Napoleón en Egipto: el fracaso que le encumbró al poder

Campaña militar

Su idea era debilitar a los británicos alcanzando la India a través de Egipto. Todo salió mal. Pero aun así Napoleón se vio fortalecido en casa. Y el mundo descubrió la piedra de Rosetta

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'Napoleón ante la esfinge', obra de Jean-Léon Gérôme.

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A principios de 1798, Napoleón era un joven y popular general recién llegado de una exitosa campaña en Italia. Sin embargo, su carisma y sus ambiciones políticas eran tales que inquietaban al Directorio que regía Francia. Con el objetivo de alejarle de los círculos conspiradores de la capital, el gobierno le propuso una tarea: proyectar la invasión de Gran Bretaña.

Napoleón desestimó el plan por la superioridad naval del país vecino, pero estudió la forma de debilitarlo, sobre todo económicamente, una idea a la que no dejaría de dar vueltas el resto de su vida.

En aquellos momentos, Gran Bretaña, perdidas las colonias americanas, dependía en gran parte de las materias primas procedentes de la India. Napoleón pensó que, si lograba cortar la comunicación con su colonia asiática, el Imperio británico acabaría estrangulado.

La forma de hacerlo era conquistando Egipto y Siria, entonces bajo soberanía otomana, y desde allí marchar hacia la India. Presentó el plan al Directorio. La idea era arriesgada, teniendo en cuenta que el Mediterráneo lo controlaba la escuadra británica, pero el órgano ejecutivo dio luz verde al proyecto.

Napoleón formó un ejército de 38.000 hombres, un millar de cañones y setecientos caballos. Contó con los mejores generales del momento: Kléber, Desaix, Berthier, Lannes, Murat... Y al contingente se unió un millar de civiles, entre ellos 154 científicos.

Napoleón quería convertir Egipto en un protectorado francés. Para ello no solo debía conquistarlo, sino también ganarse la confianza de su población.

Al general le urgía conquistar Egipto porque sabía que tarde o temprano irrumpiría la escuadra británica

Aquí entraban en juego los científicos, conocidos entre los militares como “los sabios”, que debían llevar a un país casi medieval los últimos avances técnicos de la Europa de la Ilustración. De paso, los estudios que realizasen sobre el terreno servirían para incrementar el patrimonio científico francés, lo que redundaría en beneficio de la popularidad de Napoleón y de sus ambiciones de poder.

La partida

Una flota de trece buques de línea y más de 300 navíos con 16.000 marinos partió del puerto de Tolón llevando a bordo al ejército de Bonaparte. Nadie sabía adónde se dirigían. En un principio se especulaba que el destino era Sicilia, regida por los Borbones, aliados de Gran Bretaña. También, con ánimo de despistar a la poderosa flota británica, se difundió desde París que el objetivo de Napoleón era Irlanda.

Poco después tomó Malta, donde descansó unos días antes de poner rumbo a Egipto. Al llegarle la noticia de la caída de Malta, el almirante británico Horacio Nelson movilizó la flota mediterránea en Gibraltar y se lanzó a interceptar a los franceses. Los británicos, navegando a más velocidad, les alcanzaron en aguas de Creta, pero era de noche y no los avistaron.

Nelson pensó que el destino de Napoleón era Egipto y puso rumbo a Alejandría; al avanzarse no encontró ningún rastro, y decidió patrullar por el Mediterráneo oriental hasta dar con él. No lo logró.

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Representación de la batalla de las Pirámides, en Egipto, por François-Louis-Joseph Watteau.

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Napoleón desembarcaba en Egipto y tomaba Alejandría sin ninguna resistencia. El general corso encargó a Kléber ocupar el delta del Nilo y dar protección a la escuadra fondeada en Abukir. Con el resto de la tropa partió hacia El Cairo. Los barcos de menor calado remontaron el Nilo dándole cobertura artillera y logística. Al general le urgía conquistar Egipto porque sabía que tarde o temprano irrumpiría la escuadra británica.

El camino de El Cairo fue muy duro: además de sufrir los rigores del sol egipcio, el contingente francés fue continuamente hostigado por partidas de mamelucos, la casta guerrera al servicio del Imperio otomano en Egipto. En todos los combates se impusieron los franceses.

Ante las pirámides

A pocos kilómetros de El Cairo, agotados por el calor y la sed, toparon con un ejército de 40.000 mamelucos que les cerraban el paso. Bajo las órdenes de Murad Bey y de su hermano Ibrahim, formaban una media luna de 15 kilómetros junto al río, con fuerzas en ambas orillas. Habían establecido su campamento en Embebeh, en el flanco derecho, donde la mitad de la tropa se atrincheró con cuarenta cañones. En el centro y en el flanco izquierdo, cerca de las pirámides, situaron 12.000 y 8.000 jinetes respectivamente.

