El 31 de enero de 1889, al filo de la medianoche, en el cementerio de una abadía cercana a Viena se llevó a cabo una macabra ceremonia. Amparados por la oscuridad y en el mayor de los sigilos, dos hombres de confianza del emperador Francisco José de Austria se encargaron de que un sencillo ataúd y una fosa abierta en tierra acogieran el cadáver de la baronesa María Vetsera.
Las órdenes del emperador eran claras: ni una cruz, ni una inscripción. La mujer que había compartido los últimos momentos de su hijo Rodolfo, heredero del Imperio austrohúngaro, debía ser enterrada en la misma clandestinidad con que había vivido sus amores con el archiduque.
Francisco José estaba decidido a borrar todo vestigio de la tragedia que, horas antes, había tenido lugar en Mayerling
Francisco José estaba decidido a borrar todo vestigio de la tragedia que, horas antes, había tenido lugar en el pabellón de caza de Mayerling. En él, aparentemente, Rodolfo de Habsburgo se había suicidado después de matar a su amante.
Podía justificarse que el archiduque –enfermo, inconformista, depresivo– se hubiera quitado la vida en un ataque de enajenación mental. La presunción de demencia y las buenas relaciones que la Iglesia austríaca mantenía con la familia imperial dejarían vía libre al entierro del archiduque en suelo sagrado, algo vetado a los suicidas. Pero el cadáver de María era la prueba inequívoca de que Rodolfo, además de marido infiel, era un asesino.
Una vez supo que la ceremonia había concluido, el emperador creyó que todo quedaba zanjado. Sin embargo, ni terminaron las especulaciones sobre el caso ni continuó intacta la vida política de Austria-Hungría.
Las relaciones familiares
Rodolfo había nacido 31 años atrás en Viena, del matrimonio de Francisco José de Habsburgo, emperador de Austria, y Elisabeth de Baviera, la celebérrima Sissi. Se educó bajo la tutela de su abuela paterna, una mujer rígida y formal en quien la emperatriz, posiblemente por un injustificado sentimiento de culpabilidad, había delegado la educación de los príncipes tras la muerte de la mayor de sus hijas.
Cuando solo tenía seis años fue puesto al cuidado de un general que debía darle la formación militar propia del heredero. Rodolfo, sin embargo, no mostró ninguna afición por la milicia. El preceptor, con la aquiescencia del emperador, no dudó en someterle a todo tipo de atrocidades con el pretexto de fortalecer su carácter: le dejaba solo en el jardín asegurando que había soltado a un jabalí, le obligaba a tomar duchas heladas o, en plena noche, entraba en su habitación disparando al aire. La respuesta no fue la esperada. Rodolfo comenzó a padecer ataques de ansiedad y frecuentes enfermedades.
Al enterarse, la emperatriz amenazó con abandonar la corte si no se despedía de inmediato al preceptor. Francisco José se vio obligado a aceptar. La educación paramilitar fue sustituida por profesores de griego, filosofía, humanidades o ciencias, a quienes se exigía una buena preparación, sin tener en cuenta sus ideas liberales.
El heredero pudo desarrollar grandes capacidades intelectuales, que le valieron un inusual doctorado honoris causa en Ornitología por la Universidad de Viena. Pero, además, se apasionó por los avances científicos y se convirtió en un total escéptico en materia religiosa.
Lo cierto es que era muy parecido a su madre. Como ella, se proclamó anticlerical, antimilitarista y republicano. El enfrentamiento ideológico de Rodolfo con su padre fue manifiesto. Se sabe que firmó con seudónimo determinados libelos, artículos o pasquines, y después de publicar La nobleza austríaca y su misión constitucional no paró de pronunciarse a favor de las ideas liberales y en contra de la mayoría de las decisiones del gobierno del emperador. Tal fue el escándalo que se le destinó a Praga, al mando de un regimiento de tropas especiales.
El matrimonio del heredero
Culto y elegante, Rodolfo gozaba de un gran éxito entre las mujeres. Era, sin embargo, el heredero de un imperio, por lo que no podía decidir su propio matrimonio. A los 22 años, el emperador acordó su boda con la princesa Estefanía de Bélgica, de 16.
En un principio la belleza de Estefanía pareció seducir a su marido, pero pronto se hizo evidente el abismo ideológico y temperamental que les separaba: Rodolfo era la antítesis perfecta de su católica, conservadora y tradicional esposa. El archiduque no tardó en buscar nuevas emociones.
Por entonces ya había nacido su hija, Elisabeth Marie. Estefanía no podría dar más herederos. Era consecuencia del contagio de una enfermedad venérea –probablemente una gonorrea– contraída por el príncipe en una de sus frecuentes aventuras. Estefanía no pudo perdonarle jamás. Posiblemente tampoco el emperador. Continuaba vigente la ley sálica, y la frivolidad de su hijo había dado al traste con la posibilidad de un heredero varón.
