De mercado a plaza mayor: ¿qué había antes donde ahora vemos la torre Eiffel en París?

Un viejo “altar” revolucionario

La humillación pública de Luis XVI, una masacre de revolucionarios, una misa “pagana”… El Campo de Marte, la explanada a los pies de la famosa torre, presenció los momentos más alocados de la Revolución Francesa

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La Torre Eiffel, con el Campo de Marte a sus pies

Propias

Hay dos lugares con las mejores vistas de la torre Eiffel. En el lado noroeste, desde la terraza del Palacio de Chaillot –antiguamente, el Palacio del Trocadero–, que hace las veces de mirador. Es ahí donde un Adolf Hitler engreído se tomó aquella célebre fotografía frente a la torre, demostrando que la ciudad era suya. Lo flanqueaban los arquitectos Albert Speer y Arno Brecker, los ideólogos de ese nuevo Berlín que sería capital del Reich de los mil años, mucho más espléndido que París. En ese viaje, su misión era tomar notas.

La otra vista está en el sudeste, en el Champ-de-Mars, el Campo de Marte, el enorme jardín rectangular –780 metros de largo y 220 de ancho– a los pies de la torre y que sirve para equilibrar sus enormes dimensiones; libera el espacio para que sea visible y le da más monumentalidad.

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Visto esto, uno podría pensar que se hizo por ese motivo, pero no. Primero estaba el Campo de Marte, y luego se hizo la torre. Como es sabido, esta sirvió de gran acceso a los pabellones que ocupaban el parque durante la Exposición Universal de 1889.

Precisamente, si la parte central de la exposición se hizo allí era porque se trataba de un enorme espacio libre de edificios, que no estaba en el centro de la ciudad, pero tampoco demasiado lejos de él.

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El Campo de Marte en París visto desde la torre Eiffel

AFP

El Campo de Marte no es un simple jardín, un “pulmón verde”, como pueden serlo el Central Park de Nueva York o el Hyde Park de Londres. El espacio parisino fue varias cosas. Entre ellas, un “altar a la Ilustración”. Buscando algo que sustituyera a la liturgia católica, durante el Gran Terror, Robespierre lo convirtió en una suerte de templo de adoración a la “Diosa Razón”.

Aunque la historia de este lugar empieza mucho antes, cuando a mediados del siglo XVIII aún era una zona de cultivos más allá de las murallas. Más exactamente, un mercado al aire libre en el que se vendían hortalizas recién recolectadas.

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Por entonces se llamaba Grenelle. Lo de “Marte” vino más tarde, cuando en 1751 el rey Luis XV mandó construir la Escuela Militar de Francia –aún funciona como tal– en el extremo sureste del mercado. Hacía un par de años que había acabado la guerra de Sucesión austriaca, que, aunque ventajosa para Francia, puso de manifiesto la falta de oficiales con formación en el ejército del rey. La sede de la escuela acabó siendo un imponente edificio en estilo clásico francés, con una fachada monumental que mira hacia la torre Eiffel.

Por lo que respecta al nombre, alguien habrá caído en que Marte era el dios romano de la guerra, y que en la Roma antigua también había una explanada llamada “Campo de Marte”, que servía para usos militares. En tiempos de la República, después de una campaña exitosa, las tropas acampaban allí antes de cruzar las murallas servianas para desfilar por las calles.

Pues bien, el de París también iba a tener un uso militar, como zona de recreo y entrenamiento de los cadetes. Para embellecer el espacio, plantaron una avenida de olmos, rodearon el rectángulo con una verja y, sobre todo, unieron la isla de los Cisnes –un islote en el Sena pegado adonde hoy está la torre Eiffel– a la ribera. Al hacer esto último se conseguía un rectángulo perfecto; por tanto, una buena perspectiva.

Merced a esta solemnidad sobrevenida, y tras el estallido de la Revolución, el lugar fue escogido para celebrar las grandes ocasiones nacionales. El primero en hacerlo no fue Robespierre, sino el rey Luis XVI, que el 14 de julio de 1790 presidió allí una gran ceremonia para celebrar el primer aniversario de la toma de la Bastilla.

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Resulta paradójico que el rey conmemorara la caída del Antiguo Régimen y bendijera a una Asamblea Nacional que le había quitado poderes, pero así fue, básicamente porque tenía las manos atadas. La idea fue de La Fayette, el insigne general, que pensaba que un acontecimiento de este tipo serviría para simbolizar la unión de la nación en torno a un proyecto común y para dejar atrás el enfrentamiento partidista.

Robespierre volvería a usar ese lugar para celebrar una fiesta nacional, pero esta tendría tintes distópicos. Siguiendo la máxima de Voltaire, que decía que si Dios no existiese “habría que inventarlo”, el gobierno del Comité de Salvación Pública promovió el culto a un ente que llamaron “Ser Supremo”, y que debía ser una encarnación de los valores ilustrados, como la razón o la igualdad.

El resultado fue una ceremonia extrañísima, diseñada por el pintor neoclásico Jacques-Louis David, y que sería la presentación de esta especie de religión laica oficial. El 6 de junio de 1794, al dictado del Comité de Salvación Publica, miles de personas acudieron al Campo de Marte para rendir homenaje a los principios de la Revolución.

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Fue un evento meticulosamente planeado, que carecía de la espontaneidad de anteriores actos y que se llevó a cabo en un ambiente asfixiante, mientras tantos individuos estaban siendo guillotinados por los motivos más absurdos. En fin, una muestra de ardor popular impostado que algunos historiadores interpretan como el momento más enajenado de una Revolución ya esclerótica.

Aquel tiempo pasó, se construyó la torre Eiffel, y el Campo de Marte se convirtió en un gran espacio verde para disfrute de los parisinos. No hay ningún monumento que recuerde que este lugar presenció los años más tumultuosos de la Francia revolucionaria.

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