¿Es Elon Musk el Henry Ford del siglo XXI?

Magnates y política

Estos días son muchos los que enlazan los perfiles del hombre más rico del mundo y el que fue un emblemático empresario de éxito en Estados Unidos, el padre de la cadena de producción

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El multimillonario Elon Musk (Pretoria, Sudáfrica, 1971) dio una imagen simpática de sí mismo cuando, en 2015, hizo un cameo en la serie The Big Bang Theory. Aparecía fregando platos en un comedor social. En la actualidad, muchos le consideran una figura que amenaza con su inmenso poder la estabilidad de las democracias occidentales. Por su exitosa carrera empresarial y por sus polémicas ideas políticas, se le ha comparado con el magnate estadounidense Henry Ford (1863-1947). ¿Cuáles son las similitudes?

Henry Ford junto a un Ford T negro

Henry Ford junto a un Ford T negro

Ford

Para empezar, ambos revolucionaron la industria del automóvil. Ford puso los vehículos que fabricaba al alcance de los trabajadores al conseguir una drástica reducción de sus precios. Musk, por su parte, ha logrado abaratar los coches eléctricos. Ahora bien, su estilo de hacer negocios es muy diferente. Ford se centró básicamente en el sector de la automoción y no se abrió por propia iniciativa a otros campos. Le tuvieron que convencer, cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial, de que manufacturara aviones. Musk ha diversificado mucho sus intereses: lo mismo fabrica automóviles que se dedica a la carrera espacial o a la neurotecnología. 

En sus acercamientos metodológicos también difieren. Ford es sinónimo de orden. Dio nombre a un sistema de producción, el fordismo. En cambio, no existe nada parecido al “muskismo”. Harold Meyerson, director ejecutivo de la revista The American Prospect, afirma que “muskismo” es más sinónimo de caos que de un sistema. A su juicio, Musk, siguiendo la terminología del filósofo Isaiah Berlin, sería un zorro, es decir, un hombre que sabe de muchas cosas en términos generales. Ford se parecería a un erizo: conocía un solo tema, pero lo dominaba en profundidad.

Hagamos negocios

Ni uno ni otro se han distinguido por sus escrúpulos a la hora de buscar la rentabilidad. Ford, en los años veinte del pasado siglo, pese a ser un profundo anticomunista, abrió una fábrica en la Unión Soviética. Más tarde, cuando Hitler llegó al poder, ni por un momento pensó en cortar sus relaciones económicas con Alemania. Musk no ha dudado en buscar la alianza de China, convencido de que este país, no precisamente democrático, es decisivo, por su inmenso mercado, para el desarrollo de Tesla, su compañía automovilística.  

Elon Musk, en la fábrica de Tesla en Berlín, en su inauguración en el 2022

Elon Musk, en la fábrica de Tesla en Berlín, en su inauguración en el 2022

Patrick Pleul / AP

Los dos hombres tienen también en común la forma de relacionarse con sus empleados. Es cierto que Musk busca trabajadores baratos mientras Ford prefirió aumentarles el sueldo, de forma que pudieran adquirir sus coches, y reducir su jornada laboral. Pero, más allá de esta nada desdeñable diferencia, tanto el estadounidense como el sudafricano se caracterizan por su radical oposición al sindicalismo.

Para reprimir huelgas, Ford no dudó en recurrir a la violencia y usó los servicios de antiguos presidiarios y espías para acabar con las protestas laborales. Musk ha despedido a trabajadores que intentaban organizarse colectivamente y ha hecho todo lo posible para boicotear los sindicatos. Mientras tanto, se presenta a sí mismo como el trabajador ejemplar, activo los siete días de la semana en jornadas interminables.

Simpatías autoritarias

Ambos coinciden a la hora de utilizar su poder económico para hacer propaganda de sus ideales políticos. Ford lo hizo con la adquisición del periódico The Dearborn Independent. Musk actuó a una escala infinitamente mayor y se hizo con la red social Twitter, que renombró X. La compra no respondía tanto a una motivación económica como a controlar un potente altavoz con el que expandir sus principios de derecha radical, tal como se ha comprobado con su apoyo a Donald Trump en su camino por regresar a la Casa Blanca. 

