El ‘boomtown’ de Shenzhen: de 30.000 personas en 1980 a 13 millones en 2018
Pasado y presente
Las migraciones internas desde las zonas agrícolas a las urbanas explican el cambio en China
En 1980, hace apenas 40 años, cuando el mundo vivía dividido entre Este y Oeste, comunistas y capitalistas, pero ya bajo la distensión de Richard Nixon y Henry Kissinger y con una República Popular que dejaba atrás la estela de Mao Zedong, Shenzhen apenas era un pueblo de 30.000 personas. Una ciudad costera que veía lejos, al otro lado de las montañas, la próspera colonia británica que se beneficiaba del comercio global. Y que miraba de reojo, en sus costas, al que durante años fue el único puerto de todo el país accesible para el comercio de los extranjeros.
Hoy, en el 2018, en un mundo global en el que China es uno de sus principales protagonistas, Shenzhen es otro Shenzhen. De la mano del cercano puerto –como punto de conexión con los mercados occidentales, como ayer Cantón. De la mano de una numerosa y barata fuerza de trabajo (porque si el Imperio del Centro tiene unos 1.300 millones de habitantes, la zona metropolitana de Guangdong en la que se alza Shenzhen reúne a más de 100). De la mano de su industria, ya que, ubicada en medio de dos gigantes, Hong Kong-Guangzhou, sus rascacielos entrelazan las fábricas cantonesas con el comercio hongkonés con el resultado de que las pocas y pequeñas casas del pasado forman hoy parte de una gigantesca metrópoli de escala global.
Desconocida en el día a día de Occidente, hace años que se le conoce, además, como el Silicon Valley chino. Gran parte de las innovaciones que llegan del Este tienen su origen allí. Huawei, o ZTE o Tencent, por ejemplo, tienen su sede en la ciudad. Todas ellas son punteras en sus sectores. Todas ellas marcan la influencia de China en el globo. Forman eso que muchos llaman “la fábrica del mundo”.
Y es que, fronteriza con la excolonia británica de Hong Kong –epicentro financiero y bursátil asiático junto a Tokio– y la industrial Cantón –hoy escrita Guangzhou–, la ciudad de Shenzhen puede pasar desapercibida en Occidente pero resume y sobre ella pibota una parte central de la revolución sociodemográfica que viven las principales ciudades chinas.
Shenzhen olvidó el pueblo que era en paralelo a una República Popular china que dejaba atrás el Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural y la autarquía y se insertaba en los límites del lema “Un país, dos sistemas”. La ciudad es hoy una atalaya del cambio acelerado, la aglomeración y las cristaleras en altura hasta concentrar a 12.905.000 habitantes, según datos oficiales de este 2018 –una población venida en su mayoría de la migración de masas interna desde las pobres y rurales zonas del interior a las prósperas y modernas urbes costeras.
Shenzhen es así algo muy diferente del espacio agrícola y pesquero que fue según indica su propio nombre, zanjas profundas, una vez traducido del chino. Hoy apenas nos queda un recuerdo: en los libros.
Hace menos de cuatro décadas, la pequeña localidad estaba dedicada a la pesca, algunos la seguían denominando “Bao’an” y no era más grande que un pueblo medio europeo. Ahora este nombre lo lleva un distrito de la ciudad y el aeropuerto internacional y su rápida industrialización ha atraído las oportunidades que en el pasado sólo concentraba Hong Kong o la también vecina, luminosa y dedicada al juego excolonia portuguesa de Macao.
Y todo a raíz de los cambios impulsados por Deng Xiaoping en el cercano 1979 y por ser una zona económica especial en la que el régimen de Pekín permite que la empresa privada opere dentro del régimen socialista general, con lo que atrajo (y atrae) a empresas hongkonesas como a inversores occidentales.
Hay quien la llama la boomtown por excelencia; el mejor ejemplo del rápido crecimiento urbano e industrial durante las últimas décadas de China. También un experimento urbano, por su expansión más en altura que en el territorio para encajar su espectacular incremento de población –como muchos destacan, a su vez, de Benidorm en otra (y mucho más pequeña) escala restringida al turismo.
Shenzhen reúne a millones de personas en sus costas, calles y empresas. Hizo de su población un 99% inmigrante, sobre todo del interior de China. En muchos casos protagoniza los problemas asociados a la ausencia del polémico ‘pasaporte interno’ –o hukou–, que otorga a los chinos el acceso, como residentes legales, a servicios médicos, educativos, de pensión, etcétera, básicos. Acoge unas estudiadas comunidades urbanas en el lugar en el que antes apenas sobresalían arrozales entre las aguas que bañan una próspera bahía, durante décadas, siglos, expuesta al interés colonial. Y todo ello junto a un dato que deja a las claras el nuevo estilo de vida actual de la ciudad: hay registradas más de 22 millones de tarjetas SIM, el doble de sus habitantes. Toda una señal de los nuevos tiempos en el delta del río de la Perla y de China.