Al Capone y el día que dejó de mandar
'Scarface' se propasó con una chica, y el hermano, italiano, le marcó la cara con una navaja
Hace 75 años, el gángster más temido de EE.UU. salió de prisión tras siete años por delitos fiscales. Sin respeto ni poder, ya no era nadie
Capone era padre a los 20, dominaba Chicago a los 26 años y falleció a los 48
Nada más ser confinado en el penal de la isla de Alcatraz, en agosto de 1934, inaugurado un mes antes, Al Capone prometió a los reclusos que les compraría los instrumentos necesarios para formar una banda. También se ofreció a hacer llegar dinero a sus familiares. Así, generoso y brutal, había llegado a liderar la maquinaria mafiosa más rentable de Estados Unidos.
No hubo instrumentos ni remesas. Y los presos de Alcatraz, como la sociedad, los jueces, los empresarios, los políticos y aún los suyos, le perdieron el respeto.
La biografía de Al Capone trasciende a su época: ¿cómo una persona sin aparente brillantez llegó a amasar una fortuna y desafiar a la justicia de Estados Unidos antes de terminar sus días como un jubilado en Florida?
Hace ahora 75 años, en noviembre de 1939, Alphonse Capone salió de Alcatraz tras cumplir los once años de prisión que le fueron impuestos por 23 delitos de evasión fiscal. No falleció, por tanto, entre rejas, como hubiera sido lo lógico para un asesino que dominó sin piedad todos los grandes negocios clandestinos de Estados Unidos, sino que pudo retirarse a su mansión en Miami Beach donde murió el 25 de enero de 1947, con 48 años cumplidos.
Los Capone eran un matrimonio de inmigrantes honrados: Gabriele Capone, un barbero napolitano, y Teresina, costurera y mujer devota. Su barrio en Nueva York, Brooklyn, ya no lo era tanto por culpa de los gangs, entre los que destacaba el Five Points, que ofrecía sus servicios con toda naturalidad, como el que anuncia las tarifas de una lavandería: una paliza (2 $), los dos ojos morados (4 $), nariz y mandíbula rota (10 $). Los encargos más caros eran un disparo en la pierna o un apuñalamiento (25 $ cada uno) y ya por 100 dólares el big job...
Al Capone ingresó en la banda, de la mano del que sería su mentor, Jim Torrio, diecisiete años mayor, prototipo del gángster austero, al que con los años sucedería en la cúspide, y padrino del único hijo de Capone. El joven Alphonse apuntaba maneras y fue contratado por la Italo-American National Union, un lobby que pregonaba la laboriosidad de sus afiliados, el buen nombre de Italia al tiempo que amparaba las actividades delictivas.
La primera hazaña de Al Capone no fue tal. Estaba empleado como chico para todo del Harvard Inn, un tugurio de Brooklyn, bajo control de un mafioso, cuando no tuvo mejor ocurrencia que propasarse con una chica cuyo acompañante -y hermano- se llamaba Frank Gallucci. Naturalmente, sacó una navaja y marcó el rostro de Capone con toda la intención.
La cicatriz en su lado izquierdo le mereció el apodo de Scarface (cara cortada), que dio título a una película homónima. El filme fue estrenado en 1932, en el cenit de la leyenda de Al Capone (sólo entre 1929 y 1931 fueron publicadas siete biografías). El gángster se interesó por el rodaje: envió dos de sus hombres a visitar al guionista, Ben Hecht.
-¿Va este rollo de Al Capone?, le preguntaron, guión en mano.
-Por Dios, claro que no. Ni siquiera le conozco.
Y les mencionó otros gángsters de la época para disimular.
-¿Y si no va de Al Capone porque se titula Scarface?
-Al es una celebridad. Todo el mundo querrá ver esta película para comprobar si se trata de él. Es parte de la promoción.
-Ok. ¿Y este Howard Hugues quién es?
-No tiene nada que ver. Es el que pone la pasta.
Así relataba el guionista el encuentro, inquietante.
La leyenda de Al Capone -el lado bueno- empieza con aquel tajo en el Harvard Inn. Jamás trató de vengarse de Frank Gallucci, al que años después hubiera podido hacer picadillo.
Capone se casa con una chica irlandesa en 1919. No era una unión insólita -los varones italianos tenían fama de espabilar económicamente pronto-. Eran vidas apresuradas, en comparación con los estándares actuales. Ya en 1919, 20 años, Capone es un hombre hecho y derecho: casado, un hijo, sifilítico -y no por culpa de su esposa- y tres cargos de asesinato por los que no llegó a ser procesado. He aquí un rasgo marca de la casa: nunca hubo testigos en los crímenes de Capone.
La vida da un giro radical en 1919. Un tío de Torrio lideraba en Chicago un conglomerado de negocios ilegales con más de doscientos prostíbulos y el Colosimo's Cafe, la joya de la corona, un cabaret legendario con chef italiano de renombre, una gran bodega y -como excentricidad- la mejor variedad en todo Estados Unidos de quesos importados. Y muchas prostitutas y juego. Todo el mundo disfrutaba en Colosimo's: jueces, periodistas, sindicalistas, políticos...
El negocio es una mina y empieza a ser codiciado por otros clanes mafiosos de Chicago, Colosimo llama a su sobrino para que le eche una mano con la seguridad, y este, a Capone. Paralelamente, en Washington, el gobierno federal aprueba el mejor regalo para el crimen organizado: la llamada ley seca o Volstead Act, que entró en vigor el 17 de enero de 1920.
