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El poeta de las Brigadas Internacionales

Extranjeros en la Guerra Civil

Edwin Rolfe luchó por la República y descubrió que había que matar “para seguir viviendo”

Rolfe, a la izquierda, y otros dos brigadistas en el frente de Aragón (© Almuzara)

Hay dos formas de hablar de la participación extranjera en la Guerra Civil. Una es la que eligió el escritor Camilo José Cela en la dedicatoria de su novela San Camilo, 1936 : “A los mozos del reemplazo del 37, todos perdedores de algo: de la vida, de la libertad, de la ilusión, de la esperanza, de la decencia. Y no a los aventureros foráneos, fascistas y marxistas, que se hartaron de matar españoles como conejos y a quienes nadie había dado vela en nuestro propio entierro”.

La otra forma reconoce que muchos de aquellos jóvenes no viajaron a España enviados por regímenes totalitarios, como los alemanes de Hitler, los italianos de Mussolini, los portugueses de Salazar o los soviéticos de Stalin. Hubo hombres y mujeres que viajaron en contra de sus propios países. Querían una sociedad mejor y sabían que aquí se escribía el primer capítulo de la inminente Segunda Guerra Mundial. Entre esos voluntarios idealistas estaba el estadounidense Edwin Rolfe.

Cela, en 1936, su novela y la dedicatoria (© Alfaguara)

Edwin Rolfe, seudónimo de Solomon Fishman (1909-1954), es un poeta injustamente olvidado y sin mucha suerte en vida. Fue uno de los millares de estadounidenses enrolados en la XV Brigada Internacional. Combatió en las campañas de Aragón y del Ebro en el batallón Lincoln. Hubo otras unidades norteamericanas, como el batallón Washington o el Mac-Pap, formado por canadienses. Pero el Lincoln dio nombre a toda la brigada. Sus integrantes,que carecían de formación militar, adquirieron una veteranía defendiendo a la República que pronto les sería muy útil.

Aún no se habían cicatrizado sus heridas de España cuando se alistaron de nuevo, esta vez en el ejército estadounidense, para combatir contra el nazismo. A su regreso a casa, sin embargo, serían vistos con recelo, casi como quintacolumnistas del comunismo. Hijo de emigrantes judíos, nuestro protagonista vivió desde niño el activismo político de sus padres. Aunque su familia no era practicante, supo vislumbrar en los nubarrones que se formaban en Alemania la tormenta del Holocausto. Y no fue un caso único.

Edwin Rolfe, fotografiado por Cartier Bresson (© Almuzara)

Eso explica que hubiera tantos judíos en las Brigadas Internacionales. La sinagoga mayor de Barcelona, en Ciutat Vella, conserva todavía hoy una bandera donada por supervivientes del batallón Lincoln. Edwin Rolfe fue el autor de la primera crónica sobre The Lincoln Batallion , que subtituló The Story of the Americans who fought in the Internacional Brigades (Kessinger Publishing). Por desgracia, la obra no se ha traducido al castellano. De hecho, el lector en castellano sólo tiene una oportunidad de acercarse a este autor (¡pero qué oportunidad!).

Hombres o cadáveres (Almuzara) es una antología poética bilingüe con algunos de sus mejores versos, traducidos por Teresa Muñoz Sebastián. La carrera literaria del poeta, que malvivía con guiones de serie B para Hollywood, comenzaba a despegar cuando falleció prematuramente de un ataque al corazón, en 1954, antes de cumplir los 45 años. Su recuerdo fue engullido por la fama de otros escritores que también fueron testigos más que directos del drama español, como Ernest Hemingway o George Orwell, uno como periodista y el otro como miliciano del POUM.

Cinco voluntarios de Wisconsin (© Cedobi)

Entre la espada y la pared, Rolfe no dudó en cambiar la máquina de escribir por el fusil. La batalla del Jarama, en febrero de 1937, fue su bautismo de fuego. Murieron más de la mitad de los 500 estadounidenses que se lanzaron contra un enemigo mejor pertrechado. Así lo sostiene el economista e historiador Fernando Calvo González-Regueral en Lincolns: voluntarios norteamericanos en la Guerra Civil española (Galland Books). El propio Rolfe explica en su biografía del batallón que pagaron muy cara su inexperiencia y “su falta de armas, no de valor”.

Hubo voluntarios de 53 países. Aunque hay consenso en que nunca hubo más de 20.000 a la vez, los historiadores discrepan sobre la cifra total: ¿50.000? ¿40.000? ¿30.000? Ni siquiera el Centro de Estudios y Documentación de las Brigadas Internacionales (Cedobi), cuna de los mayores y mejores estudios sobre este episodio de nuestra historia, se atreve a dar un número definitivo. Los estadounidenses, que no eran ni mucho menos los más numerosos, pudieron ser unos 2.800. Y los canadienses, unos 600. También fue relevante la presencia de cubanos, más de 400.

Voluntarios cubanos en el frente del Jarama (© Cedobi)

El Cedobi depende del Instituto de Estudios Don Juan Manuel y de la Universidad de Castilla-La Mancha. No es casual que tenga su sede en Albacete. Aquí estuvo el cuartel general de las Brigadas Internacionales y es fácil seguir su rastro en pueblos como Fuentealbilla, Almansa, Casas Ibáñez, Caudete, Chinchilla, La Roda, Madrigueras, Mahora, Pozo Rubio y Tarazona de la Mancha, entre otros. En una librería de esta provincia Edwin Rolfe se enamoró de “un joyero de papel”: el Romancero gitano, de Federico García Lorca.

