Rafael Alberti en la Guerra Civil, o el poeta que combatió a distancia

Literatura y política

Transcurridos 25 años de la muerte del poeta gaditano, su talla literaria aparece oscurecida hoy por su papel en la Guerra Civil

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Rafael Alberti llega a España del exilio en 1977.

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A Rafael Alberti (1902-99) se le suele reconocer como un gran poeta español del siglo XX, famoso por versos como los de “La paloma”. También se le recuerda por sus ideas políticas: militante comunista, regresó a España durante la Transición tras un larguísimo exilio. Dijo entonces que se había ido del país con el puño cerrado pero que volvía con la mano abierta.

La imagen de su presencia en el Congreso, junto a la mítica Pasionaria, se convirtió en uno de los símbolos de la Transición, porque expresaba la idea de reconciliación nacional. En los últimos años, sin embargo, su actuación política en la Guerra Civil ha sido objeto de una viva polémica. Tantas fueron las críticas que uno de sus amigos, Benjamín Prado, escribió en 2010 un artículo en El País en el que se quejaba de una “caza del poeta rojo”.

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El escritor Andrés Trapiello, autor de Las armas y las letras, un importante estudio sobre escritores y Guerra Civil, le respondió desde el mismo periódico que a Alberti se le había “blindado” solo por sus ideas, no por sus méritos literarios.

Con el mono planchado

Como otros miembros de la generación del 27, Alberti experimentó un proceso de radicalización política. La inquietud común en estos intelectuales era ir al encuentro del pueblo. En esos momentos, la memoria de la revolución bolchevique de Rusia está aún muy presente y ejerce un poderoso influjo. Se habla de cuál ha de ser el lugar de la literatura en la transformación de la sociedad.

Miguel Hernández, ante la ostentación del evento, dijo que allí había “mucha p...” y “mucho hijo de...”

Espoleado por los sueños de cambio, Alberti escribe poemas políticos –como el dedicado al héroe republicano Fermín Galán– que algunos criticaron por considerarlos de calidad discutible. Durante la Guerra Civil, el gaditano se dedicó a tareas de agitación propagandística. Pero no llegó a ser soldado, como sí lo fue el también poeta Miguel Hernández, que no dudó en compartir la precaria vida de los combatientes.

Por eso y por sus versos a favor de la República, las tropas consideraron a Hernández un poeta del pueblo. Alberti no llegó a disfrutar de este sentimiento de admiración entre los soldados. Siempre permaneció en la retaguardia y, según Trapiello, aprovechó para llevar una vida desahogada mientras el pueblo sufría los bombardeos enemigos.

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Fachada de la cárcel de Torrijos, en Madrid, donde estuvo preso Miguel Hernández.

Entre tanto, aumentaba su celebridad gracias a su creciente presencia mediática. Ante este y otros intelectuales parecidos, algunos observadores reaccionaron con escepticismo. Tal vez el más duro fue Juan Ramón Jiménez, que cargó sin medias tintas contra unos escritores que le parecían “señoritos, imitadores de guerrilleros” que exhibían por Madrid “sus rifles y sus pistolas de juguete” mientras vestían “monos azules muy planchados”.

Fue en una fiesta, en honor de la mujer antifascista, cuando se produjo un grave encontronazo entre Alberti y Miguel Hernández. El poeta alicantino, exasperado ante la ostentación del evento, dijo públicamente que allí había “mucha p...” y “mucho hijo de...”. Alberti trató de obligarle a que rectificara, pero él escribió sus palabras en una gran pizarra para que no pasaran desapercibidas.

Omisión y exilio

Cuando la República estaba perdida, el gaditano organizó muy bien su salida de España. Pudo incluir a Hernández en una lista de refugiados que debían ser acogidos en la embajada de Chile, pero no lo hizo. El alicantino acabaría en una prisión franquista, donde moriría en 1942, con apenas 31 años. Se ha debatido hasta qué punto tuvo Alberti la culpa de este fin trágico.

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El poeta junto al dirigente del Partido Comunista Santiago Carrillo.

Dominio Público

Según los diarios del embajador sudamericano, Carlos Morla Lynch, no se preocupó por salvar a su colega. El diplomático estaba especialmente inquieto por la suerte de Hernández, ya que era más que previsible que sufriera una dura represión por sus abundantes escritos contra el bando franquista. Ya en el exilio, el poeta de El Puerto de Santa María continuó como comunista convencido.

En 1953, cuando murió Stalin, escribió una elegía en honor del dictador soviético en la que podía leerse la siguiente estrofa: “Padre y maestro y camarada: quiero llorar, quiero cantar. Que el agua clara me ilumine, que tu alma clara me ilumine en esta noche en que te vas”. Algunos años más tarde, Moscú le distinguiría con el Premio Lenin, nombre que pasó a tener el Premio Stalin –una especie de Nobel del mundo comunista– cuando salieron a la luz pública los abusos del dirigente soviético.

De regreso en España a partir de 1977, será diputado al Congreso por el Partido Comunista, aunque renunciará al escaño para consagrarse a su labor artística. El gobierno le otorgó el Premio Cervantes en 1983, y continuó recibiendo distintos homenajes hasta su muerte, en su ciudad natal, el 28 de octubre de 1999.

Logo LV Este artículo se publicó en La Vanguardia el 10 de diciembre del 2019
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