De la misma manera que en el siglo XX gran parte de la política internacional giró en torno al petróleo, en las últimas décadas del siglo XVIII y la primera mitad del XIX lo hizo, por lo que a Asia respecta, en torno al opio. A consecuencia de esta droga se encendió en varias ocasiones la mecha de la guerra y de las rebeliones y se movieron los complejos mecanismos de la geoestrategia de la región. En un momento clave del tráfico de esta sustancia, los comerciantes y los funcionarios de la Real Compañía de Filipinas española tuvieron un papel decisivo.
La Compañía era una sociedad de comerciantes -muchos de ellos de origen vasco- que gozaba del privilegio del monopolio del comercio en el Pacífico. Se dedicaba esencialmente a intercambiar plata americana por diversos productos, uno de los más rentables, las telas de algodón de la India. Los empleados eran funcionarios de la administración española, lo que no les impedía redondear sus ingresos gracias a sus negocios privados.
Hacia 1815 el escenario era catastrófico. La situación en España era muy complicada tras la expulsión de las tropas de Napoleón y de su hermano José. En América se multiplicaban los focos revolucionarios que las tropas realistas no lograban controlar. Como consecuencia, en Filipinas las cosas no estaban mejor: los negocios dependían en buena medida del tráfico con América y la guerra de independencia mexicana puso fin al Galeón de Manila, que había asegurado un lucrativo tráfico comercial durante siglos entre las posesiones españolas en el Pacífico asiático y en América.
Muchos de los comerciantes destacados en la zona -y que tenían un amplio historial de negocios con los británicos, a menudo clandestinos- se asociaron ya abiertamente con ellos y se volcaron de lleno al negocio del momento que movía cifras espectaculares: el opio. Hay que tener presente que entonces a esta sustancia se le daba un amplio uso farmacéutico, sus efectos nocivos no eran tan conocidos y, por tanto, no tenía las connotaciones nefastas que se le atribuye en la actualidad.
La Compañía Británica de las Indias Orientales controlaba el conjunto de la cadena del opio: la producción en India, las grandes casas comerciales (británicas en su mayoría) y la venta en mercados europeos y asiáticos. China representaba un mercado potencial enorme que se resistía a los británicos. Se resistía oficialmente, porque llevaban cerca de un siglo de fluido contrabando, introduciendo crecientes cantidades de opio, pese a las sucesivas e infructuosas prohibiciones del emperador de la dinastía Qing.
En ese momento los británicos también atravesaban una coyuntura difícil. Aún no se habían repuesto de la interrupción para el comercio que habían representado las guerras napoleónicas, libraban la guerra anglo-estadunidense (1812-1815) por el control de posesiones en Canadá, mientras la demanda de té en Europa había aumentado de golpe y la de opio crecía de manera exponencial. Por todo ello, necesitaban financiación para sostener la expansión de su actividad. En esas circunstancias, explica el historiador Ander Permanyer Ugartemendia, se volvieron hacia los españoles en busca de auxilio. Estos, aunque estuvieran en aprietos, tenían mucho que ofrecer.
La crisis colonial española llevó a comerciantes y funcionarios de la Compañía de Filipinas a asociarse con los británicos
Lorenzo Calvo y Mateo había llegado a Manila a los 13 años, en 1802, para trabajar en la Real Compañía de Filipinas. En 1819 era factor (oficial real) en Cantón, el único punto de China donde el Imperio autorizaba el comercio con naciones extranjeras. El historiador Josep M. Fradera señala que Calvo era un hombre clave de la Compañía en en esa ciudad. Era listo, atrevido, tramposo y conocía a fondo los vericuetos del mercado y de la administración imperial china.
La Compañía le permitió hacer carrera en la administración pública y al mismo tiempo le brindó la oportunidad de acceder a información privilegiada y aprender los secretos del comercio. Más aún, aprovechó el denso entramado de relaciones que significaba su puesto para extender una amplia red de contactos e intereses comerciales entre Asia y Europa y dar impulso a sus propios negocios.
En 1821, Agustín de Iturbide confiscó los bienes de la Compañía en México. La posibilidad de recuperar la conexión oficial americana, el vital Galeón de Manila, se volvía cada vez más improbable y el futuro de los comerciantes parecía seriamente comprometido.
