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Algo ha cambiado en Europa

Pol Morillas Director del CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs)

Puede que en este nuevo ciclo político no se acometan todas las reformas que permitan a la UE salir de años de letargo institucional. El Brexit seguirá enquistado, Francia y Alemania no encuentran el consenso necesario para reconciliar sus visiones sobre la zona euro, Polonia y Hungría siguen lideradas por fuerzas políticas de derecha euroescéptica, Salvini se hace fuerte en Italia y los acuerdos para una gestión común de las migraciones parecen inalcanzables.

Pero, desde las elecciones del 26 de mayo, algo ha cambiado en Europa. Tras décadas de caída ininterrumpida, la participación ha subido hasta el 51%, la cifra más alta en 20 años. Y no solamente en países donde, como España, se celebraban varias elecciones a la vez, sino también allí donde la abstención ha sido tradicionalmente alta (Croacia, +4 puntos; Hungría, +14; Rumanía, +19; Polonia, +22). En tiempos de mayor presencia de los debates europeos en las esferas públicas nacionales, la agenda se ha politizado y polarizado. Las europeas siguen siendo elecciones de segundo orden, pero un número creciente de ciudadanos ha creído que su voto incidirá en una acción política –la europea– que gana centralidad.

Hasta ahora, parecía que la única alternativa a los consensos de la construcción europea podía venir por el lado de los partidos populistas euroescépticos. Ya no. La pérdida de confianza en las familias políticas tradicionales de la escena europea (populares y socialistas) ha ido acompañada de una diversificación del campo proeuropeo. Liberales y verdes han subido en escaños en el Parlamento Europeo, lo que los convierte en socios indispensables para nuevas iniciativas legislativas. En el caso de los verdes, además, su auge en Alemania responde a una posición clara en temas de alcance paneuropeo como la inmigración, el cambio climático o la igualdad de género.

El euroescepticismo no es el único en presentar un programa político alternativo. Sus recetas no han convencido a muchos ciudadanos que quieren un cambio de rumbo en la política europea y, a pesar de sus victorias en Italia, Hungría, Polonia, Reino Unido o Francia (por la mínima), la ola euroescéptica no será paralizante. El asesor de Trump, Steve Bannon, ha fracasado en su intento de agrupar a la derecha euroescép­tica en un sólo movimiento polí­tico. Las diferencias entre partidos como la Liga, Reagrupamiento Nacional, Vox, Fidesz o Ley y Justicia siguen siendo demasiado grandes en cuestiones como la ­relación con Estados Unidos y Rusia, la gestión de la inmi­gración, las recetas socioeconómicas o en lo moral y religioso. Y sin capacidad de bloqueo numérica, los incentivos para unirse en un único grupo parlamentario disminuyen.

En definitiva, el nuevo ciclo normalizará la política en Bru­selas y Estrasburgo. Los consensos serán más difíciles de tejer, pero la oposición no será monocolor. Habrá más contestación, pero no una progresiva desin­tegración de la Unión. La nueva gobernanza institucional será tan compleja como necesaria; y de aquí la urgencia de seguir construyendo una Europa política que ha movilizado a más ciudadanos el pasado 26-M.