Napoleón contaba con 21.000 hombres, divididos en seis divisiones de unos 3.000, 1.500 de caballería y un millar de artillería con una cuarentena de piezas. Las divisiones francesas avanzaron en fila, lejos del alcance de la artillería mameluca, y sobrepasaron el flanco derecho con objeto de alcanzar el río. Al ver Murad Bey que los franceses pretendían cortar sus líneas mandó cargar.

Para ganarse las simpatías de los egipcios, Napoleón se dirigió al pueblo alabando los preceptos islámicos

Napoleón, en inferioridad de condiciones, ordenó a sus divisiones formar en cuadros pie a tierra, a modo de fortines humanos. Antes de entablar combate, enardeció a sus hombres con un parlamento que se haría célebre: “Desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan”. Durante una hora se sucedieron las cargas de los mamelucos; sin embargo, la mayor experiencia y potencia de fuego francesa los diezmó.

Los mamelucos eran magníficos jinetes, pero iban armados con espingardas, alfanjes, flechas y lanzas, frente a los mosquetones y cañones franceses. Ibrahim intentó reordenar a los escuadrones que se retiraban caóticamente para lanzar un nuevo ataque cuando el general Desaix cargó, provocando la desbandada de los mamelucos. Murad huyó con 3.000 hombres hacia Giza y el Alto Egipto; Ibrahim hizo otro tanto hacia Siria con 1.200; el resto, nómadas en su mayoría, se dispersaron por el desierto.

El éxito de Napoleón fue rotundo. Acababa de poner fin a siete siglos de poder mameluco en Egipto. De las 300 bajas francesas, solo 40 eran muertos. Las de los mamelucos fueron 5.000 entre muertos, heridos y prisioneros. El general tenía abierto el camino de El Cairo; se instaló en el palacio del emir, Muhamad Bey.

Para ganarse las simpatías de los egipcios, se dirigió al pueblo con una proclama en que alababa los preceptos islámicos y manifestaba su intención de liberarles del yugo mameluco y otomano. Al mismo tiempo, creó con los sabios en El Cairo el Instituto de Egipto, desde el que modernizó la administración del país, emprendió una serie de obras públicas destinadas a mejorar la calidad de vida y mostró los avances tecnológicos de Europa.

Napoleón promulgó leyes para acabar con la esclavitud y el feudalismo y para preservar los derechos de los “ciudadanos” con el beneplácito del Diwan, la asamblea de notables.

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El buque Orient explota durante la batalla del Nilo.

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Sin embargo, sus “buenas” intenciones no encontraron eco entre la población. Los egipcios siempre vieron a los franceses como una fuerza de ocupación infiel que venía a minar sus tradiciones sociales y religiosas y que les arruinaba con impuestos, sin contar las multas por no respetar las normas urbanas de alumbrado y limpieza, o los excesos en materia de represión, pillaje y violaciones.

Encuentro en Abukir

Como temía Napoleón, Nelson sorprendió en Abukir a la flota francesa, cuyos marineros se hallaban en tierra. El almirante Brueys d’Arguiller ordenó el embarque y zafarrancho de combate. Contaba con trece navíos de línea: uno de 120 cañones (el buque insignia, Orient), tres de 80 y nueve de 74, más cuatro fragatas. La flota de Nelson la formaban catorce navíos de línea, trece de 74 cañones y uno de 50.

Brueys había alineado sus barcos en paralelo a la costa con objeto de arriesgar solo un flanco al fuego enemigo, pero con el inconveniente de que podría usar la mitad de sus cañones. Nelson, al ver la situación, alineó sus barcos en doble fila y los lanzó contra el flanco izquierdo francés.

Cada navío galo fue emparedado, recibiendo las andanadas de al menos dos buques británicos. Sobrepasaron las líneas francesas y les atacaron por su flanco desprotegido, deshaciéndose de ellos de uno en uno. El viento del norte impidió al resto de la flota francesa maniobrar para acudir en ayuda de los atacados. En un principio, el Orient de Brueys y el Guilleaume Tell de su adjunto Villeneuve (el mismo que más adelante dirigirá la flota franco-española en Trafalgar) quedaron fuera de la batalla.

