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La intervención del gran ayatolá no logra disipar la protesta iraquí

Descontento popular

Más muertes por bala en Bagdad pese a la promesa de contención y reformas

Manifestantes antigubernamentales, ayer en el centro de Bagdad

Khalid Mohammed / AP

Dos alocuciones largamente esperadas no lograron disipar ayer cuatro días de descontento popular en Irak. Sin embargo, lograron ralentizar la espiral de violencia y concentrar los enfrentamientos en la plaza Tahrir, mientras el resto de Bagdad, bajo toque de queda, se encerraba en casa.

El gran ayatolá Ali Sistani, desde Karbala, conminó a las autoridades a escuchar a las masas, aunque llamó a ambas partes a contenerse, antes de que sea tarde. En su sermón del viernes, difundido por su portavoz, la máxima autoridad religiosa chií llamó a combatir a los corruptos, a mejorar los servicios sociales y a velar por la creación de empleo, haciéndose eco de la revuelta de miles de jóvenes chiíes.

Nasiriya, la ciudad natal del primer ministro, concentra casi la mitad de las 53 víctimas mortales

Las manifestaciones de estos, en gran medida espontáneas, son un grito de angustia por el paro y de indignación por la corrupción, en un país cuya producción de petróleo ha repuntado a máximos históricos. La amonestación de Sistani es, pues, una tarjeta amarilla para el gobierno del también chií Adil Abdelmahdi. Aunque algunos manifestantes, como Said, en un café desierto
de Bagdad, ayer refunfuñaban: “Bastaban dos palabras suyas para tumbar al gobierno, pero habla igual que Abdelmahdi”.

Este último había hecho una intervención televisada unas horas antes, aún de noche, en la que con ánimo conciliador decía tomar nota “de las demandas legí­timas”, antes de recordar que lleva menos de una año en el poder y que “no hay soluciones mágicas”.

En todo caso, dijo que los cincuenta detenidos de estos días ­serían liberados si no estaban manchados de sangre. También prometió ayudas a las familias en apuros y que en los nuevos contratos con multinacionales la mitad de empleos serían para vecinos de la zona.

Cabe decir que casi la mitad de los cincuenta y tres muertos de estos días se han producido en su localidad natal, Nasiriya. Entre los alborotadores que en algún caso abrieron fuego habría también exmilicianos de las Fuerzas de Movilización Popular que reclamaban pagas atrasadas.

En cualquier caso, las declaraciones conciliatorias no convencieron a centenares, que por la tarde volvieron en camiones hasta la plaza Tahrir, a plantar cara a los antidisturbios. Además de cañones de agua y gases lacrimógenos, estos habrían seguido empleando fuego real. El propio ­secretario general de la ONU, António Guterres, llamó ayer a respetar el derecho de manifestación y a la contención policial.

Sin embargo, las autoridades iraquíes insistieron en la presencia de “saboteadores” y ayer cargaron cuatro de las nuevas muertes en Bagdad –dos manifestantes y dos policías– a “francotiradores no identificados”.

Las protestas de los últimos días se han producido, más allá de la céntrica plaza Tahrir, en los barrios chiíes del sur de la capital, como Al Sadr, y en ciertas localidades del sur chií del país. Amara, la ciudad natal del destituido general del cuerpo antiterrorista de élite, Abdel Wahab al Saadi, es otro de los focos de la rebeldía. Tanto allí como en Bagdad había jóvenes con su retrato.

Tras el sermón de Sistani, el clérigo chií Moqtada al Sadr instó a sus diputados, que conforman el grupo más numeroso, a abandonar las labores parlamentarias mientras no se legisle en la dirección exigida en las marchas.

Medio centenar de manifestantes muertos y mil quinientos heridos podrían bastar para tumbar un gobierno, pero no en Irak, que ha visto a cientos de miles de sus hijos morir desde la invasión estadounidense del 2003 y las subsiguientes guerras fratricidas.

Ni la región kurda, ni el norte suní –aún traumatizado por Es­tado Islámico– se han unido a las protestas. Pero el presidente del Parlamento, un suní, ha expre­sado su simpatía por ellas: “La corrupción es más peligrosa que el terrorismo”. La ausencia de consignas o líderes sectarios y el carácter terrenal de las demandas podrían ser la mejor noticia para la imberbe democracia iraquí.