El hombre que hace 29 años abrió el muro de Berlín era uno de los encargados de custodiarlo. El 9 de noviembre de 1989 –ayer fue el aniversario exacto de la caída del Muro–, el teniente coronel germanooriental Harald Jäger vigilaba junto a una pequeña dotación de policías el control fronterizo de pasaportes de Bornholmer Strasse, en Berlín Este. Llevaba 25 años trabajando en ese mismo lugar. Pero aquella noche iba a ser la noche de su vida, aunque cuando se dirigió a la cantina para cenar no podía siquiera imaginarlo.
Poco antes de las siete de la tarde, Günter Schabowski, portavoz del comité central del SED (Partido Socialista Unificado), explicó en una confusa rueda de prensa la decisión de la República Democrática Alemana (RDA) de autorizar las salidas del país. Desde meses antes, miles de alemanes del Este pugnaban por emigrar a Alemania occidental. Un periodista preguntó cuándo entrarían en vigor las nuevas disposiciones. Schabowski, azorado, respondió: “Si mis informaciones son correctas, hasta donde llega mi conocimiento, inmediatamente”.
El teniente coronel Harald Jäger, de 46 años, estaba en la cantina viendo la televisión mientras cenaba y casi se atragantó cuando oyó a Schabowski decir “inmediatamente”. Jäger, que tiene ahora 75 años, rememoró este jueves su casi atragantamiento durante un acto en el centro de debate e investigación Dialogue of Civilizations Research Institute, en Berlín. “Yo no abrí el muro, lo hizo la gente que estaba allí, ellos lo hicieron; en realidad no había alternativa”, dijo el hombre que hace 29 años se vio obligado a resolver él solo una situación que podía haber acabado muy mal.
Al puesto de Bornholmer Strasse empezaron a llegar alemanes del Este que querían entrar en Berlín occidental con la inmediatez prometida por Schabowski en televisión. Primero eran unas decenas, con el tiempo creció el número, y de noche eran una multitud. Miles. Harald Jäger telefoneó varias veces a sus superiores, preguntando qué debía hacer, pero nadie le daba respuestas. “El Estado al que había servido durante 28 años me dejó en la estacada; todos los hombres del puesto creímos que llegaría una orden clara, que no nos dejarían solos –recuerda–. Al final, también mis camaradas me dejaron solo, tuve que decidir yo, que era el jefe”.
Tras la reunificación de Alemania, “nadie me daba trabajo”, relata Jäger, que se puso a vender helados y prensa
La situación era cada vez más tensa. De un superior en la Stasi (el Ministerio de Seguridad del Estado, del que Jäger dependía) llegó la consigna de permitir cruzar a unos cuantos, los más alborotadores, pero con trampa: el sello en su pasaporte debía estamparse pisando la foto, lo que lo invalidaría y les impediría volver a entrar en la RDA. Pero cuando algunos regresaron, el teniente coronel les dejó pasar.
Al final, el viento de la historia pudo con todo. El caos era tal que, hacia las 23.30 horas, Harald Jäger decidió por su cuenta levantar la barrera y dejar libre el paso. Una alborozada muchedumbre se puso en marcha. Se estima que unos 20.000 berlineses del Este pasaron al otro lado esa noche, a pie o en automóvil, por Bornholmer Strasse, y por el puente que empieza allí mismo.
Relata todo el episodio en clave de tragicomedia la película homónima proyectada antes de la charla, dirigida en el 2014 por Christian Schwochow, con el actor Charly Hübner en el papel del teniente coronel. ¿Ocurrió todo como en la pantalla? “En la película levanto yo mismo la barrera, y eso no; di la orden y uno de los guardias lo hizo, yo era el superior”, aclaró. En las imágenes se ve a mujeres felices besando a los guardias. ¿Le besaron a él también? Ríe: “En la película, sí”.
Asegura que disparar nunca fue una opción, aparte de que la norma que permitía a la tropa de frontera disparar a los fugitivos había sido revocada en abril. Entre 1961 y 1989, al menos 140 personas murieron en torno al muro de Berlín, la mayoría intentando cruzarlo. Jäger era comunista, consideraba que el Muro era una protección, y asegura que en sus 25 años en Bornholmer Strasse sólo una vez se hizo un disparo de advertencia. En todo caso, quienes planeaban cruzar de modo clandestino raramente lo intentaban a través de un puesto de control.
Ante el devenir de los acontecimientos, las autoridades germanoorientales no castigaron a Jäger por su conducta. Pero, por motivos burocráticos, no pudo ir a Berlín Occidental hasta enero de 1990. Cruzó por Bornholmer Strasse. El Gobierno occidental regalaba 100 marcos a cada ciudadano del Este que entraba de visita. Jäger compró una bomba de aire para el coche –le costó 10 marcos–, y el resto del dinero se lo entregó a su esposa.
El futuro no sonreía a Harald Jäger, nacido en 1943 en la localidad sajona de Bautzen, un hombre que trabajaba en la policía de frontera de la RDA desde 1961. Poco antes de la reunificación de Alemania de octubre de 1990, perdió su puesto. “Tenía 46 años, y malas opciones laborales; nadie me daba trabajo”, relata con serenidad, explicando cómo tuvo que reinventarse. Estuvo dos años en paro, luego fue vendedor de helados, puso un kiosko de prensa y trabajó de vigilante jurado hasta la jubilación. Desde entonces vive con su mujer en Werneuchen, localidad cercana a Berlín, y va contento a donde sea que le inviten para contar su historia.