Los pillajes, las violaciones y las ejecuciones masivas solo sirvieron para aumentar el odio contra los franceses

A las tres horas de combate, la mitad de los buques galos había sufrido daños irreparables. El resultado final fue desastroso para los franceses. Murieron 1.700 –entre ellos, Brueys–, 600 resultaron heridos y 3.000 fueron hechos prisioneros. Las bajas británicas, en cambio, ascendieron a 218 muertos y 677 heridos. De la flota francesa solo escaparon al desastre dos buques de línea y dos fragatas.

Tras la batalla, Nelson puso rumbo a Nápoles con sus tropas. La anécdota es que la noticia de la victoria tardó en llegar a Londres, porque el barco que regresaba a la capital británica con los despachos de Nelson fue capturado por un navío francés.

Camino a Siria

En un mes Napoleón se había hecho con el control del país: Kléber dominaba el delta del Nilo; Manou había tomado el puerto de Rosetta; Desaix perseguía a los mamelucos en el Alto Egipto; mientras que los sabios, remontando el río, exploraban Asuán, Tebas, Luxor y Karnak. Sin embargo, la situación se había complicado tras la derrota de Abukir. Turquía pactó con los británicos y declaró la guerra a Napoleón.

Por si fuera poco, el creciente rechazo egipcio desembocó en una sangrienta sublevación en El Cairo que costó la vida a 300 franceses. La revuelta terminó cuando Bonaparte apuntó sus cañones contra la mezquita de El-Azhar. Había vencido, pero los pillajes, las violaciones y las ejecuciones masivas solo sirvieron para aumentar el odio contra los franceses y por extensión contra sus aliados, los cristianos coptos y ortodoxos de Egipto.

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El almirante Horatio Nelson, pintado por John Hoppner.

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Napoleón se hallaba aislado. Al no disponer de su flota, no podía recibir suministros de la metrópoli. No obstante, su ejército estaba intacto y decidió seguir con sus planes de conquistar Palestina y Siria como paso previo en su camino hacia la India, donde tenía previsto llegar en la primavera de 1800.

En febrero del año anterior, poco después de que Desaix redujera los últimos focos mamelucos en Asuán, Napoleón partió hacia Siria al frente de 13.000 hombres. Su primer objetivo era acabar cuanto antes con el gobernador Jezzar Pasha –que estaba formando un ejército para reconquistar Egipto–, porque había recibido noticias de que los británicos pretendían desembarcar en su retaguardia a un contingente otomano.

No lo iba a tener fácil. Atravesar el desierto del Sinaí supuso una difícil prueba que mermó la fuerza de sus hombres. El-Alrich fue tomada, pero tras diez días de combate.

Poco después, en Jaffa, volvieron a retrasarse sus planes por la fuerte resistencia de la guarnición otomana. Cuando esta se rindió, los franceses comprobaron que era la misma que dejaron libre en El-Alrich bajo promesa de no volver a tomar las armas. Por si fuera poco, se desató una epidemia de cólera que empezó a causar estragos entre la tropa francesa.

Una vez tomada Haifa sin dificultades, Napoleón, camino de Damasco, se dirigió a San Juan de Acre, el viejo fortín de los cruzados . De nuevo los hombres de Jezzar Pasha ofrecieron resistencia. Napoleón sitió la ciudad.

En una ocasión los franceses pudieron atravesar los muros y entrar en ella, pero las tropas de Jezzar repelieron el ataque. Los defensores contaban con apoyo de la flota británica, que les suministraba víveres y munición. Uno de los hechos dramáticos del asedio fue que Jezzar Pasha, apodado el Carnicero, mandó degollar a los cristianos de la ciudad como venganza.

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En esta obra de Louis-François Lejeune se aprecia la disposición de los ejércitos durante la batalla de las Pirámides.

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Mientras se combatía en San Juan de Acre, Napoleón desplegó distintas unidades por Palestina para hacerse con los puntos vitales de la región. Junot tomó Nazaret, pero tuvo que abandonarla para acudir en ayuda de Kléber, sitiado en el monte Tabor.

Su apoyo iba a servir de poco, porque ambos contingentes sumaban 2.000 hombres frente a 25.000 árabes. Durante seis horas soportaron con valor sus ofensivas. Por suerte, cuando todo parecía perdido, irrumpió Napoleón con sus cañones y caballería y resolvió el peligro en media hora.

A continuación lanzó un nuevo ataque contra San Juan de Acre. Logró atravesar la primera línea de murallas, pero la segunda resultó infranqueable. En la acción estuvo a punto de morir el general Lannes. La falta de víveres y la desmoralización de la tropa obligaron a Napoleón a levantar el cerco tras 62 días de asedio.

