Operación Doolittle, el contraataque de EE. UU. tras Pearl Harbor

Segunda Guerra Mundial

Varios bombarderos estadounidenses atacaron Tokio hace ahora ochenta años, en represalia por el ataque sorpresa sufrido en diciembre de 1941 en Hawái

Antes de Pearl Harbor: ¿fue Washington neutral?

James Doolittle despega desde el USS Hornet.

James Doolittle despega desde el USS Hornet.

Dominio público

El presidente Franklin D. Roosevelt quería devolver el golpe recibido en Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. El mandatario estadounidense estaba obsesionado con la idea, y pidió a sus generales y almirantes que se hiciera algo “tan pronto como fuera humanamente posible para reforzar la moral de EE. UU. y sus aliados”. Hacía falta borrar cuanto antes el sentimiento de derrota que se había instalado en sus conciudadanos.

Las fuerzas japonesas avanzaban imparables por el Pacífico y el sudeste asiático. Para levantar la moral estadounidense, era imprescindible golpear un objetivo destacado. Roosevelt lo dejó claro a sus mandos militares: tenían que planear un ataque contra las islas japonesas y, a ser posible, contra la propia Tokio.

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Uno de los principales retos para atacar Japón era desde dónde hacerlo. La opción más evidente eran los portaaviones, pero los aparatos que embarcaran debían operar desde una distancia de las costas enemigas menor a los 370 kilómetros. Pensando en las necesidades en otros puntos del Pacífico, Ernest King, comandante en jefe de la US Navy, no veía con buenos ojos arriesgar sus navíos más importantes en una misión tan cercana al corazón del territorio enemigo.

Como alternativa se pensó en utilizar bombarderos más pesados. El problema era que no se contaba con bases a la distancia adecuada. EE. UU. había perdido las islas Filipinas en la ofensiva japonesa, operar desde China era una pesadilla logística y la URSS no quería ceder su territorio, porque podría comprometer su tratado de neutralidad con Tokio y llevar a Moscú a una guerra en dos frentes.

La base naval de Yokosuka vista desde un B-25.

La base naval de Yokosuka vista desde un B-25.

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La idea definitiva llegó de la mano de Francis Seth Low, capitán de navío en el Estado Mayor de la US Navy. Su propuesta fue atacar Tokio con bombarderos de la Fuerza Aérea que despegasen desde portaaviones, para, así, no tener que acercarse tanto a Japón.

Piloto de pruebas

El ataque contra Tokio encajaba a la perfección con la idea de Roosevelt, ya que demostraría que el enemigo era vulnerable en su propia casa. El presidente quiso que se priorizaran los esfuerzos para desarrollar el plan. Pese al entusiasmo del mandatario, seguía siendo una apuesta arriesgada, puesto que se utilizarían dos portaaviones (uno para los bombarderos y otro de escolta), la mitad con los que contaba la Armada del Pacífico.

Además, la propuesta del capitán Low era solo en el ámbito teórico. Él era un oficial experto en submarinos, por lo que hubo que buscar a otros hombres que perfilaran la operación. Nunca habían despegado bombarderos pesados desde un portaaviones para una misión de combate.

James H. Doolittle.

James H. Doolittle.

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El hombre escogido para ultimar los detalles fue James H. Doolittle, teniente coronel de las Fuerzas Aéreas del ejército. Su perfil era el mejor para una misión de esa envergadura, como piloto de pruebas experimentado en volar con mala meteorología o de noche.

Doolittle ideó la operación con dieciséis bombarderos B-25 (originariamente, eran quince). Sus dotaciones –de cinco hombres cada aparato– eran todas voluntarias. También se decidió que, una vez completada la incursión sobre Tokio, los aviones se dirigirían a bases en China, que llevaba en guerra con Japón desde 1937, ya que las aeronaves no tenían ganchos en cola que facilitaran el frenado para aterrizar con seguridad en un portaaviones.

Preparando la incursión

El 1 de marzo de 1942, en la base de Eglin Field (Florida), Doolittle comenzó a entrenar a los aviadores en el despegue de un B-25 desde un portaaviones. Se utilizó una pista con las mismas dimensiones que la cubierta del USS Hornet, la nave escogida para llevarlos a Japón.

Las prisas por lanzar la incursión llevaron a no practicar el despegue desde la cubierta de un portaaviones. De hecho, el 25 de marzo, se dio por finalizado el entrenamiento y comenzó el traslado de tripulaciones y aviones a San Francisco. Allí fueron embarcados en el Hornet.