Ante esas circunstancias, Calvo abandonó la Compañía y, consolidando alianzas con otros comerciantes vascos y británicos, como Charles Magniac & Co, fundó “Lorenzo Calvo y Cia”. Compró sus propios barcos, se centró en el negocio del opio y logró imponer en el mercado cantonés su monopolio de las variedades de Bengala.
Lorenzo Calvo y Francisco Javier de Yrisarri fueron personas clave en el comercio de opio en el primer tercio del siglo XIX
La Real Compañía de Filipinas tenía otro importante centro de operaciones en Calcuta. Allí otro grupo aprovechó el momento de confusión para competir con Calvo e intentar dar el gran salto. Apoyándose en las conexiones derivadas de sus actividades en la Compañía un joven sagaz de 29 años, Francisco Javier de Yrisarri, se asoció con James Matheson y creó “Yrisarri & Co.”.
Encabezó así una empresa que incluía socios como Manuel Larruleta, Mackintosh o William Jardine (de Bombay). Esta “conexión vasco-escocesa” reunía dos grupos de connacionales y una extensa red de corresponsales en el mundo entero y miembros de las élites de lugares como Manila, Londres o San Sebastián.
Permanyer agrega que el nombre de Yrisarri al frente de la coalición, es un detalle significativo que da una pauta no solo del peso del aporte vasco en el grupo si no que de la velada intención de los británicos de facilitar así su penetración en el mercado español e hispanoamericano.
Para los dos grupos las ventajas eran múltiples. Los británicos disponían de sólidos contactos en la India y un negocio ya en marcha. Los españoles además de barcos, capitales y valiosas conexiones, tenían derecho a comerciar en la zona portuguesa de Macao, cerca de Cantón. Más aún, las embarcaciones españolas estaban habilitadas a navegar por aguas chinas con tranquilidad, mientras las británicas eran estrechamente vigiladas.
Ambas empresas compartían un modus operandi original para el contrabando en China que fue copiado por otros. Mantenían un barco con pabellón español anclado en aguas de Cantón y lo utilizaban como depósito flotante para almacenar y distribuir el opio. De esa manera podían aprovisionar el mercado de manera estable, para que los precios se mantuvieran -el exceso de producto haría bajar los precios y la falta los dispararía-. Además, la cercanía de Filipinas -bajo dominio español-, donde se podía almacenar las mercancías, facilitaba en gran medida la logística de las operaciones.
Pero, pese a todo, la historia no terminó bien y la dura competencia entre ellos no hizo más que empeorar las cosas.
El comercio de opio fue auspiciado por la corona británica, las operaciones de los comerciantes españoles, en cambio, no tenían el apoyo de su gobierno
Hacia 1830 una serie de factores llevaron al fin de estas alianzas y dejaron a los españoles fuera del negocio. Permanyer señala que, con la decadencia y desaparición de la Compañía en 1834, tras la interrupción de la ruta con México, los españoles dejaron de tener apoyo logístico que era el gran valor que podían aportar a los británicos.
Hay que tener presente que mientras el imperio británico brindaba apoyo activo a sus comerciantes, y no dudaba en intervenir en su favor, el español quizás por falta de medios o de capacidad de negociación, no hacía lo mismo. Mientras, los británicos fueron a buscar nuevas fuentes de financiación en la costa este de los EEUU e Inglaterra para expandir sus negocios en nuevas direcciones.
En cuanto a los españoles, la empresa de Calvo quebró en 1830, lastrada por la considerable deuda que la Compañía tenía con él y que logró cobrar mediante un embargo varias décadas después. Regresó a España, donde en 1837 fue diputado por el Partido Progresista.
La empresa Yrisarri y Cia. acabó, tras cinco años de intensa actividad, con la muerte de Yrisarri en 1826. La experiencia de esta sociedad habría sido decisiva en la formación de James Matheson que vivió largos años y que, gracias a su asociación poco después con Willian Jardine formó la célebre Jardine Matheson & Co., que no solo estuvo entre los impulsores de la guerra del opio que llevó a imponer los intereses británicos en China, sino que dio origen a la que aún hoy en día es una poderosa multinacional.
Claudia Contente, historiadora, Universitat Pompeu Fabra