Sobrellevar la enfermedad tampoco fue fácil para Rodolfo. La infección le producía grandes dolores que combatía con morfina, cocaína y alcohol. Sus encuentros amorosos eran la comidilla de Viena. Los más frecuentes, con una joven prostituta llamada Mizzi Caspar.
Desde que se manifestó su enfermedad, Rodolfo, acosado por los conservadores, relegado a un segundo plano político por un padre autoritario y longevo y arrastrando un matrimonio que no le aportaba ninguna satisfacción, acabó por sentirse un extraño en el mundo al que pertenecía.
En esas mismas fechas, Mizzi Caspar corrió a explicar a la policía vienesa que Rodolfo le había pedido por dos veces que se suicidase con él. Nadie la creyó. Parecía que el archiduque estaba decidido a morir. Pero no quería hacerlo solo. ¿Por miedo? ¿O es que la pretendida voluntad suicida del archiduque era la coartada perfecta para un plan político secreto?
Fue entonces cuando apareció en escena una joven de apenas 18 años: la baronesa María Vetsera.
La baronesa
Parece ser que, casi desde niña, sentía una absoluta fascinación por el archiduque. Un personaje turbio e intrigante, la condesa María Wallersee-Larisch, sobrina de Sissi, se encargó de actuar de celestina.
María era joven, pero sabía que sus encantos eran su mejor carta de presentación. Desde sus comienzos, la relación estuvo cargada de una serie de connotaciones que la diferenciaban de una simple aventura. Al esperarle en su primer encuentro, narró a una amiga: “Me entretuve mirando la estancia. Sobre un escritorio había una pistola y un cráneo. Lo tomé en mis manos y lo examiné atentamente. Cuando él volvió, me lo arrebató con un gesto de pavor. Al decirle que yo no tenía miedo, sonrió”.
¿La compañera perfecta para sus planes? Parece que cuando conoció a María, el archiduque ya albergaba ideas suicidas. No solo el testimonio de Mizzi, también lo revelan diversas frases de su correspondencia privada con amigos y el ambiente tétrico de sus aposentos.
La relación comenzó, pues, jugando con el amor y la muerte, y para muchos autores esta extraña simbiosis la mantuvo durante los pocos meses que duró.
Tal vez la tragedia de Mayerling no obedeció a un acto de desesperación ni a un impulso repentino. María Vetsera había redactado horas antes de partir hacia Mayerling su testamento, y Rodolfo dejó varias cartas de despedida a su mujer, a su madre y a su hermana, en las que hablaba de honor y de que solo la muerte podría restablecer su dignidad de hombre y heredero. Pero algunos autores tachan las cartas de apócrifas, y diversos testimonios aseguran que en los días que precedieron a los hechos de Mayerling, Rodolfo se mostró feliz y ocupado.
La aventura amorosa de un archiduque no implicaba tal grado de escándalo que justificara el doble suicidio
En 2015 aparecieron unas cartas de despedida de María Vetsera a su madre y otros parientes, datadas poco antes del incidente, que habían sido depositadas en la caja fuerte de un banco casi un siglo antes. En ellas parece claro que la joven piensa suicidarse con su amante: "Querida madre, perdóname por lo que he hecho. No puedo resistirme al amor. De acuerdo con él [Rodolfo], quiero ser enterrada junto a él en el cementerio de Alland. Soy más feliz en la muerte que en la vida".
La aventura amorosa de un archiduque no implicaba tal grado de escándalo que justificara el doble suicidio. Otros monarcas europeos tenían amantes sin que ello causara mayores estragos. A no ser que, como quieren algunos, la pareja hubiera descubierto un terrible secreto: María podía ser también hija del emperador, que tiempo atrás había mantenido un breve idilio con su madre, Helena Vetsera.
Lo cierto es que cuando en la mañana del 29 de enero de 1889 ambos partieron hacia Mayerling nadie intuyó el desenlace. Es más, el archiduque Rodolfo citó a varios amigos en el pabellón para disfrutar de una partida de caza al día siguiente. Ellos fueron quienes, a primera hora de la mañana del día 30, encontraron los cadáveres. Todo parecía indicar que Rodolfo había disparado contra María para luego cubrir su cuerpo desnudo con la sábana y unas flores. Después, un tiro en la sien le había destrozado el cráneo.
Rápidamente se avisó a la corte. La propia Elisabeth dio la noticia a Helena Vetsera y al emperador, pero lo ocurrido la afectó terriblemente. Por su parte, el emperador arrinconó al padre y se aprestó a tomar decisiones. Se reunió con los testigos y les hizo jurar que nunca explicarían nada de lo que habían visto, ordenó sepultar clandestinamente a María y, para enterrar a su heredero en lugar sagrado, se dio la noticia oficial de que el archiduque había muerto de un ataque de apoplejía.