Varios bombardeos en la cubierta del Hornet.

Varios bombardeos en la cubierta del Hornet.

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Para lanzar el ataque, este llevaría los bombarderos hasta unos 890 kilómetros de Japón. Por su experiencia en vuelos en condiciones extremas, Doolittle encabezaría la operación a los mandos de uno de los B-25. Sería una incursión nocturna sobre Tokio, y el teniente coronel emplearía bombas incendiarias. Los fuegos provocados servirían de guía para el resto de los aviones.

Los B-25 fueron modificados para la misión. Se redujo su peso para optimizar el consumo de combustible y lograr, así, un mayor radio de acción. Cada aparato transportaría cuatro bombas de 227 kilos cada una. Para compensar, se prescindió de equipos como las radios (la operación exigía un silencio estricto en las comunicaciones).

Otra modificación para aligerar a los B-25 fue la eliminación de las ametralladoras de las torretas traseras. A petición de Doolittle, se sustituyeron por palos de madera, pintados como si fueran las armas retiradas. Así se quería engañar a los cazas enemigos y disuadirlos de atacar por la cola de los bombarderos.

El otro portaaviones escogido para la misión fue el USS Enterprise, que iría acompañado de sus escoltas (ocho destructores y cuatro cruceros). Este grupo de combate naval estaba dirigido por el contraalmirante William F. Halsey, el oficial más eficiente en operaciones con portaaeronaves y responsable también de los aspectos navales de la misión.

Al emperador no se le toca

El 2 de abril, los dos portaaviones y sus escoltas pusieron rumbo a Japón. La tensión se palpaba en el ambiente. Si el grupo naval era avistado por el enemigo, la operación fracasaría antes de empezar. Las tripulaciones de los bombarderos repasaron, una y otra vez, el plan de ataque.

Doolittle había escogido objetivos industriales y militares en Tokio y sus alrededores. El listado era amplio, y las dotaciones de los B-25 tenían cierta autonomía para decidir dónde bombardear. Incluso los pilotos se jugaron a las cartas quién arrojaría sus bombas sobre el palacio imperial, pero Doolittle les prohibió expresamente escoger ese blanco.

Vertical

El general MacArthur junto a Hirohito, emperador de Japón.

Terceros

El teniente coronel recordó a sus hombres que el emperador era un dios para los japoneses. Cualquier ataque contra el monarca aumentaría la voluntad de luchar de su pueblo. Las suposiciones de Doolittle no eran gratuitas. El experto aviador tenía en mente el bombardeo alemán sobre Buckingham Palace, el 13 de septiembre de 1940, con el rey Jorge VI y la reina consorte Isabel presentes. Los monarcas resultaron ilesos, pero el pueblo británico lo vivió como un atentado directo contra su identidad, lo que aumentó su determinación para resistir.

Tras dieciséis días de navegación, Doolittle y Halsey certificaron la máxima de que ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo. Con las primeras luces del 18 de abril, el Hornet divisó al pesquero Nitto Maru, que actuaba como barco de vigilancia avanzada para la Armada Imperial japonesa.

Sorpresa en aguas de Japón

Si el pesquero transmitía la posición del Hornet y sus acompañantes, la misión corría grave peligro. Así que los estadounidenses atacaron de inmediato a la solitaria embarcación. Los cazas F4F Wildcats y los bombarderos SBD Dauntless del Enterprise hicieron varias pasadas sobre el Nitto Maru, pero sin éxito. Al final, fueron los cañones del Nashville los que lograron hundirlo.

Pese a los esfuerzos de marinos y aviadores estadounidenses, el Nitto Maru había transmitido la información a Tokio. El Hornet y sus acompañantes habían sido avistados a 1.200 kilómetros de las costas de Japón, pero el pesquero no advirtió de la presencia de los B-25. Así que los comandantes de la armada japonesa no actuaron con urgencia. Pensaban que, con su dotación habitual de aeronaves, los portaaviones necesitarían acercarse más, y no atacarían en las siguientes veinticuatro horas.

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Desconociendo cuál sería la reacción japonesa, Halsey y Doolittle se jugaron el todo por el todo y ordenaron despegar ya a los B-25. El problema es que estaban a más de trescientos kilómetros del punto fijado inicialmente y el combustible les iría muy justo para alcanzar China. Además, despegar a primera hora implicaba que atacarían Tokio a plena luz del día, en lugar de la planeada incursión nocturna.

