El volcán vivo de Virunga

RD Congo

Las autoridades abren el acceso al Nyiragongo, en el parque de Virunga, cerrado durante ocho meses por la violencia guerrillera

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El cráter del volcán Nyiragongo, en el parque de Virunga (RD Congo) se ha convertido en una atracción turística después de varios meses cerrado

ALFONS RODRIGUEZ

Cuando cae la noche, parece la puerta del infierno. La visión desde la cresta del cráter, con la única luz de las estrellas, produce una atracción hipnótica: la lava del lago explota en olas de varios metros y barniza de rojo el humo que emerge del lago incandescente. De vez en cuando, se oyen los estallidos de gas que confirman lo evidente. El Nyiragongo, enclavado en el parque natural de Virunga, en la República Democrática del Congo, es uno de los volcanes más activos del mundo. Está vivo. En 2002, lo recordó: una erupción sepultó parcialmente la ciudad de Goma y mató a 140 personas.

Para Tomas, un ingeniero de barcos sueco que ha ascendido hasta los 3.470 metros de la cumbre con su novia turca y mira hechizado hacia el interior del cráter, la excursión es la guinda perfecta a sus dos meses de viaje por el este de África. “Estar aquí es una experiencia única; vale la pena arriesgarse y además ha sido una suerte estar tan solos aquí arriba”, dice. Unos metros más atrás, una sombra matiza sus palabras. No están totalmente solos. Un guarda con una boina verde calada hasta las cejas observa la escena desde la distancia y sin soltar una ametralladora M70 de fabricación yugoslava. Su presencia es la clave de que los dos occidentales estén allí.

Una docena de grupos rebeldes se dedican a la caza furtiva en el parque

A mediados de febrero, el gobierno de Congo decidió reabrir el parque de Virunga, declarado patrimonio mundial de la humanidad por la Unesco en 1979, y permitir las ascensiones al mítico Nyiragongo después de ocho meses cerrado. El motivo del cierre fue de fuerza mayor: la violencia. En junio del año pasado, un grupo rebelde —según los locales, miembros del FLDR, formado por ex perpetradores del genocidio de Ruanda de 1994— emboscó a un grupo de turistas que se dirigía al volcán, asesinó a la guarda que les escoltaba (Rachel Masika Baraka, de 25 años) y secuestró a dos británicos, por los que pidió un rescate de 200.000 dólares americanos. Aunque los occidentales fueron liberados poco después y los asaltantes detenidos, el inusual ataque a extranjeros provocó un terremoto en uno de los puntos turísticos más importante del país, después de pasar de recibir a prácticamente ningún visitante hace una década a 10.000 en el 2016, interesados en el volcán o en el avistamiento de gorilas de montaña.

Un esfuerzo coral dirigido por Emmanuel de Merode, un belga miembro de la realeza y formado en las mejores escuelas británicas, había obrado el milagro. Hasta su cierre, el turismo en la reserva natural, un pulmón verde de 3.000 kilómetros cuadrados donde habitan cientos de especies de mamíferos, aves y reptiles, generaba dos millones de dólares anuales y cientos de puestos de trabajo, un empujón económico vital en un territorio empobrecido donde habitan hasta cuatro millones de personas. Cuando ocurrió el incidente con los turistas británicos —ese mismo año ocho guardas habían sido asesinados y el parque seguía abierto—, De Merode se temió lo peor. “Esto será un importante revés”, vaticinó. No se equivocó.

Unos 800 guardas protegen a los gorilas de montaña y los turistas que los visitan

La constante posición de alerta de Elisée Mumberi es un intento de recuperarse del golpe. A sus 30 años, lleva un año como guarda y guía en el Nyiragongo y durante la ascensión de cinco horas no se relaja ni un momento. Junto a otros cinco compañeros, es el responsable de llevar a los turistas a salvo hasta la cima del volcán. Además del mayor número de acompañantes armados —antes del cierre temporal ascendían solo dos guardas con el grupo—, a mitad de camino hay una base con una veintena de guardas más. “Estamos aquí para garantizar que todo sale bien. Ahora la zona es segura”.

Más de cien guardas armados, en grupos rotatorios, se encargan de la seguridad exclusiva de los turistas, y completan un equipo de un total de 800 guardas a cargo de la seguridad de todo el parque natural, donde operan una docena de grupos rebeldes, interesados en el negocio de la caza furtiva, la tala ilegal y los recursos minerales. Pero la protección de los foráneos y del ecosistema tiene un coste alto: en los últimos veinte años, 170 guardas han sido asesinados en el Virunga. Para Mumberi, padre de dos hijos, de cuatro y un año de edad, el riesgo vale la pena no sólo porque garantice un empleo y un sueldo fijo. “Mi mujer quiere que lo deje, pero yo este trabajo lo hago por compromiso.

Que vengan turistas beneficia a la comunidad, pero también es importante proteger la naturaleza y los gorilas”. El sacrificio ya ha tenido un impacto. Desde el año 2003, el número de gorilas de montaña del parque, una de las especies más amenazadas de planeta, ha pasado de 380 a más de mil.

La espectacular visión del caldero de lava en la cima del Nyiragongo, aderezada con una noche bajo las estrellas en una de las cabañas de la cima, es un espectáculo de la naturaleza reservada a viajeros con alma aventurera y de bolsillo amplio. El permiso para ascender al volcán cuesta 265 euros, a los que hay que sumar los 50 del transporte en el convoy y una partida opcional de otros 90 euros para la comida y agua durante los dos días de excursión.

Aunque puede adquirir el permiso sólo para el volcán, la dirección del parque aconseja reservar con una agencia especializada, que cobra alrededor de 3.000 euros por un paquete de cinco días, todo incluido, para combinar el ascenso al volcán y una excursión para ver gorilas. La opción no sólo garantiza comodidad, también es una ayuda al desarrollo y la estabilización de la región: el 30% de los beneficios del turismo del Virunga se invierten en la comunidad local.

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