En 1888 se inventó el neumático de caucho y Leopoldo II de Bélgica esclavizó a la población del Congo para servir, entre otras cosas, a aquella primera revolución automovilística. En pleno siglo XXI, la segunda revolución del automóvil, la del coche eléctrico, también emplea mano de obra esclava en el mismo lugar.
Las regiones orientales de la República Democrática del Congo (RDC) son ricas en minerales críticos como el cobalto (70% de las exportaciones mundiales), el coltán, el cobre, el tungsteno o el estaño. La demanda de estos minerales, imprescindibles para las baterías de los teléfonos móviles o la fabricación de coches eléctricos y paneles solares, aumentará un 500% hasta el año 2050 a causa de su importancia clave en la transición energética.
Sin embargo, es poco probable que las poblaciones del Congo se beneficien de esos tesoros naturales, en un país asolado por las guerras más violentas de la posguerra fría. Los recursos de su nación son vendidos por intermediarios a las grandes firmas mineras estadounidenses, chinas o israelíes.
La guerra asola las regiones orientales del Congo desde hace tres décadas, con períodos de calma relativa y picos de extrema violencia. Unos ciento veinte grupos armados operan en la región, financiándose con el tráfico de minerales (para cuya extracción usan mano de obra esclava, incluyendo niños), la venta de armas y otras operaciones de rapiña. Los beneficiados son los Estados vecinos, especialmente Ruanda, que canaliza los minerales hasta las cadenas de aprovisionamiento mundiales.
El comercio ilegal de casiterita proporciona a los grupos armados 85 millones de dólares anuales y 8 millones el del tántalo, que se extrae del coltán. A cambio, las milicias adquieren armas con las que seguir matando.
1996-1997
Primera guerra del Congo
La chispa que encendió la guerra en el Congo fue el genocidio en la vecina Ruanda de 1994. Entre abril y junio de 1994, nacionalistas radicales hutus asesinaron a un millón de tutsis a machetazos. Los hutus fueron expulsados de Ruanda por una ofensiva del Frente Patriótico Ruandés, de mayoría tutsi, que ocupó Kigali. Francia envió paracaidistas para cubrir la retirada de los hutus hacia Goma, la capital de la región zaireña de Kivu del Norte. Un gigantesco campo de refugiados albergaba a más de un millón de personas. Los verdugos se habían convertido en víctimas.
La llegada de los refugiados desestabilizó Kivu del Norte, siempre refractaria al poder central desde el ciclo de guerras civiles que arrasó el país en la década de 1960. Inmediatamente los hutus comenzaron los ataques contra los tutsis de Kivu del Sur (los banyamulengues). Fue en ese momento cuando la guerra civil ruandesa se solapó con una guerra civil en Zaire, un país con una superficie de 3,5 millones de km2 que tenía frontera con nueve países.
En el poder en Zaire desde 1965, Mobutu Sese Seko había ido perdiendo, poco a poco, el apoyo de sus mentores estadounidenses tras el final de la guerra fría. En un intento por mantenerse al mando, Mobutu se puso de parte de los hutus ruandeses de los campos de refugiados, con los que sus funcionarios hacían suculentos negocios. La respuesta fue una alianza de los banyamulengues y de grupos de la oposición, unidos bajo las siglas de la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo-Zaire (AFDLC). El nuevo gobierno de Ruanda del presidente tutsi Paul Kagame apoyaba a la AFDLC.
A mediados de 1997, la AFDLC se apoderó de Kinshasa. Mobutu huyó a Marruecos, donde murió de cáncer aquel mismo año. Había amasado una fortuna personal de 5.000 millones de dólares. La deuda exterior del Congo se cifraba en 13.000 millones. La guerra se había cobrado 200.000 vidas.
1998-2006
Segunda guerra del Congo
El nuevo amo de Zaire (ahora República Democrática del Congo) era el antiguo guerrillero Laurent-Désiré Kabila. Los complejos juegos de alianzas hacían muy difícil que Kabila pudiera cumplir sus promesas de regeneración. En agosto de 1998, la RDC volvió a sumirse en la guerra civil.
