier (y la posterior adaptación cinematográfica de Alfred Hitchcock), el fantasma de la idealizada y perfecta Rebecca planea sobre Manderley, la mansión de la campiña inglesa donde una joven recién casada con un aristócrata lucha por establecer su identidad. En la realidad política británica los papeles aparecen cambiados, la Rebecca del Labour está viva y coleando, y ella es la mujer sin experiencia que intenta dejar su huella en un ambiente hostil.
En la vida real de la Inglaterra post Brexit, el fantasma no es el de Rebecca sino el de Jeremy Corbyn, el líder laborista que ha perdido dos elecciones, la primera frente a Theresa May y la segunda (de manera apabullante) ante Boris Johnson y dejará el puesto en abril. Pero antes de morir nombró a Rebecca Long Bailey como su heredera, en un intento de apañar la transición. Es la candidata continuista, apoyada por los sindicatos y el ala izquierda del partido, en oposición al blairita Keir Starmer, más socialdemócrata que socialista, y que cree que el partido sólo tiene futuro si ocupa el centro político.
Creció en una familia de origen irlandés y sólo entabló contacto con el Labour y el mundo de la política hace nueve años
Long Bailey, de cuarenta años, es una hija de irlandeses (su padre trabajaba en los muelles de Manchester y ejercía de representante sindical) cuya llegada al mundo en Old Trafford, a la sombra del estadio del Manchester United, coincidió con la llegada al poder de Margaret Thatcher, y quedó inmunizada de todo lo que huele a derecha y liberalismo económico por la manera en que las políticas de la dama de hierro –y el cierre de los astilleros de Salford– afectaron a su familia, por ver cómo su progenitor llegaba llorando a casa después de un día más buscando en vano –en una atmósfera virulenta de racismo y xenofobia– un trabajo que no existía.
“Mis padres vivían con una mano delante y otra detrás, sin saber si podrían pagar el alquiler y las facturas, y me propuse que haría todo lo posible para que las clases trabajadoras no tengan que estar sometidas a esa tortura”, dice. Su conversión a la política fue sin embargo de cocción muy lenta. Los Long Bailey se trasladaron a Port Ellesmere en busca de empleo, y ella, con 16 años, se puso a trabajar en una fábrica de sofás y en una casa de empeños, donde siguió observando las miserias cotidianas de quienes no tienen nada y han de vender hasta las joyas de la familia. También, en el Ayuntamiento, atendía por teléfono a los inquilinos de viviendas de protección oficial que querían beneficiarse de la oferta de Thatcher de comprar a precio de descuento sus casas para convertirse en propietarios, una actividad de la que no está orgullosa y de la que prefiere no hablar.
Estudió Derecho y Sociología en la Universidad de Manchester, y tampoco entonces se interesó por la política ni por el laborismo. Ya como abogada, se especializó en propiedad comercial y contratos de la sanidad pública, vacunándose también contra los intentos de privatizar el NHS (National Health Service). Fue tan sólo hace nueve años cuando entabló contacto con el Labour de Cheshire, donde vivía en las afueras de Frodham, rodeada de ejecutivos y jugadores del City y el United, en una lujosa casa -su Manderley- con su marido Stephen, que trabaja para una compañía química y con quien tiene un hijo de seis años. Su bautismo fue hacerse tesorera de la rama local del partido.
El momento de la confirmación llegó en el 2014, cuando aprovechó la ruptura en las relaciones entre el líder laborista Ed Miliband y el poderoso dirigente sindical Len McCluskey, que se convirtió en su padrino y le puso en bandeja el escaño como diputada en Westminster por Salford y Eccles -un barrio de Manchester-, que todavía conserva. Dejó la casa de los suburbios y la cambió por otra en una calle distinguida, donde tiene por vecinos a actores de la serie Coronation Street y periodistas de la BBC. Siempre ha tenido muy claro su posicionamiento en la izquierda. Apoyó la nominación de Jeremy Corbyn como candidato al liderazgo, y lo defendió cuando fue víctima de un intento de golpe de estado. Piensa que el centrismo de Tony Blair y su alineamiento con los Estados Unidos en la guerra de Irak fue un “error trágico”. Ha respaldado la línea oficial en todas las cuestiones clave, incluso las más polémicas, como la ambigüedad del Brexit, el intento de deshacerse de Tom Watson como número dos de la formación, y la adopción de una definición de antisemitismo que no satisface a la comunidad judía británica. Su premio fue la responsabilidad de Negocios y Energía desde la oposición. Es tímida, como la Joan Fontaine de Hitchcock.
En la novela de Du Maurier, Rebecca resulta no ser la figura angelical que parecía, sino que tenía un lado oscuro que la lleva a una muerte rodeada de misterio, y su fantasma se desvanece para que la protagonista pueda rescatar su matrimonio entre las llamas que devoran la mansión de Manderley. En la realpolitik , está por ver lo que hace el fantasma de Corbyn, y hasta qué punto ella está marcada por el pasado y puede salvar su carrera.