A los 59 minutos ya se registraba la primera violación de la ley. naturalmente en Chicago.
"Chicago es única. Es la única ciudad completamente corrupta de América", afirmó un profesor universitario de la época. Empezando con el alcalde, el célebre Bill Thomson, un republicano que tuvo dos mandatos en los años 20, y terminando con la eclosión de bandas y una población que crecía con la inmigración.
Colosimo se mostraba reacio a entrar de lleno en el negocio del contrabando de alcohol y, encima, mostró debilidad por una buena chica y cantante de su club. Demasiado blando, empezaron a decir los suyos. Y fue asesinado por un tiro disparado a corta distancia, a las puertas de su lujoso garito, en una cita que sólo alguien de su entorno pudo preparar. Todas las sospechas recayeron en el sobrino -y heredero del negocio- y en el ascendente Al Capone.
Chicago empezó a ser el campo de batalla urbano de las guerreas entre los clanes, ávidos de cuota de mercado. Capone impone sus métodos y en 1924 recibe luz verde para acabar con un rival irlandés que tenía, a modo de hobby, una floristería. Tres hombres de Capone eliminaron a Dion O'Banion, el gángster que amaba las flores.
Como era habitual, los chicos de O'Banion trataron de devolver el golpe y en 1925 Torrio escapó herido de un atentado. Y decidió jubilarse y traspasar la organización a Al Capone, que con sólo 26 años ya nunca más volvería a recibir órdenes de nadie.
Mientras expandía el negocio, aparece la cara amable de Capone. Es difícil hallar una sola entrevista adversa, al contrario. Grandes firmas -incluso llegadas de Europa, como el francés Georges London- destacan su inquietud por "los americanos buenos y sencillos", su anticomunismo radical y el don de gentes. Incluso una periodista célebre, la washingtoniana Eleanor Patterson, le desea lo mejor "de todo corazón" e insinúa un atractivo especial, propio al parecer de los gángsters.
El principio del fin fue, precisamente, el hecho delictivo que le hizo más célebre: la matanza de San Valentín de 1929. Sicarios de Capone, disfrazados de agentes, acribillan en un garaje de Chicago a siete hombres de George Moran. Es la gota que desborda la paciencia de la sociedad no sólo de Chicago sino de todo el país.
Washington ya daba por contraproducente la ley seca y activó la maquinaria federal para poner orden en Chicago. Y eso pasaba por terminar con el icono Al Capone, que alternaba la beneficencia, las apariciones familiares en partidos deportivos y algunos negocios tapadera -como las lavanderías, de ahí el término "blanqueo" de fondos-. La ley seca será derogada en 1933.
La notoriedad de Capone irritaba a la gente de orden y estorbaba a los propios mafiosos. El fisco hizo su trabajo y Al Capone terminó en prisión, ajeno al cambio de dirección de los vientos (creyó que estaba pactada su condena y comprado el jurado). Hasta el punto de que en Alcatraz, donde ya no llevaba la buena vida de anteriores estancias -cortas- en prisión, recriminó a su esposa la brevedad de sus cartas.
-"Si no tienes tiempo para escribirme cartas, no me envíes telegramas".
Al Capone no imaginaba que los textos de su esposa eran censurado por los funcionarios y recibía unos textos abreviados.
Un asesino singular
Comedores sociales en Chicago. Al Capone presumía en los medios de comunicación de sus obras caritativas, de las que las más relevantes eran las soup kitchens de Chicago al principio de la Gran Depresión. "120.000 comidas son servidas cada día gratuitamente a los parados", resumía un diario local en 1931. Muchos días, el propio Capone acudía a los centros a saludar a los miles de desempleados que guardaban cola. Toda esta imagen fue rebatida con elocuencia por el fiscal del proceso que le condenó a once años ese mismo 193. Fue cuestión de contraponer el precio de la ropa que gastaba Al Capone -desorbitante- con su cacareada protección del "americano sin recursos". que combinaba con furibundos ataques a los bolcheviques.
Pionero de la caducidad de la leche. La enfermedad de un familiar de Al Capone por causa de leche en mal estado y la adquisición de la Meadowmoor Dairies, una empresa láctea -para blanquear dinero-, justifican la leyenda de que Al Capone fue el impulsor de la caducidad en los envases de leche. El Smithsonian dictamina que si bien es cierto que el gángster pidió esta medida al Ayuntamiento de Chicago no fue aprobada hasta los años setenta y no precisamente en honor de Capone.
Corruptor de periodistas. Al Capone fue el artífice del final del mito sobre la honradez de los periodistas. Una banda rival asesinó al cronista de sucesos del Chicago Tribune, Jacke Lingle, en 1930. El prestigioso diario lideró una campaña para esclarecer lo ocurrido y de ella surgió una evidencia devastadora: la víctima llevaba meses a sueldo -muy generoso, por cierto- de Al Capone, a quien servía de enlace con algunos agentes y concejales de Chicago. El Tribune publicó un editorial posterior pidiendo disculpas a sus lectores. El caso descubrió que eran muchos los periodistas que cobraban de la mafia.
Sanguinario. De todas las muertes atribuidas a Al Capone, ninguna tuvo la brutalidad y el sello propio como la eliminación a golpe de bates de béisbol de tres subordinados que urdían un plan. Los invitó a cenar y acabó con ellos a los postres.