Se conoce como “Fets de maig” (“Hechos de mayo”) el conflicto desatado entre el 3 y el 8 de mayo de 1937, cuando las fuerzas de orden público de la Generalitat y las milicias del PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña) se enfrentaron en Barcelona con los militantes de la anarcosindicalista Confederación Nacional de Trabajo (CNT) y con los comunistas disidentes y revolucionarios del Partido Obrero de Unificación Marxista, o POUM.
La enemistad entre estos grupos se había agudizado debido a diferencias de perspectiva acerca de cómo hacer frente a la sublevación militar del 18 de julio de 1936. Los comunistas “ortodoxos” del Partido Comunista de España y del PSUC apoyaban el Frente Popular, es decir, la alianza entre todas las fuerzas que defendían a la República parlamentaria contra la sublevación franquista.
Se oponían, pues, a la revolución social, que estaba sucediendo especialmente en Cataluña y Aragón, donde llevaban la voz cantante los comités revolucionarios de la CNT, que ambicionaban destruir la autoridad de la República en la creencia de que solo haciendo la revolución podría pararse el avance del fascismo.
Para los comunistas, el peligro era doble. La situación revolucionaria no solo amenazaba con exponer a la República a una derrota militar, sino que también ponía en peligro la política internacional soviética. Esta se esforzaba en persuadir a Inglaterra y Francia de que la URSS había abandonado la política de revolución mundial y de que el verdadero peligro lo constituían la Alemania de Hitler y la Italia fascista de Mussolini.
Para los comunistas, representados en Cataluña por el PSUC, era, por tanto, preciso restaurar la autoridad de la República, suprimir los comités revolucionarios y presentar a la España antifascista como un país no revolucionario, donde se defendían los intereses de las clases medias.
Visiones enfrentadas
Derrotada por las fuerzas obreras y las de orden público la sublevación militar en Barcelona de julio de 1936, se estableció una autoridad compartida entre la Generalitat y el Comité de Milicias Antifascistas de la CNT, el cual ocupó las consejerías de Guerra, Transportes y Orden Público, y asumió la tarea de preparar milicias para el frente.
El Comité de Milicias, sin embargo, se convirtió en el poder gobernante de facto, disponiendo de sus propias fuerzas armadas y realizando colectivizaciones en las fábricas y en el campo. Junto con la CNT, ejercía el poder el mucho más pequeño POUM, un partido marxista que el comunismo “oficial” de Moscú tildaba de “trotskista”, ya que, como el conocido rival de Stalin, abogaba por la revolución mundial, contrario a la política del Frente Popular.
El POUM insistía en que una política de revolución sociopolítica era la única manera de ganar la guerra. Pese a ser un partido minoritario, representaba una grave amenaza para los comunistas “ortodoxos”, debido al prestigio de sus jefes, Andreu Nin y Joaquim Maurín, y a su denuncia de los simulacros de procesos políticos que se estaban celebrando en Moscú.
Legalidad o revolución
Lluís Companys, presidente de Cataluña, se dedicaba a reconstruir la autoridad de la Generalitat. El 16 de abril de 1937, nombró consejero de Justicia a Joan Comorera, secretario general del PSUC, que había amenazado con ilegalizar el POUM.
El PSUC buscaba deshacer los cambios revolucionarios desplegados ya en Cataluña y Aragón, crear un ejército regular, en lugar de las indisciplinadas columnas milicianas, nacionalizar las industrias de guerra y devolver a los propietarios sus tierras colectivizadas. Solo así sería posible recibir el apoyo de la Unión Soviética y vislumbrar la posibilidad de que las democracias europeas cambiaran su política de no vender armas a la Republica.
Sin embargo, aunque Companys suprimió el Comité de Milicias Antifascistas, la Generalitat no recuperó el poder, ya que seguían existiendo las llamadas Patrullas de Control, las cuales funcionaban como una especie de policía revolucionaria, vista por muchos como meros asesinos y ladrones que detenían con autoridad dudosa a personas de cuya lealtad sospechaban.
Por lo tanto, el PSUC, una vez que consiguió excluir al POUM de la Generalitat, buscaba también suprimir el poder de la CNT. Para la CNT y el POUM, en contraste, la restauración del orden republicano representaba la muerte de las esperanzas revolucionarias. No parecía haber un término medio entre estas dos visiones de futuro.
Primeras gotas de sangre
El PSUC acusaba también a los anarcosindicalistas y al POUM de no hacer el debido esfuerzo para mantener un frente activo de guerra contra los sublevados. Las columnas milicianas que habían salido a bombo y platillo desde Barcelona, tras la supresión de los militares sublevados, no habían conseguido su meta de tomar Zaragoza.
