En algún momento, los más optimistas (y confiados) llegaron a predecir no una ola sino un auténtico tsunami. Azul, claro, el color de los demócratas en Estados Unidos. A diez días de las elecciones legislativas de mitad de mandato, el entusiasmo se ha diluido. Hay marejada, pero el color de la ola está mucho menos claro que hace unas semanas. Los rojos –aquí, republicanos– han recuperado posiciones. ¿En qué dirección irá, ahora que se sabe que la última sorpresa de octubre viajaba (presuntamente) en una furgoneta blanca forrada con pegatinas de Donald Trump, Mike Pence y dianas con enemigos izquierdistas como Hillary Clinton o la CNN?
“Estas van a ser las elecciones de Brett Kavanaugh, de la caravana [de inmigrantes], de la ley y el orden y del sentido común”, proclamó hace unos días Trump tras comprobar el éxito de su estrategia de llevar la campaña hacia los temas más divisivos para la sociedad estadounidense, como el aborto, la religión, el control de la inmigración...
No son estrictamente suyas pero Trump está decidido a jugarse estas elecciones al todo o nada, como hizo con éxito en el 2016. A su favor, su demostrada capacidad para dar la vuelta a la situación cuando sus rivales demócratas cantan victoria, como ocurrió con el nombramiento del juez Kavanaugh. A la postre, se convirtió en un revulsivo para las bases republicanas, hasta entonces mucho menos motivadas para votar que los progresistas en unas elecciones en las que pocos participan (37% en el 2014). La popularidad del presidente se ha recuperado y ha llegado al 44%, según Gallup, mientras los republicanos han neutralizado la leve ventaja demócrata en el Senado y se resisten a ceder distritos que se daban por ganados en la Cámara de Representantes.
Trump quiere repetir con la “caravana” de inmigrantes su éxito con el nombramiento de Kavanaugh
En contra de esta estrategia de máxima polarización está la enorme cantidad de energía política en su contra que Trump está movilizando. Las mujeres (negras en especial), los jóvenes y las minorías, los grupos tradicionalmente menos implicados en la vida política, están ahora entre los más activos a pie de calle para frenar la agenda legislativa del presidente durante la segunda mitad de su mandato. Algunos analistas apuntan que esa energía puede ser más eficaz ahora que en el 2020, cuando haya que comparar a Trump con un rival demócrata.
Pero primero, las midterm. Animado por su éxito con la confirmación de Kavanaugh, Trump está decidido a replicar la estrategia con la caravana de inmigrantes. Su último plan, ignorar las obligaciones con el derecho internacional de atender posibles peticiones de asilo y cerrar la frontera con México para impedir la llegada de los miles de personas que caminan desde Honduras, Guatemala y El Salvador.
Mientras muchos estadounidenses expresan su solidaridad con estas personas desesperadas, entre las que hay mujeres y niños, los comentaristas conservadores se frotan las manos. Antes que dejar que la caravana se convirtiera en una ilustración de los límites de su política migratoria y su fallida promesa de construir un muro con México, el presidente la plantea como un tema de “seguridad nacional”, un terreno en el que los demócratas tienen más dificultades para defenderse. Para ello, no ha dudado en presentar a los miembros de la caravana como terroristas islámicos. “No hay ninguna prueba” de que viajen mezclados con los migrantes pero “bien podría ser”, admitió Trump. En la era de la posverdad, los matices o las rectificaciones no importan.
Parecía que esta iba a ser la última sorpresa de octubre, el acontecimiento inesperado que marca el curso final de unas elecciones en Estados Unidos... Hasta que aparecieron las cartas con artefactos explosivos a políticos demócratas y voces críticas con el presidente. Trump se quejó ayer de que la noticia ha interrumpido la actual dinámica electoral y escribió entre comillas la palabra “bomba”, dando argumentos a quienes ponen en duda que hayan sido enviadas por simpatizantes del presidente.
Las cadenas de TV se han enzarzado en una guerra por determinar la responsabilidad del presidente. El detenido ayer como supuesto autor de las cartas bomba era un fanático trumpista. ¿Quedará aquí la sorpresa de octubre? ¿Sabrá el presidente transformar también este revés? Está a prueba el método Trump y el rumbo del país.