¿Cuál es el origen de la expresión 'por si las moscas'?

Curiosidades

Las moscas suplantan aquí un riesgo que se quiere eludir, pero es solo una de las mil simbologías de un insecto omnipresente en la literatura, la fraseología o la poesía

¿Por qué le buscamos 'tres pies al gato' en lugar de cinco?

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La mosca, un díptero muy presente en nuestro lenguaje cotidiano

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Nada en el reino animal ha invadido el lenguaje como las moscas. Revolotean por la fraseología como lo haría la Sarcophagidae en una letrina poco pulcra. Podemos mandar a alguien a cazar moscas, preguntarle qué mosca le ha picado o, al parlanchín, advertirle de que en boca cerrada no entran moscas.

Aunque, con este insecto, el modismo más socorrido es el que refiere a lo que es molesto, nada raro en un díptero que es la definición de lo cargante. Como genialmente expone el lingüista Mario García-Page, son más pesadas que ellas mismas.

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Aunque no acaban ahí las figuras retóricas y literarias. Aparte de en la sopa, las moscas también están en alegorías, metáforas, comparaciones y giros de todo tipo. Sirva de muestra el “por si las moscas” que usamos cuando hacemos algo (o cuando no) tratando de evitar algún daño o fastidio. ¿De dónde procede esta expresión?

En Cápsulas de la lengua: las palabras y sus historias (2014), el mexicano Arturo Ortega Morán se tomó el tiempo de rastrear su historia. No llegó más allá de los cien años, descubriéndola por primera vez en las páginas de una edición de 1919 de un periódico deportivo madrileño. “Por si las moscas, como dicen los chicos de la calle”, recogía el Madrid Sport, revelando que la frase ya estaba integrada en el lenguaje popular.

Esto nos permite intuir un origen anterior, aunque resulte difícil ser precisos. No se atreven a poner una fecha, pero la mayoría de los que han tratado el asunto convienen en que la expresión surgió de un hábito de cuando no existían las neveras. Se trata de la costumbre de tapar los alimentos con un paño para evitar que los insectos recalen en ellos, algo que se hace, al menos, desde que se sabe de su potencial nocivo. Los galenos de la antigua Roma, por ejemplo, ya sabían que los mosquitos transmiten algunas enfermedades.

Aunque esta es la explicación más repetida, algún lingüista ha sugerido que el modismo evoca un pasaje del Antiguo Testamento. De las diez plagas que Yahvé lanzó sobre Egipto para obligar al faraón a liberar al pueblo judío, una era de moscas, y así habrían devenido en símbolo de cualquier eventualidad funesta. De ahí el “por si las moscas”, para evitar que nos pase como a Ramsés II (c. 1279-c. 1213 a. C.).

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Relieve en que Ramsés II captura a sus enemigos.

Aun así, la hipótesis más espectacular no es esta, sino la que atribuye la expresión a un milagro de san Narciso de Girona. Es también la más ilusoria, pero resulta fácil comprender por qué se repite tanto en foros de Internet. Según una tradición gerundense, que las hagiografías de la Iglesia no reconocen, este santo liberó a la ciudad de una invasión francesa en 1285.

Al parecer, dice la leyenda, cuando los galos quisieron profanar su tumba, fueron atacados por una plaga de moscas que acabó con ellos. Es cierto que ese año la Corona de Aragón sufría un ataque de Felipe III de Francia, y que una epidemia de peste diezmó a las huestes de este rey en Girona. Sin embargo, en todo ello el insecto no jugó ningún papel. Además, los historiadores no han encontrado nada que ligue esta historia a la susodicha expresión.

Coronación de Felipe III de Francia

Coronación de Felipe III de Francia

Dominio público

La de la mosca como alegoría de lo que nos acecha es una simbología repetida en la historia. Los filisteos llamaban “El señor de las moscas” a Belcebú, que no es otro que el demonio. Más tarde, en 1954, el escritor William Golding lo convirtió en un personaje literario en el célebre libro que lleva su sobrenombre por título.

Podríamos seguir con la lingüística y buscar el significado de “la mosca cojonera”, o del dicho “estar con la mosca detrás de la oreja”. Sin embargo, también cabe viajar a otros campos y descubrir las mil alegorías que han inspirado estos invertebrados, no siempre sobre el mal.

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Antonio Machado les dedicó un poema, que Alberto Cortez musicó (y Joan Manuel Serrat contribuyó a popularizar). Y es justo que las moscas tengan un lugar predominante en el universo léxico, literario y simbólico: se lo han ganado por machaconas. Lo son tanto que, si las tememos, se nos aparecerá una, y si tratamos de ignorarla, se posará sobre nuestra oreja.

Como si fueran las Erinias de la mitología griega, aquellas personificaciones del castigo que perseguían a los que habían cometido algún crimen, el escritor Augusto Monterroso (1921-2003) especulaba con que quizá también las moscas sean vengadoras. “Las vicarias de alguien innombrable, buenísimo o maligno”, decía en el minirrelato Las moscas (1972).

Monterroso fantaseaba con hacer una antología universal sobre ellas. Si no pudo hacerlo, contaba en su relato, fue porque el tema era grande, más bien infinito. Por eso se quedó en eso, en unas líneas. Como Machado. Por viejas, y por haberle acompañado siempre, a este poeta le evocaban todas las cosas: el amor, el castigo, la muerte… Tantas, decía por su parte Monterroso, que dejan en ridículo el cuervo de Allan Poe.

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