El camino de vuelta a Egipto fue muy duro, por la falta de agua y el continuo hostigamiento de las partidas árabes. Tuvo que abandonar a una treintena de sus hombres en estado terminal.

El regreso

Napoleón llegó a El Cairo con 5.000 hombres menos. Sin posibilidad de recibir suministros y habiendo fracasado la campaña de Siria, se convenció de que llegar a la India era imposible. Por otro lado, la situación se iba deteriorando en Egipto. Crecía el malestar entre los agricultores locales por los excesivos impuestos, mientras las posiciones francesas diseminadas por el territorio y sus vías de comunicación eran continuamente atacadas por partidas mamelucas.

Ante la imposibilidad de retirarse, Napoleón entregó el mando a Kléber y decidió regresar a Francia

Mientras esto ocurría, en Europa se estaba formando la Segunda Coalición para atacar a una Francia debilitada por tensiones políticas internas. Napoleón, viendo que no obtenía ningún rendimiento de la campaña egipcia y que estaba lejos de la metrópoli, temió quedar al margen de un nuevo reparto de poder.

Decidió regresar cuanto antes, pero cuando estudiaba la forma de hacerlo recibió la noticia de que Nelson estaba cañoneando las defensas francesas en Abukir. Había desembarcado un contingente otomano de 15.000 hombres bajo las órdenes de Mustafa Pasha que aniquilaron al batallón del general Marmont.

Napoleón envió en su ayuda a 300 hombres que corrieron la misma suerte. Sintiéndose atrapado y sin posibilidad de retirada, ordenó que todas las tropas diseminadas en Egipto se reagrupasen para ser repatriadas. Pero antes era necesario recuperar Abukir. Una vez reagrupado el ejército de Egipto, decidió atacar. Situó a los hombres de Lannes en el flanco derecho, a Kléber en el centro, a Desaix y Murat en la izquierda y a Davout en reserva.

El ataque empezó con fuego artillero contra los buques anglo-otomanos, a los que obligó a retirarse. Una vez sin cobertura naval, Napoleón ordenó atacar, pero lo que no esperaba es que la resistencia otomana hiciera fracasar las cargas de Desaix y Murat. Cuando Napoleón discutía con Desaix los planes a seguir, el pachá salió con sus hombres de sus posiciones y mandó cortar la cabeza de todo francés con que topasen, estuviese vivo, muerto o herido.

Tal espectáculo, en lugar de provocar el terror esperado, desató la ira de los franceses, que cargaron a la bayoneta. Lo hicieron de forma desordenada, pero la rabia les llevó a desbordar las posiciones otomanas en una guerra sin cuartel.

El pachá se hizo fuerte en el último bastión. Tras duros combates, la caballería de Murat logró tomarlo. Al capturar al pachá, Murat le amputó tres dedos de un sablazo, advirtiéndole que le seccionaría “partes más importantes” si volvía a decapitar a sus hombres.

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'Retrato de Bonaparte, Primer Cónsul', por François Gérard.

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A la capitulación

Ante la imposibilidad de retirarse, Napoleón entregó el mando a Kléber y decidió regresar a Francia. Partió con sus mejores generales a bordo de la fragata Muiron, burló el bloqueo británico y llegó a destino. En noviembre de 1799 –el 18 de brumario, según el calendario revolucionario–, daba el golpe de Estado que puso fin al Directorio y se encumbraba en el poder. Kléber resistió mientras pudo. Derrotó a los otomanos en Heliopólis, pero su asesinato precipitó el fin.

En 1801 capitulaba el general Menou y los británicos se hacían con todos los hallazgos del comité de sabios, incluida la piedra de Rosetta . Cuando se entregaron los últimos reductos, uno de cada tres franceses de la expedición original había muerto.

Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre el motivo de la aventura egipcia de Napoleón. Para unos, era viable el plan de tomar Egipto y Oriente Próximo y, desde allí, lanzarse a la conquista de la India para ahogar al Imperio británico. Para otros, lo único que ansiaba Napoleón era emular a su admirado Alejandro Magno e incrementar su popularidad para acceder al poder, lo que logró pese al resultado de la operación.

Lo cierto es que la expedición militar fue un fracaso. Napoleón perdió infructuosamente en aquellas tierras a lo mejor de sus ejércitos, aunque ello tampoco le impediría conquistar Europa. Pasados dos siglos, quizá lo único positivo de aquella experiencia, aunque no fuera el objetivo de Napoleón, es que sirvió para que Europa redescubriera las maravillas del antiguo Egipto y se diera un serio impulso a la egiptología.

Este artículo se publicó en el número 456 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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