En contraste, la CNT se quejaba de que el material militar que llegaba de la URSS se distribuía, principalmente, entre aquellas unidades del nuevo Ejército Popular con jefes comunistas, descuidando las de otras lealtades políticas.
La tensión en las calles de Barcelona aumentaba. Los hechos de mayo pueden fijarse a partir del 25 de abril de 1937, cuando se encontró el cuerpo del asesinado Roldán Cortada, excenetista pasado al PSUC. Ese mismo día, algunos cenetistas, que controlaban el puesto fronterizo de Puigcerdà, murieron en una refriega cuando los carabineros, bajo las órdenes del ministro de Hacienda, Juan Negrín, futuro jefe del gobierno, buscaron imponer su autoridad. En Barcelona, el POUM y la CNT, temiendo que el gobierno central y sus aliados les ganaran la partida en Cataluña, se prepararon para defender los edificios importantes que ocupaban.
El 3 de mayo, por la tarde, Eusebio Rodríguez Salas, del PSUC, jefe de policía en Barcelona, se presentó en la central telefónica, con la finalidad de apoderarse del edificio, si bien la Telefónica estaba, según un decreto de la Generalitat, dentro de la esfera de control de la CNT.
El motivo de apoderarse de sus instalaciones era que sendas conferencias del presidente de la República, Manuel Azaña, y de Indalecio Prieto, ministro de Marina y Aire, desde la sede del gobierno de la República en Valencia, habían sido interrumpidas por el operador cenetista, el cual, se rumoreaba, se había permitido exabruptos irrespetuosos.
Ahora bien, lo verdaderamente grave era que se temía que la CNT, y posiblemente agentes de los sublevados, escucharan las llamadas más importantes del gobierno, lo cual pondría en peligro la seguridad de las comunicaciones oficiales.
¡A las barricadas!
Rodríguez Salas mandó a la Guardia de Asalto ocupar la Telefónica, frente a la resistencia de los militantes cenetistas. El día 5 empezó una batalla en las calles de Barcelona, mientras el gobierno central se preparaba a enviar tropas para suprimir lo que parecía ser una revolución traidora, justo cuando la República luchaba por su existencia.
Cuando la Generalitat se negó a destituir a Rodríguez Salas, tal como insistía la CNT, las fuerzas militantes anarquistas se pusieron en pie de guerra, generalizándose el tiroteo entre los cuarteles generales de los diversos grupos. Bandas de militantes chocaban con fuerzas de orden público, mientras los jefes cenetistas, reconociendo quizá que llevaban las de perder, se esforzaban por persuadir a sus propios militantes de que abandonasen su asalto contra el PSUC y la Generalitat.
Sin embargo, continuó el tiroteo y se levantaron barricadas en las avenidas de la ciudad. Después de una breve tregua, la lucha volvió a empezar el día 6 con la muerte de Antonio Sesé, de la sindical socialista UGT, cuando tiraron una granada a su coche mientras se dirigía a ocupar su cargo en el nuevo consejo provisional de la Generalitat.
El gobierno de la República reaccionó, enviando dos destructores y el acorazado Jaime I, con unidades de fuerzas armadas, mientras el día 7 irrumpió por la avenida Diagonal una columna masiva de ciento cincuenta camiones con cuatro mil guardias de asalto, batallones de carabineros e incluso tanquetas. La presencia de guardias de asalto devolvió la normalidad a la ciudad condal.
Medio millar de muertos
La prensa estimó que había habido quinientas víctimas, entre ellas, ciudadanos apolíticos que habían salido a realizar sus compras diarias. A su vez, la supresión de lo que se denominaba la insurrección anarquista trajo consigo asesinatos políticos, como los de dos prominentes anarquistas italianos, Camillo Berneri y Francesco Barberi, y la muerte de los jefes de las Juventudes Comunistas Ibéricas del POUM y de las Juventudes Libertarias de la CNT. En su célebre libro Homenaje a Cataluña, el escritor inglés George Orwell, que combatió con las milicias poumistas, narra cómo tuvo que salvar la vida huyendo de Barcelona.
Las consecuencias políticas de los “Fets de maig” serían la caída del jefe del gobierno, Largo Caballero, la destrucción del POUM, el proceso de sus jefes y el asesinato, por parte de agentes soviéticos, de su dirigente principal, Andreu Nin.
En cuanto a la CNT, la sindical anarquista, durante los siguientes casi dos años de guerra lamentaría su apartamiento del poder por la poderosa influencia comunista. Posiblemente, las raíces del apoyo anarquista a la sublevación del coronel Segismundo Casado, en marzo de 1939, acto que traería el final de la guerra, se remonten a la derrota de los revolucionarios en Barcelona en mayo de 1937.