Los Juegos también son de ellas: Alice Milliat y su lucha por el olimpismo femenino
Podcast 'Historia y Vida'
Que en los actuales juegos hombres y mujeres compitan con el mismo número de atletas se debe a la lucha de Milliat. Isabel Margarit y Ana Echeverría nos descubren a esta pionera
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Los orígenes del deporte de élite femenino fueron enormemente difíciles. Hace un siglo predominaba la convicción de que las mujeres eran demasiado frágiles para competir. Contra esta idea se rebeló Alice Milliat (1884-1957), fundadora de la Federación Deportiva Femenina Internacional y de los hoy desaparecidos Juegos Mundiales Femeninos. Debería ser una figura tan conocida como el barón Pierre de Coubertin..., pero no es así.
Coubertin y Milliat no estuvieron en buenos términos. El fundador del olimpismo moderno opinaba que los juegos debían consistir en la “solemne y periódica exaltación del atletismo masculino (…) con el aplauso de las mujeres como recompensa”.
Pero en la segunda edición de las Olimpiadas, celebrada en París en 1900, unas pocas mujeres participaron, junto a los hombres, en cróquet, equitación y vela. También hubo competiciones de golf y tenis femenino. En todas estas disciplinas las mujeres de la alta sociedad concurrían ya desde hacía tiempo, más por entretenimiento que por afán de competir.
Así, el primer Comité Olímpico Internacional estuvo integrado principalmente por aristócratas que no quisieron excluir, por una cuestión de galantería, a las mujeres de su círculo interesadas en intervenir en los Juegos. A fin de cuentas, ciertos deportes de élite se consideraban adecuados para señoras y señoritas.
La lucha hacia la paridad
Alice Milliat se inició en el mundo del deporte a raíz de un viaje a Inglaterra en 1904. Allí se enamoró del remo, una disciplina que muchas inglesas practicaban en el Támesis. Tras enviudar con tan solo 24 años, buscó empleó como traductora, pero fue el deporte lo que la ayudó a superar el duelo por la pérdida de su marido y de sus padres. En 1914, el mismo año en que estalla la Primera Guerra Mundial, se hace socia de Fémina Sport, un club deportivo para mujeres fundado dos años antes por el gimnasta Pierre Paysée.
Paysée era un gran defensor del deporte femenino. Desde principios del siglo XX hubo también hombres, muchos de ellos deportistas o médicos, así como fabricantes de artículos deportivos, que sí se mostraron a favor de que las mujeres pudieran incorporarse al deporte de élite. De hecho, Alice Milliat, durante toda su carrera, buscó aliados masculinos en los que apoyarse para promocionar el deporte femenino.
Como presidenta de Fémina, Milliat promovió la práctica del deporte popular, no aristocrático. En 1920 se organizó en el Reino Unido el primer campeonato femenino internacional de fútbol, entre un equipo inglés, las Dick Kerr Ladies, y una selección francesa. Aunque la experiencia supuso un baño de masas, este boom del fútbol femenino fue un breve espejismo. En 1921, la federación inglesa prohibió a las mujeres jugar en sus estadios.
Es posible que la recuperación de la liga masculina tras la guerra tuviera algo que ver en esta menguante popularidad. Pero las jugadoras no lo vieron así. En palabras de una de ellas: “Dijeron que no era un juego para señoras, pero todas pensamos que era porque estábamos consiguiendo los espectadores que los hombres no conseguían”.
En cualquier caso, la experiencia de las dos competiciones que se disputaron entre futbolistas inglesas y francesas, una en el Reino Unido y otra en Francia, demostró a Alice Milliat que el deporte femenino podía tener rango internacional. Inmediatamente organizó la creación de la Federación Deportiva Femenina Internacional, con sede en París, que llegó a agrupar a 31 países de todo el mundo.
El siguiente paso era conseguir, a través de la Federación Internacional, que todas estas federaciones nacionales femeninas pudieran participar en los Juegos Olímpicos. Pero aquí la presidenta de la Federación Internacional se dio contra un muro. Porque ni Pierre de Coubertin ni su sucesor, Henri de Baillet-Latour, se dignaron siquiera a responder a sus peticiones. En vista de la situación, Milliat hizo de la necesidad virtud y decidió organizar sus propias olimpiadas: los juegos olímpicos femeninos de 1922.
Milliat tuvo que retirarse, con 53 años, por problemas de salud. Dejó un legado poco reconocido pero fundamental como gran dama del deporte, gestora audaz y ferviente defensora de la igualdad.
Para profundizar en su trabajo, Isabel Margarit, directora de Historia y Vida, y la periodista Ana Echeverría Arístegui recomiendan dos recientes y completas biografías que por fin le hacen justicia: la de Sophie Danger, publicada en francés por Les Pérégrines, y la de Nancy Gillen, en inglés para Pitch Publishing.
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