La historia autoritaria de Estados Unidos

Pulsiones despóticas

Muchos presidentes estadounidenses han desafiado el marco constitucional. Si Trump lo hace en su futuro ejercicio, estará siguiendo una larga tradición

Estatua de Abraham Lincoln en el Lincoln Memorial, Washington D. C.

Estatua de Abraham Lincoln en el Lincoln Memorial, Washington D. C.

Beata Zawrzel/NurPhoto vía Getty Images

El próximo segundo mandato de Donald Trump ha reavivado la preocupación sobre sus rasgos autoritarios y sobre si la democracia estadounidense resistirá su embestida. En el primero, y sobre todo en su papel en el asalto al Capitolio el 5 de enero de 2021, ya ofreció pistas sobre su talante futuro. Trump se considera una amenaza excepcional para el sistema político de EE. UU. por su pulsión autoritaria, pero, aunque pueda parecer lo contrario, esa tendencia no es estrictamente nueva en el país, pues los dos siglos y medio de historia política estadounidense están salpicados de excesos de presidentes que con sus decisiones han comprometido el marco constitucional.

Es una de las tesis del libro que el historiador y periodista Nick Bryant publicó antes del verano, The forever war (La guerra eterna; Bloomsbury). Para el autor, la historia estadounidense no es solo la del nacimiento y consolidación del sistema liberal, sino que tiene otra cara, la de la pugna constante entre ese liberalismo y una pulsión ultraconservadora y autoritaria, a la que hay que asumir el gusto por la figura del hombre fuerte. Desde este punto de vista, ni el trumpismo aparece de la nada –pues los antecedentes son muy abundantes– ni la compleja relación del millonario neoyorquino con la Constitución y con el sistema institucional estadounidense ha sido excepcional.

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En uno de los capítulos, Bryant repasa la trayectoria de los presidentes estadounidenses que han destacado, de una manera o de otra, por esa vertiente autoritaria. No se puede decir que la nómina sea corta, empezando incluso por algunos de los padres fundadores, que se habrían aprovechado de un marco legal en el que sus atribuciones estaban poco definidas.

En su análisis se remonta a John Adams, segundo presidente del país (1797-1801). Adams es conocido, entre otras cosas, porque bajo su mandato se aprobó la polémica ley de Sedición, que calificaba de delito la publicación de escritos considerados “falsos, escandalosos y maliciosos” contra el gobierno o contra los funcionarios, y establecía una pena de entre dos y cinco años de cárcel. En la práctica, llevada al extremo, la medida significaba la prohibición de la oposición política.

John Adams, segundo presidente de Estados Unidos

John Adams, segundo presidente de Estados Unidos

Dominio público

La tendencia autoritaria, o al menos la de saltarse la Constitución, es, pues, especialmente intensa en los tiempos de los padres fundadores del que se considera el sistema liberal más importante del mundo. Aún hoy, por ejemplo, se debate si otro de esos primeros presidentes, Thomas Jefferson (en el cargo entre 1801 y 1809), se saltó el texto constitucional para adquirir Luisiana a Francia en 1803. Años después, el talante de Andrew Jackson (1829-1837) le proporcionó el sobrenombre de King Andrew I, y sus tendencias populistas le valieron ser calificado como “lo más parecido que ha tenido Estados Unidos a un Julio César”.

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Ni siquiera se salva uno de los grandes pesos pesados de la historia presidencial estadounidense como Abraham Lincoln (1861-1865). Según explica Bryant, aun teniendo en cuenta la excepcionalidad que conlleva una guerra civil, el presidente se excedió constantemente en sus límites: suspendió el habeas corpus, cerró cerca de 300 periódicos no afines y castigó con cárcel las críticas. Incluso hoy se sigue debatiendo si la abolición de la esclavitud podría ser considerada inconstitucional por cuestiones de procedimiento. Algunos historiadores han llegado a calificar a Lincoln de “dictador constitucional”.

La era de las órdenes ejecutivas

La nómina no termina aquí. Con Teddy Roosevelt (en el cargo entre 1901 y 1909) se abrió la era de las órdenes ejecutivas masivas que, en la práctica, supuso la expansión del poder presidencial en detrimento del poder legislativo, una senda recorrida posteriormente por otros mandatarios estadounidenses. De Teddy Roosevelt se puede considerar que “creó la presidencia moderna”, agrega Bryant en referencia a estas órdenes ejecutivas.

Woodrow Wilson (1913-1921) fue presidente durante la Gran Guerra, lo que tal vez le dio carta blanca para tomar ciertas medidas: utilizó técnicas de contrainsurgencia contra los sindicatos y aprobó normas que permitían prohibir opiniones contrarias a la participación estadounidense en el conflicto armado.

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Woodrow Wilson saluda desde un carruaje junto al presidente francés Raymond Poincaré (Photo by Time Life Pictures/US Army Signal Corps/The LIFE Images Collection/Getty Images)

Getty

Una mención aparte merece el mandato de Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), el gran valedor de los sistemas liberales frente a las dictaduras totalitarias que expandían su poder por toda Europa y cuyos partidarios incluso se hallaban en ascenso dentro de Estados Unidos. A este presidente se le recuerda por el elevado número de órdenes ejecutivas, más de 3.500, hasta el punto de que su mandato se convirtió en el que más había ejercido el poder hasta la fecha por este medio.

Lo que, sin embargo, hoy podría olvidarse es el contexto en el que Roosevelt llegó al poder, en plena Gran Depresión, con una parte importante de la población que no veía con malos ojos a un hombre fuerte. Inmediatamente después de su nombramiento, uno de los grandes periódicos titulaba “Por la dictadura, si es necesario”, y un destacado columnista escribía: “(El presidente) puede que no tenga alternativa salvo asumir poderes dictatoriales”. Con un ejercicio muy personalista del poder, Roosevelt renovó tres veces seguidas el mandato obtenido en las urnas en 1932.

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Contrariamente a lo que podría parecer, el electorado estadounidense, o una parte importante de él, tradicionalmente no ha desdeñado cierta dosis de autoritarismo. En 1964, Lyndon Johnson revalidó la presidencia pese a las acusaciones de haberse excedido en sus atribuciones. “La mayoría de los estadounidenses –se dice que aseguró Johnson– no están dispuestos a cambiar el águila americana por un gallo desplumado”.

Exonerados por la posteridad

En general, se puede decir que la memoria ha sido benévola con todos estos mandatarios. “Ha habido una tendencia a perdonar y a olvidar las transgresiones de los presidentes de puño de hierro”, señala en el libro Nick Bryant. Andrew Jackson continúa apareciendo en los billetes de 20 dólares, ninguna de las medidas discutibles de Lincoln le ha bajado del pedestal de la historia y a Franklin D. Roosevelt se le perdona el internamiento de los estadounidenses de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial por la excepcionalidad del momento. Hasta Richard Nixon fue parcialmente rehabilitado; en su funeral en 1994 recibió los máximos honores de Estado y cinco presidentes asistieron al acto.

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El presidente Andrew Jackson representado en el billete estadounidense de 20 dólares 

Reuters

Incluso en estos días se discute el uso arbitrario del poder por parte de Joe Biden, quien el pasado día 12 concedió más de 1.500 perdones o reducciones de condena, una atribución que puede utilizar el presidente de forma discrecional, pero que nunca se había aprobado para tantas personas de una sola vez. Biden había indultado unos días antes también a su hijo Hunter, que en junio había sido hallado culpable de delitos relacionados con posesión de armas.

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