“Quiero volver a la lucha contra el Estado Islámico”
Guerra al terrorismo
Un voluntario español que combatía a los yihadistas en las filas kurdas se plantea regresar a la zona de conflicto
Entrevista: ¿Cómo se organizó la entrevista con el combatiente Robin?
No le importa lo que piensen de él. No repara en aquellos que puedan considerarlo un loco. Sabe que su misión es acabar con el enemigo a sangre y fuego y eso no le hace sentirse mal en absoluto. Quedarse de brazos cruzados ante la injusticia, sí le remuerde la conciencia, dice. Robin –su nombre de guerra– es uno de los voluntarios españoles que durante la guerra contra el Estado Islámico viajaron hasta Irak y Siria a combatir a los yihadistas. Fue también un camino seguido por ciudadanos de otros países como Francia, Alemania, Dinamarca, Italia o Estados Unidos. Robin regresó hace pocos meses del teatro de operaciones y ahora parece arrepentido de su decisión de retornar a casa. Y lo está hasta el punto de que ha cedido volver a las armas.
“Dicen que Estado Islámico ha acabado. Yo digo que no. Ahora lo que hacen es quemar todas las cosechas para dejarlos sin comida (a la población civil). Entonces, si tu vas a apagar el fuego, te disparan desde las colinas, desde las montañas, para que no apagues el fuego... Daesh sigue. Daesh nunca va a acabar porque Daesh no es una banda. Daesh es una ideología. Daesh nunca va a acabar”. Es por esas razones que expone y por el respeto a los compañeros caídos en el combate por lo que quiere volver al Kurdistán.
La guerra tiene algo que engancha”
No puede negar tampoco que los combates pueden tener algo de adictivo. “La guerra tiene algo que engancha”, afirma. A cambio, hay que hacer frente a nuevos demonios. “Yo, en mi caso, podría decirte que de alguna manera estoy pagando una factura. Porque, claro, cuando estás allí (en el frente) te preocupas en salvar tu vida y la de tus compañeros cuando están volando las balas y cayendo los morteros. Cuando vuelves aquí, todo eso en la cabeza todas las noches se repite: todos los chicos que han caído a tu lado. Estás luchando con ellos y lo miras, hablas con él, ‘no te asomes tanto’. Cuando vuelves a intentar hablar con él, ya lo ves en un charco de sangre porque le han dado. Da mucha rabia”. Admite que no duerme muy bien desde su vuelta.
La emoción de Robin al referirse a estas vivencias en el campo de batalla se refleja en su voz y en sus ojos. Es de lo poco que quiere mostrar. Se oculta por seguridad. “Más por mi familia que por mí”, añade. No quiere que se le vea el rostro ni los tatuajes. Pide por todo ello que no se revele el lugar de la geografía española donde se realiza la entrevista.
Robin tiene 44 años y, aunque no quiere dar pistas sobre su biografía, explica que su vida profesional principalmente ha estado vinculada al mundo de la construcción. Carecía por completo de experiencia militar. La recibió una vez en Irak.
Estuvo encuadrado en las milicias kurdas de las YPG desde febrero de 2018. Participó en duros combates en la provincia de siria de Deir Ezoor.
Hay milicianos voluntarios contra el Estado Islámico que son detenidos al regresar a sus países de origen
Entró en Irak por Irán en su segundo intento. El primero, del todo fallido, fue por Turquía. Había conectado desde España con las milicias kurdas a través de internet, merced a otros contactos con españoles que ya estaban operando sobre el terreno. “Ellos te ponen a prueba. Te van pidiendo cosas, que demuestres que tienes verdadera voluntad de alistarte. La prueba de fuego es cuando te piden que envíes una fotocopia del pasaporte. Ahí es cuando muchos se tiran para atrás. Yo, no. Al cabo de unos días, recibí instrucciones y me dispuse a viajar. Una vez sobre el terreno, estuve una semana esperando a que vinieran a por mí. Y así ocurrió”, relata.
En noviembre del año pasado, volvió a España dejando atrás los combates. No ha encontrado trabajo desde que regresó a casa y dar por concluido ese trasiego fronterizo sin tregua entre Irak y Siria en que se había convertido su vida desde la llegada a la zona de guerra. Era el trance forzoso para cumplir la misión encomendada: aplastar al Estado Islámico.
Ha seguido estos últimos meses, desde su regreso a España, algunos cursillos de reciclaje profesional, que ha superado satisfactoriamente, pero sin conseguir por ello un empleo.
“Sé que hay muchos combatientes contra el Estado Islámico que al regresar a Europa están teniendo problemas”, dice Robin. Se refiere a que algunos son retenidos y hasta detenidos. Hay países, como Dinamarca, que en 2016 prohibieron a sus ciudadanos viajar a ciertas zonas de conflicto con independencia de la tarea que allí se vaya a desempeñar. Cuando regresan a sus ciudades de origen, son investigados y pueden acabar en serios procedimientos judiciales. “Yo no tuve ningún problema [...]. En mi caso, dije que había estado en un campo de reeducación de chicos que estaban sin hogar, que no sé si existe eso, pero es la única pregunta que me hicieron. No me hicieron ninguna más. En cambio, tengo compañeros que han estado en prisión. Tengo compañeros que les han retenido en Alemania los pasaportes”, recuerda Robin.
Pese a todo ese cúmulo de antecedentes y a esas largas noches en las que duerme poco, quiere volver. Ya se ha puesto en marcha. “No se trata de hacer trámites o no –responde a una pregunta de enunciado ingenuo–. Se trata de ver la oportunidad y volver a salir otra vez”.
Habla con repugnancia de las atrocidades que ha visto en el campo de batalla. Explica que, para él, los militantes del Estado Islámico “no valen para nada como combatientes, son unos cobardes, van drogados, van hasta arriba de anfetaminas, cuando se ven acorralados huyen”. Odia que sean capaces de comprar a mujeres como esclavas sexuales o que hayan usado a niños para que transporten engañados cargas de explosivos en mochilas, que luego los yihadistas detonan desde lejos. Culpa a las potencias occidentales de no implicarse de lleno y es especialmente crítico con el papel de Turquía en el conflicto, país al que considera cómplice de los terroristas yihadistas.
Hace unos días que el teléfono de Robin está desconectado y su número ha desaparecido de WhatsApp. La voz de la operadora robot de la compañía telefónica dice que ya no existe. Su contacto en el frente –situado en algún lugar de la frontera entre Siria e Irak– ha contestado a los requerimiento de este diario mediante mensaje: “Hace mucho que no sé de él. Si lo contactas, dile que me salude”.
Quizá Robin ya haya encontrado esa oportunidad que esperaba.