De poco valieron tantas precauciones. Los rumores y las investigaciones policiales obligaron a dar la versión definitiva: un ataque de enajenación mental le había llevado al suicidio. A María ni tan solo se la mencionaba. La Iglesia se negaba a dar al archiduque cristiana sepultura. Hasta que se hizo llegar al nuncio vaticano una documentación que obligó a la jerarquía eclesiástica a dar su consentimiento.
¿Qué información poseía el emperador que había convencido al mismísimo Vaticano para admitir en suelo sagrado el cadáver de un suicida? Desde aquel mismo momento comenzaron las elucubraciones sobre los desencadenantes de la tragedia: el posible embarazo de la baronesa Vetsera, un asesinato promovido por Francisco José (ante la posibilidad de una conspiración contra él encabezada por Rodolfo o ante un posible divorcio del heredero), la teoría del incesto...
¿Qué sucedió realmente?
Las hipótesis sobre lo acontecido en Mayerling hacen referencia en su mayor parte a la larga entrevista que, un día antes de la partida del archiduque, este mantuvo con su padre. La conversación acabó en altercado y en la rotunda prohibición por parte de Francisco José de que el Rodolfo volviera a ver a María Vetsera.
Las suspicacias comenzaron cuando, pocos días después, el corresponsal de Le Figaro en Viena escribió: “Decididamente, en Hofburg no quieren decir la verdad. [...] Prefieren que se diga que el Kronprinz ha matado a la baronesa Vetsera antes de morir por su propia mano que confesar que fue asesinado”.
El cuerpo de Rodolfo mostraba signos de lucha, tenía diversos cortes en la muñeca y golpes en otras partes de su cuerpo
Por entonces ya había trascendido que el embajador alemán en Viena había enviado al káiser una chocante comunicación: el nuncio vaticano le habían trasmitido su inquietud ante la posibilidad de que el archiduque hubiera muerto asesinado.
Tal vez con ello pretendían justificar la tolerancia de la Iglesia al autorizar un entierro católico. Pero su versión coincidía con los datos de que disponía el primer ministro británico a través de sus servicios secretos, y de los que había informado puntualmente a la reina Victoria.
Unos y otros apoyaban sus tesis en razones objetivas. El cuerpo de Rodolfo mostraba signos de lucha, tenía diversos cortes en la muñeca y golpes en otras partes de su cuerpo y presentaba un hundimiento en el cráneo. El informe de la autopsia había sido entregado por el emperador al presidente del Consejo, el conde Taaffe, hombre de toda su confianza, apartándolo así de los archivos oficiales.
El testimonio de Zita
Las sospechas se incrementaron años después, cuando el ayudante de campo de Rodolfo, el primero que accedió al escenario del drama, aseguró que en él reinaba un completo desorden que hacía pensar que se había mantenido una tremenda pelea. Además, una ventana había sido abierta desde el exterior. Por otra parte, apenas habían pasado unos años cuando el castillo del conde Taaffe ardió por los cuatro costados y con él el informe de la autopsia.
Los rumores se acrecentaron. Tanto que hasta los miembros de la familia real comenzaron a lanzar mensajes contradictorios. Gisela, hermana de Rodolfo, afirmó que el archiduque tenía heridas en las manos que indicaban que había forcejeado antes de morir. La archiduquesa María Teresa reveló que los médicos atribuyeron el fallecimiento a un disparo efectuado desde atrás.
En 1959, la familia Vetsera, molesta por las especulaciones nunca aclaradas, exigió la exhumación del cadáver de la baronesa. Según los forenses, los restos presentaban signos de un fortísimo traumatismo craneoencefálico que difícilmente podía haber producido el impacto de una bala.
El testimonio más contundente vino casi un siglo después de la tragedia. En 1983, Zita de Borbón-Parma, la que fuera última emperatriz de Austria, sostuvo que la tragedia de Mayerling fue un crimen de Estado. Rodolfo habría sido asesinado tras negarse a participar en un complot contra su padre. La conjura pretendía reconvertir el Imperio en una gran federación de pueblos donde el archiduque sería coronado rey de Hungría.
La declaración de Zita tuvo escaso eco. Sin embargo, pocos historiadores la han desmentido. En la trama se ha querido ver una posible implicación de Bismarck, el canciller alemán, lo que explicaría la preocupación del embajador germano ante las declaraciones del nuncio vaticano.
La evidente francofilia de Rodolfo le habría llevado a implicarse, con el apoyo de París, en un proyecto de federación pangermánica que tendría a Austria como eje. Ello usurpaba al káiser la condición de líder de los países del área y, evidentemente, habría atentado contra una posición hegemónica de Alemania en la política europea.
En el conflictivo mapa político de la Europa que precedió a la Primera Guerra Mundial no resulta descabellado dar crédito a una conspiración a gran escala. En cualquier caso, suicida o conjurado, el heredero del Imperio austrohúngaro no fue más que un hombre demasiado frágil para afrontar su complejo destino.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 469 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.