Al final, los dieciséis bombarderos despegaron del Hornet. La maniobra no estaba exenta de peligro por el fuerte viento, y, por si fuera poco, nunca la habían realizado en un portaaviones. Halsey despidió a los pilotos con un breve mensaje: “Al coronel Doolittle y sus valientes dotaciones, buena suerte y que Dios les bendiga”. Tras una hora de nervios e incertidumbre, todos los aparatos estaban en el aire con destino a Tokio.

El momento decisivo

Los B-25 pusieron rumbo a Japón para cumplir su misión. Les esperaban cuatro largas horas hasta Tokio, con un fuerte viento de cara que incrementaba el gasto de combustible. Con su parte de la operación cumplida, los portaaviones y sus escoltas pusieron proa hacia Pearl Harbor.

Hacia el mediodía, los B-25 estaban en el cielo de la capital japonesa. Volaban muy bajo (así reducían la eficacia de algunos cañones antiaéreos enemigos). Sonaron las alarmas, pero la población tokiota, en un primer momento, no se asustó, ya que, para ese día, estaba previsto un simulacro de ataque aéreo. Se dieron cuenta de que la advertencia iba en serio cuando el avión de Doolittle descargó sus bombas sobre un arsenal.

El mayor Doolittle amarra unas medallas japonesas en una bomba, sobre la cubierta de vuelo del USS Hornet.

El mayor Doolittle amarra unas medallas japonesas en una bomba, sobre la cubierta de vuelo del USS Hornet.

Dominio público

Este ataque inicial despertó a los cañones antiaéreos, aunque, para fortuna de Doolittle y los suyos, su respuesta fue poco acertada. Los cazas japoneses intentaron interceptar a los B-25, pero tampoco tuvieron éxito, ya que el efecto sorpresa jugó en su contra. Al final, ningún bombardero fue derribado sobre los cielos de Tokio. Pero lo más difícil estaba por llegar.

Los aviones de Doolittle pusieron rumbo a China, salvo uno de ellos, que tuvo que dirigirse a la URSS, en contra de la opinión del teniente coronel. Este solitario aparato había consumido demasiado combustible, y solo podía salvarse si volaba hacia Vladivostok. Una vez en tierra, los soviéticos arrestaron a los estadounidenses para no incomodar a los japoneses. La tripulación estuvo retenida un año hasta que pudieron regresar a través de Irán.

Dos aparatos cayeron en territorio ocupado por Japón y ocho de sus tripulantes fueron capturados

Los otros aparatos tuvieron que volar trece horas hasta China. Allí realizaron peligrosos aterrizajes de emergencia debido a que llegaron con los depósitos vacíos. Como consecuencia, murieron tres tripulantes, y Doolittle y su tripulación tuvieron que saltar en paracaídas.

La reacción nipona

Dos aparatos cayeron en territorio ocupado por Japón y ocho de sus tripulantes fueron capturados (los otros dos murieron ahogados). Durante el cautiverio fallecieron otros cuatros aviadores, tres de ellos ejecutados por sus captores, que no les perdonaban el ataque sobre Tokio, y el cuarto de enfermedad.

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Los japoneses atacaron las regiones en China donde habían aterrizado los B-25. Las tropas del Imperio del Sol Naciente fueron implacables con la población que había dado cobijo a Doolittle y los suyos. Al menos, diez mil civiles fueron asesinados, muchos de ellos con armas biológicas.

El bombardeo de Tokio causó 87 muertos, 460 heridos y daños muy leves. Un ataque de poca envergadura si se compara con los que sufriría la capital japonesa al final de la guerra, con decenas de miles de muertos. De todas formas, la operación de Doolittle conllevó importantes efectos psicológicos para ambos bandos.

Doolittle y su tripulación superviviente en China.

Doolittle y su tripulación superviviente en China.

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Por parte estadounidense, Roosevelt obtuvo el efecto esperado. La moral del país se disparó: por fin habían dado un golpe importante a los japoneses, aunque su magnitud real fuera muy modesta.

En el caso japonés, la propaganda minimizó el impacto del ataque. Pero se desató una tormenta política, con la Armada, y en particular con el almirante Yamamoto, en el ojo del huracán, por no haber protegido la capital. Este clima de opinión condicionó la estrategia militar, que se centraría en hundir los portaaviones estadounidenses. Con este nuevo planteamiento, se diseñó la batalla de Midway, que tendría lugar en junio de 1942 y que otorgaría definitivamente la iniciativa en el conflicto a EE. UU. 

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