¿Cómo eran los brigadistas de Estados Unidos? Dejemos que lo explique aquel literato que halló en los versos de Lorca “un prodigio de paz en el centro de la guerra”. En su libro sobre la brigada, que publicó en Nueva York en 1939, recuerda que eran más jóvenes que el resto de extranjeros y sin experiencia. No habían combatido en la Primera Guerra Mundial y tampoco “eran exiliados ni refugiados políticos”, como los alemanes o los italianos (también los hubo de izquierdas dispuestos a morir por España).

Norteamericanos en Tarazona de la Mancha (© Cedobi)

¿Por qué peleaban? Porque, como explica Miguel Hernández en la Canción del esposo soldado, descubrieron que era “preciso matar para seguir viviendo”. Pero no solo “se hartaron de matar españoles”, como denunciaba Cela. También ellos murieron a millares. Al menos 10.000 se quedaron aquí para siempre. “En esta tierra, su sangre / se expande y se filtra”, dice Edwin Rolfe, que vivió para contarlo, a pesar de su frágil constitución (no pudo participar en el desembarco de Normandía por un infarto).

Otros tuvieron mucha menos suerte, como Ralph Fox (1900-1936), John Cornford (1915-1936), Christopher Caudwell (1907-1937) y Charles Donnelly (1914-1937). Los cuatro eran escritores. Ingleses y novelistas los tres primeros; irlandés y poeta el cuarto. Mirad la fecha de su muerte: todos cayeron en combate. Fox y Cornford, en la batalla de Lopera, en Jaén, entre el 27 y el 29 de diciembre de 1936. Y los otros dos, en la batalla del Jarama, entre el 6 y el 27 de febrero de 1937. Los enterraron en “campos que las botas de ningún enemigo / podrán jamás profanar”.

Desfile de republicanos en Valencia, en 1937 (© Cedobi)

Además de a la guerra, los versos de Edwin Rolfe permiten viajar a la Gran Depresión, al hundimiento bursátil de 1929, a la época “en la que se disparan los alquileres, / los hombres mueren y su muerte es trivial” (del poema La estación de la muerte). Y de un hundimiento metafórico a otro real. El 30 de mayo de 1937 el pequeño mercante Ciudad de Barcelona, que transportaba fuerzas leales a la República, fue torpedeado y hundido frente a la costa de Malgrat de Mar por un submarino italiano.

Más de un centenar de brigadistas, doce de ellos estadounidenses, murieron ahogados. El Comité de No Intervención, o Comité de Londres, creado por Francia y Reino Unido para tratar de frenar la internacionalización de la Guerra Civil, señaló con hipocresía que el ataque era de “nacionalidad desconocida”. Sabía perfectamente que la culpa era de Benito Mussolini, que desplegó su flota de submarinos en la costa española para apoyar a Franco. Sólo de agosto a septiembre sus hombres protagonizaron veinte ataques fantasma.

Monumento en Berlín a los brigadistas alemanes (© Cedobi)

Pero Londres no podía acusar a Roma porque eso equivaldría a reconocer que había decodificado las claves de los navíos italianos y quería conservar ese as en la manga ante la espiral de tensiones bélicas que se avecinaban en Europa. El poeta, que no necesitaba ser tan circunspecto, ya apuntaba a Italia en su poema Muerte por agua, compuesto en Madrid meses después del naufragio. En estos versos se refiere a los torpedos que hundieron el barco como “buitres descendiendo sobre el altiplano etíope”.

El Ciudad de Barcelona, que cubría la ruta entre Marsella y Alicante, ya había trasladado a España a varios contingentes de voluntarios antes de su destrucción. La referencia a las aves carroñeras y Etiopía era una indisimulada alusión a la invasión de este país africano parte de las tropas fascistas italianas en 1935. Otro poema del autor (A propósito de los ojos) inmortaliza el preciso instante del horror: “El arco que traza la bomba al caer, la grotesca explosión, / la histeria de la alarma enloquecida, el último desengaño”.

El 23 de abril de 1938, las Brigadas Internacionales fueron relevadas. Fue un último gesto del Gobierno con la esperanza pueril de que los rebeldes licenciaran también a sus refuerzos extranjeros, cosa que no hicieron. El documental de más arriba, emitido en su día por RTVE, recoge el adiós a los brigadistas, según un noticiario del News of Spain de 1938. Una Barcelona enfervorizada despidió a los voluntarios en la entonces llamada avenida 14 de Abril (la Diagonal, por la que entraron un año después las tropas franquistas).

Allí, en Barcelona, Edwin Rolfe se reunió con su mujer y regresó a EE.UU., no hastiado de sus ideales, pero sí de luchar. En las trincheras, escribió, “ningún hombre que porte un fusil responde al nombre de héroe” porque “esa es una palabra para tiempos de paz”. Su cansado corazón, que ya le comenzaba a dar algún que otro aviso, le enseñó que en la batalla solo hay muerte y tres cosas más: “Enemigo, arma, vida”. Leed sus poemas. ¿Queréis saber qué es la guerra? “Es tu camarada muerto de un tiro a tu lado / el cigarro que compartió aún encendido en tus labios”.