Los pecados de Alfonso XIII en Annual
La guerra del Rif
La responsabilidad del Rey en el desastre del ejército español en Marruecos
Este es el relato de uno de esos desastres militares que alcanza tal condición en mayúsculas. El Desastre es por antonomasia en España el desastre de Annual, una bofetada de realidad para el ejército español, que en el verano de 1921 sufrió en el Rif una derrota sin paliativos ante fuerzas irregulares y previamente ninguneadas por la prensa. “Tribus bárbaras”, les decían. Pero aquellos guerreros estaban liderados por Abdelkrim (o Abd-el-Krim) que tenía lo que no tenían sus enemigos: las ideas claras.
No era la primera vez que la incivilizada África derrotaba a una potencia europea, si es que se podía considerar así a la España del rey Alfonso XIII. El 22 de enero de 1879, en Isandhlwana, en la actual Sudáfrica, el ejército zulú mató a 1.300 soldados coloniales británicos, entre europeos y tropas nativas. Los zulúes luchaban con lanzas y escudos de piel de vaca; los británicos, con fusiles y abundante munición en cajas atornilladas… pero sin un pequeño detalle: destornilladores.
Unos años más tarde, el 1 de marzo de 1896, Italia sufrió otra hecatombe en la batalla de Adua o Adowa, en Abinisia, hoy Etiopía. Un ejército de 10.620 italianos y una cifra casi igual de aliados nativos atacó el feudo del emperador Menelik. Los británicos se olvidaron de los destornilladores; los italianos, de los mapas. Las tropas se extraviaron, se dispersaron y perdieron el contacto entre sí. Más que un enfrentamiento abierto, fue una caza al hombre en la que murieron unos 7.000 soldati.
Pero, a pesar de la desproporción tecnológica, las tropas del rey zulú y del emperador abisinio eran más numerosas que las de sus enemigos. En Annual, sin embargo, el ejército español iba a sufrir una debacle tan lacerante como la de Isandhlwana o Adua, ante “fuerzas que no llegaban ni a una séptima parte de las suyas”, según el británico Geoffrey Regan, autor de obras tan aplaudidas como Guerras, políticos y mentiras e Historia de la incompetencia militar, ambas editadas por Crítica.
¿Fue una victoria contra la lógica? En absoluto, fue una victoria lógica. El periodista, diputado y reportero de guerra Eduardo Ortega y Gasset (1882-1964), hermano mayor del conocido filósofo, resumió los hechos de forma brillante: “España, con una administración corrupta y desvergonzada no proveía a sus soldados de los materiales necesarios. Ello permitió que unos rifeños con mucho valor, pero sin organización militar, derrotaran a tropas regulares muy superiores sobre el papel”.
Además de valor, los nativos tenían un líder frío, tenaz y capacitado, Abdelkrim, que logró aglutinar los odios de las cabilas o tribus. El oponente de Abdelkrim era el general Manuel Fernández Silvestre (1871-1921), héroe de Cuba y comandante general de Melilla (antes lo fue de Ceuta). También era confidente y hombre de confianza de Alfonso XIII, lo que jugó en su contra. La combinación del militar y del rey equivalía a la de un lunático y un ciego en una locomotora sin frenos.
Aunque cualquiera podía ver que el Ejército iba a descarrilar, el general aceleró hacia el batacazo final. Cuando el Gobierno le pedía calma, el monarca le jaleaba, le animaba a avanzar y elogiaba su hombría (o el tamaño de su bolsa escrotal, según las fuentes). Gasolina para un pirómano. El comandante general de Melilla, ora audaz, ora irascible, siempre era impredecible. Poco resolutivo cuando hacía falta, sus hombres calificaban sus acciones de bigotadas, en alusión a sus mostachos.
Pero el ejército necesitaba menos testosterona y más éxitos. Y él, a diferencia de Abdelkrim, no era el hombre idóneo. Se había propuesto, como le prometió al rey, la bigotada de conquistar la bahía de Alhucemas. “¡Olé los hombres!”, se dice que le telegrafió el monarca. Alhucemas era el epicentro del protectorado con el que España quería alimentar sus delirios coloniales. Francia, que sabía lo que hacía, le cedió en 1912 esa porción del norte de Marruecos. Fue un regalo envenenado.
El Rif albergaba riquezas mineras, pero era un avispero. Para controlarlo, España tenía a unos 25.700 soldados (incluidos 5.000 regulares marroquíes) y 150 puestos avanzados, los blocaos. La sensación de seguridad era ilusoria. Las escasas guarniciones locales estaban mal preparadas y peor armadas, demasiado distantes entre sí para auxiliarse. Para colmo de males, los fortines (muchos, de adobe) estaban rodeados de cabilas de dudosa fidelidad. Y, además, se ubicaron en lomas, incomprensiblemente lejos de las fuentes y cursos de agua.