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Elon Musk, Nigel Farage (a la derecha) y el magnate inmobiliario inglés Nick Candy (izquierda), ante un retrato de Trump en Mar-a-Lago

REDACCIÓN / Otras Fuentes

El sudafricano se ha inmiscuido en los asuntos europeos secundando a diversas formaciones de extrema derecha. Ha sido muy comentado su respaldo al Reform UK de Nigel Farage en Gran Bretaña o a Alternativa para Alemania, único partido que, en su opinión, puede “salvar” a los alemanes. Desde su punto de vista, es una postura lógica, puesto que posee inversiones en estos países. Henry Ford apoyó a Franco durante la guerra civil española e hizo caja vendiendo camiones a su bando.

Libertad de expresar bulos

El antisemitismo parece constituir otro punto en común. Musk levantó una amplia controversia cuando apoyó un tuit en X que aseguraba que los judíos fomentaban el odio contra los blancos. La Casa Blanca, bajo la presidencia de Joe Biden, le acusó de “promover de forma abominable el odio antisemita y racista”. Para sacudirse esta mala imagen, el multimillonario visitó poco después el campo de concentración de Auschwitz.

Ford estaba muy lejos de simpatizar con los judíos, a los que acusó en un libro de estar vinculados al auge internacional del bolchevismo. Recogía un tópico muy extendido que señalaba la procedencia hebrea, real o supuesta, de los principales líderes comunistas. El problema de esta argumentación es que no tenía un afán de exactitud científica, como evidencian incorrecciones fácilmente detectables. Ford aseguraba, por ejemplo, que Lenin no era judío pero sí su esposa, y que por eso sus hijos hablaban yidis. En realidad, el matrimonio nunca tuvo descendencia y ella ni siquiera tenía ascendientes hebreos.

El estadounidense llegó a expresar sus convicciones antisemitas en términos muy virulentos. Los judíos, en su opinión, hasta eran culpables de una música como el jazz, un estilo horroroso que obligaba a los jóvenes “a tararear las canciones salvajes de los negros”. Para el fabricante de automóviles, detrás de cualquier contenido contrario a los cánones de la recta moral siempre había un judío. 

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Es un caso de lo que ahora conocemos como fake news. Musk, aliado de Trump, defiende, en nombre de la libertad de expresión, que no se ponga ningún freno a la difusión de este tipo de mentiras.

Henry Ford acabó por retractarse de sus posturas y culpó del gran desaguisado a sus colaboradores, es decir, a los que preparaban los textos que él firmaba, pero el mal ya estaba hecho y El judío internacional, su libro, circuló profusamente por la Alemania nazi. Hitler, uno de sus admiradores, le consideraba uno de los padres del fascismo norteamericano. Precisamente por eso, el austriaco se sintió traicionado cuando el industrial dio marcha atrás. Le acusó de haberse reconciliado con los judíos y borró su nombre del segundo volumen de Mi lucha, donde le había presentado como el único empresario por completo independiente del predominio de los judíos en el mundo capitalista. 

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No sabemos cómo evolucionará Musk, pero son patentes sus prejuicios integristas. Tiene una hija transexual, Vivian Jenna, que antes se llamaba Xavier Alexander. Lejos de aceptar este cambio, el multimillonario dijo que Xavier había muerto asesinado por el virus woke. Ese, seguramente, es un factor más a la hora de considerar el viraje ideológico de un hombre a quien le gustaba pasar por progresista y ecologista.

Su imagen como símbolo del populismo responde a una antigua tradición en la que el magnate hecho a sí mismo se presenta en público como una supuesta personificación de los valores del pueblo. El self-made man sería la encarnación de principios típicamente americanos. Lo cierto es que, hechos o no a sí mismos (en el caso de Musk, no ha partido ni mucho menos de cero en su carrera hasta el éxito), ambos personajes comparten la apuesta por políticas y políticos alineados con sus réditos económicos. Unos intereses que raramente van a representar el bien común.

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