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EE.UU. resucita a Nube Roja

Historias del mundo

Una autobiografía ‘perdida’ reaviva la leyenda del único lakota que ganó una guerra

Nube Roja (sentado, de perfil) en Washington en 1870;

Getty

Expertos de The New York Times y The Washington Post dijeron el 12 de septiembre del 2001 que Estados Unidos había sufrido la víspera “el primer acto bélico en suelo nacional” desde la guerra de Secesión, que desangró el país entre 1861 y 1865. En plena conmoción por los atentados contra las Torres Gemelas, nadie osó contradecir tal afirmación. Ni siquiera el Movimiento Indio Americano (AIM, en sus siglas en inglés) o el Red Cloud Heritage Center, en la reserva de Pine Ridge, en Dakota del Sur, que honra el nombre de Nube Roja, el único indio que ha derrotado en una guerra al ejército estadounidense. Y fue una guerra posterior a la que enfrentó a las tropas de la Unión y la Confederación.

El recuerdo de este legendario dirigente lakota (o sioux, como preferían sus enemigos) ha quedado en parte oculto tras otros caudillos de su mismo pueblo, como el hunkpapa Toro Sentado o el oglala Caballo Loco, que también ganaron algunas batallas aisladas, pero que jamás lograron lo que él: vencer en una campaña militar y dictar sus condiciones de paz, que incluían la inviolabidad del territorio sioux y el cierre de tres fuertes. Dotado de gran capacidad de liderazgo, forjó una alianza de lakotas, cheyenes y arapahoes, entre otras tribus, que puso en jaque al Ejército y tiñó de sangre entre 1865 y 1868 la ruta Bozeman, utilizada hasta entonces por colonos y mineros.

La opinión pública, que aún no se había recuperado de la guerra civil, asistió conmocionada a la victoria de un “salvaje”, pero el país tenía por entonces otras prioridades, como acabar el ferrocarril, que a la larga sería la puntilla para los últimos pueblos libres de las llanuras de Wyoming, Montana y las dos Dakotas. Cuando alcanzó la cima de su (momentáneo) poder, en 1868, Nube Roja tenía 47 años. No se ha sabido hasta hace poco, pero mucho después, en 1893, cuando ya estaba confinado en una reserva, dictó sus memorias a Sam Deon. Este trampero, que estaba casado con una pariente lejana del otrora temido indio, se lo contó todo al periodista Charles Wesley Allen, que tuvo la exclusiva de su vida y no la disfrutó: no logró publicar el documento. Los únicos indios que parecían tener gancho en aquella época eran Toro Sentado y Caballo Loco. La guerra de Nube Roja había sido eclipsada por la derrota que estos dos dirigentes infligieron en 1876 a Custer y el 7.º de Caballería. El cuaderno donde Allen transcribió las memorias acabó en la Sociedad Histórica del Estado de Nebraska, que se limitó a mecanografiar el manuscrito: 134 páginas a doble espacio.

El texto se marchitó en un cajón hasta 104 años después de su primera redacción, cuando lo rescató el historiador Eli Paul, que por fin editó una versión anotada. El lector puede acceder a esta biografía no autorizada en inglés o en francés, pero no en castellano o catalán. Una reciente y excelente investigación sobre Nube Roja suple en parte este vacío. El corazón de todo lo existente, de Tom Clavin y Bob Drury, que Esther Cruz Santaella ha traducido al castellano para la editorial Capitán Swing, se nutre de los recuerdos del dirigente lakota, entre otras fuentes documentales. Es una ocasión inmejorable para viajar en el tiempo y galopar a lomos de un mustang o un appaloosa por las grandes praderas antes del ocaso de un pueblo y de una forma de vida.

Tras su efímera victoria, Nube Roja pudo decir como el rey Pirro: “Otro triunfo así y desaparecemos”. Entre 1870 y 1897 viajó muchas veces a Washington. Conoció a presidentes, paseó por la Quinta Avenida y pronunció conferencias en Manhattan. En 1874, cuando se descubrió oro en las sagradas Black Hills, el centro de su universo, el tratado de paz que firmó con sangre se convirtió en papel mojado. Pero en el Este descubrió que su pueblo “se derretía como la nieve mientras los blancos crecen como la hierba de primavera”. Por eso decidió ir a la reserva de Pine Ridge y no guerrear nunca más. Murió ciego en 1909, a los 88 años, lejos de las Black Hills, las Pahá Sapa, el corazón de todo lo existente.