La sed sería una aliada en caso de ataque o de sitio. Abdelkrim, importante jefe local que había trabajado para la administración española y pasó de aliado a feroz enemigo, lo sabía. Con poco más de 4.000 seguidores (unos 10.000 en su máximo apogeo) llegó a las puertas de la mismísima Melilla. Por el camino, arrasó el presunto cinturón de seguridad de la plaza: entre otras, las posiciones de Abarran, Igueriben y el campamento de Annual, una ratonera donde cayó hasta el general Silvestre.
Nunca tan pocos hicieron tanto contra tantos. A falta de un Alexandre Ney que impidiera en un momento clave que la retirada se convirtiera en una desbandada, como tuvo la Grande Armée en Rusia, “un puñado de rifeños propició una estampida en un ejército de más de 20.000 hombres” (Geoffrey Regan dixit). El reportero Eduardo Ortega y Gasset narra en una recopilación de sus crónicas, Annual (Ediciones del Viento), la odisea de uno de los supervivientes de la desordenada huida:
El soldado Bernabé Nieto
Un personaje digno de Salgari
Bernabé Nieto era un soldado de artillería, vecino de la calle del Tribulete, en el barrio madrileño de Embajadores. Llevaba tres meses en el Rif cuando Abdelkrim desencadenó su ofensiva. Formó parte del convoy que intentó auxiliar a los defensores de Igueriben. Luego vino la caída de Annual y la desbandada, durante la que protagonizó acciones propias de una novela de Salgari. Cayó prisionero y logró fugarse, después de que los rifeños les cortasen las orejas a dos compañeros y se las obligaran a comer. En su huida, recibió un balazo en el brazo derecho y vio "centenares de cadáveres". Pasó una sed angustiosa y mil penurias, pero llegó vivo a Melilla.
Lo más parecido a un Ney que tuvo España fue el general Navarro, que intentó hacerse fuerte con unos 3.000 soldados en Monte Arruit, a 30 kilómetros de Melilla. Asediados, sin provisiones ni agua, los sitiados pactaron rendirse a cambio de que se les perdonara la vida. Los sitiadores, en una guerra que ya había conocido crueldades insólitas en un bando y otro, incumplieron la palabra y mataron a todos los soldados, salvo al general Navarro y a otros oficiales por los que pidieron rescate.
Abdelkrim podría haber completado el trabajo con la toma de Melilla. Pero sus hombres, como los lakotas o los cheyenes de Caballo Loco tras Little Big Horn, estaban cansados y no constituían un ejército. Entre el 21 de julio y el 9 de agosto de 1921 mataron al menos a 13.363 soldados (10.973 españoles y 2.390 auxiliares indígenas). Esa fue la conclusión del informe Picasso, llamado así por el general encargado de investigar esta aplastante derrota de tan funestas consecuencias para España.
El informe destapó las injerencias del rey, la corrupción y la dejación de funciones del alto mando. La moral era bajísima. Mal pagados, sin instrucción y con armas anticuadas, los reclutas fueron dejados de la mano de Dios. No había ni tiendas de campaña para todos. El diario madrileño La Libertad se preguntaba en 1920: “¿Cómo es posible que las lluvias otoñales, que en el Rif pueden ser torrenciales, sorprendan a la Administración? ¿Es que no consulta el calendario?”.
La República del Rif, que creó Abdelkrim, fue fugaz y comenzó a desmoronarse cuando se enfrentó también a los franceses. El general Miguel Primo de Rivera desembarcó en Alhucemas en 1925. La alianza francoespañola aplacó la rebelión en 1927. Un año antes, el líder rifeño se entregó a los franceses. París lo deportó a la isla de Reunión (véase el video de más arriba). De allí escapó a Egipto en 1947, donde murió en 1963. Nunca volvió a Marruecos, que logró la independencia en 1956.
El Desastre marcó el inicio de una de las etapas más convulsas de la historia de España: la dictadura de Primo de Rivera, el exilio de Alfonso XIII, la República y el golpe de Estado fascista. Aquellos espadones africanistas (Franco, Sanjurjo, Mola, Millán Astray…) fueron incapaces de derrotar de buenas a primeras a Abdelkrim, pero luego en su propio país “se hartaron de matar españoles como conejos”, parafraseando al Camilo José Cela de la dedicatoria de San Camilo, 1936.
En 1921 “se perdió todo, hasta el honor”, declaró Dámaso Berenguer (el mismo general que diez años después presidió la dictablanda tras la dictadura de Primo de Rivera). Lo peor fueron las pérdidas humanas. La bravura y la cobardía más ruin se mezclaron, una vez más. El Regimiento de Caballería Alcántara fue aniquilado mientras protegía la retirada. Otros oficiales, sin embargo, abandonaron a sus unidades o se escondieron y dijeron haber sido hecho prisioneros.
Annual fue la tumba de millares de humildes soldados. También del general Silvestre. Una leyenda sostiene que Abdelkrim lo decapitó y se apoderó de su fajín. Nunca lo sabremos. Lo más probable es que se suicidara, rodeado de sus irreductibles, los manolos. Tampoco sabremos si antes del instante final se acordó de la última carta del rey, aquella que decía, justo cuando otros le pedían prudencia: “Tú haz lo que yo te diga. No hagas caso al ministro de la Guerra, que es un imbécil”.