Uganda y Ruanda, que habían puesto en el poder a Kabila para usarlo como hombre de paja y repartirse las riquezas naturales del este del Congo, se volvieron contra él. Junto con los banyamulengue, crearon otro movimiento, la Agrupación Congoleña para la Democracia (RCD), a la que se sumaron otras milicias cuyo común denominador era la disputa por los recursos del este del país. Otra media docena de Estados, incluyendo Zimbabue y Angola, apoyaban a Kabila, quien también se alió con los hutus ruandeses, que atacaron a los banyamulengue en una reedición a escala congoleña del genocidio ruandés.
Cada país tenía su propia agenda, en la que la suerte del Congo, y no digamos la de su población, no importaba a nadie. Las tropas de Zimbabue y las angoleñas evitaron que paracaidistas ruandeses se apoderaran de Kinshasa y luego pasaron a enfrentarse entre sí por el botín. Por su parte, Ruanda y Uganda se disputaron Kisangani, uno de los centros de la extracción de diamantes, en la llamada guerra de los Seis Días, en junio de 2000.
El alto el fuego firmado en Lusaka (Zambia), en julio de 1999, no fue respetado, ya que ni Kabila ni las otras partes querían compartir el poder.
Kabila fue asesinado en enero de 2001. Su hijo Joseph quedó al frente de un país que estaba ocupado en un 40% por ejércitos extranjeros o milicias rivales. En 2002, la RCD y Ruanda acordaron en Pretoria el desarme de las milicias hutus y la retirada del ejército ruandés. La situación era tan absolutamente enmarañada que hizo falta firmar cuatro tratados de paz.
Este fue el final oficial de la segunda guerra del Congo, también llamada “guerra mundial africana”. Se calcula que, en el período entre 1996 y 2006, la violencia, las privaciones y las enfermedades provocaron más de cinco millones de muertes y seis millones de refugiados. El uso de la violación como arma de guerra (que afectó a una de cada tres mujeres de la región) disparó los contagios del VIH.
En 2006, Joseph Kabila fue elegido presidente en las primeras elecciones libres celebradas en Congo desde la independencia en 1960. Pero la guerra y el saqueo no acabaron. De hecho, se calcula que en 2004 un millar de personas perdían la vida diariamente por los enfrentamientos. La RCD carecía de medios militares para mantener la seguridad en el este del país.
En 2004 estalló una revuelta en Kivu del Norte, donde se enfrentaron entre sí diversas milicias de hutus ruandeses (FLDR, CNDP) contra el ejército congoleño. Kabila tuvo que autorizar al ejército ruandés a entrar nuevamente en Kivu del Norte para liquidar al FLDR.
El M23
El actor más reciente de la violencia en el este del Congo es el M23, un proxy de Ruanda formado por tutsis congoleños, desertores del ejército y miembros del CNDP, a los que Ruanda no había destruido. Su nombre procede de la fecha del acuerdo que el 23 de marzo de 2009 firmó el CNDP con el gobierno, y por el que sus fuerzas quedaban encuadradas en el ejército congoleño. El M23 alegaba que el gobierno no había cumplido los acuerdos.
A finales de 2012, el M23 se apoderó de Goma, mientras un torrente de cuatrocientos mil refugiados huía ante su avance. Las tropas congoleñas y los cascos azules de la Misión de la ONU para Congo (MONUSCO) consiguieron recuperar Goma a finales de 2012 y forzar un alto el fuego. En febrero del año siguiente, un acuerdo marco de paz en Adís Abeba (Etiopía), firmado por once Estados africanos, pretendía poner fin a la guerra del Congo.
Entre tanto, diversas facciones del M23 se enfrentaban entre sí. La del coronel Sultani Makenga, que tenía sus bases en el noroeste de Congo, comenzó los ataques sobre Kivu del Norte en marzo de 2022. Los enfrentamientos entre el M23 y el gobierno han proseguido hasta la fecha. La tensión aumenta bajo la amenaza de una nueva guerra regional, mientras el mundo mira a Ucrania o Gaza.
La Organización Internacional para las Migraciones calcula que solo desde 2022 se han desplazado 1,6 millones de personas en la región, huyendo de la nueva oleada de violencia. Todas ellas dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir. Son las nuevas víctimas de la guerra por los minerales del Congo, cuyas reservas sin explotar están valoradas en 24 billones de dólares.