El 24 de agosto de 1926, una multitud colapsó el cruce de Broadway con la calle 65, en Nueva York. Alrededor de cien mil personas se agolparon a la entrada de la funeraria Frank E. Campbell. Al poco tiempo empezaron los disturbios: empujones, carreras, desmayos, intentos de asaltar el edificio... Más de cien policías intentaron restablecer el orden. Varias manzanas más abajo, dos mujeres intentaron suicidarse en la puerta del Hospital Policlínico. En Londres, una chica ingirió veneno abrazada a un autógrafo. En París, un ascensorista del hotel Ritz fue hallado muerto en su cama cubierto de fotografías de su ídolo.
¿Qué había ocurrido? ¿Cuál era el motivo de esta histeria colectiva? Una muerte: el inesperado fallecimiento del astro de la pantalla Rodolfo Valentino. La desaparición, a los 31 años, del primer gran sex symbol del cine puso de manifiesto la enorme atracción que suscitaban las estrellas de Hollywood entre el público de los años veinte. Un suceso que sirvió de precedente para las multitudinarias muestras de duelo que se sucederían en el futuro tras la muerte prematura de algún ídolo de masas.
Más estrellas que en el firmamento
El negocio del cine de Hollywood despegó impulsado por la creación del star system. Los actores y actrices ayudaban a singularizar las películas y, por tanto, a venderlas. Antes de su creación, los filmes se comercializaban como un automóvil o un electrodoméstico, con el nombre del “fabricante”, de la productora. Con la consolidación del sistema de estrellas, las películas se vendieron por el nombre de su protagonista: el nuevo filme de Charlie Chaplin, de Douglas Fairbanks, de la “novia de América” Mary Pickford...
Obviamente, este fenómeno no era nuevo. Ya existía en el teatro, la ópera, los espectáculos de variedades... Tampoco era exclusivo de la industria del espectáculo. El aviador Charles Lindbergh se convirtió en una celebridad mundial al realizar en 1927 el primer vuelo trasatlántico sin escalas. El jugador de béisbol Babe Ruth, que en 1927 estableció un récord de home runs imbatido hasta 1961, era un ídolo en Estados Unidos. Y Jack Dempsey, campeón de los pesos pesados entre 1919 y 1926, fue el primer boxeador en lograr fama mundial.
Sin embargo, en ningún otro lugar este fenómeno adquirió las dimensiones que alcanzó en Hollywood en los años veinte. Cuando en 1919 Chaplin y Pickford se independizaron de los estudios creando su propia productora, la United Artists, eran los dos artistas mejor pagados del mundo. Su fama era universal. Sus fans no solo hacían cola para ver sus películas, sino que también compraban sus fotografías firmadas, leían sobre su vida privada en las revistas, imitaban sus peinados, su forma de vestir, sus gestos... La popularidad de las estrellas iba más allá de la pantalla. Se habían convertido en celebridades.
La revolución del primer plano
El surgimiento de la sociedad de consumo y la cultura de masas propició el auge del culto a los famosos. Pero en el caso del cine influyeron también otros factores, como la ampliación de la duración de las películas, que permitían una caracterización más precisa de los personajes y mayor profundidad dramática, o la construcción de salas más grandes y cómodas, que convirtieron la asistencia al cine en un atractivo ritual colectivo. Los años veinte fueron la edad dorada de los cines-palacio. Algunos tan inmensos como el Roxy de Nueva York, con capacidad para casi seis mil espectadores.
Sin embargo, el factor que más contribuyó a la construcción y mitificación del star system fue la aparición del primer plano. Este recurso expresivo causó un gran impacto entre los espectadores de la época, acostumbrados a ver a los actores a distancia en los escenarios.
El primer plano transformó la manera de actuar de los intérpretes, que debían ser más sutiles que en el teatro, y la forma en que el público se relacionaba con los personajes. La posibilidad de ver a las estrellas de cerca, peinadas, maquilladas e iluminadas cada vez con mayor sofisticación, aumentó su poder de fascinación y favoreció la implicación emocional de los espectadores.
Cien años después, en nuestro mundo multipantalla, el primer plano sigue siendo un elemento de seducción de primer orden para las celebridades. La atracción que suscitaba el rostro de Valentino o Gloria Swanson en los cines-palacio de los años veinte se ha trasladado a nuestras pantallas de móvil a través de las redes sociales. Solo ha cambiado la narrativa: de la fantasía de la belleza misteriosa, exclusiva e inalcanzable de las estrellas del viejo Hollywood al simulacro de la belleza natural, popular y cercana de las nuevas celebrities de Internet.
Las primeras influencers
Algunas estrellas tuvieron un impacto extraordinario entre el público adolescente de la época. Fue el caso del mencionado Valentino. El estreno de El caíd (The Sheik, 1921), uno de sus mayores éxitos, dio nombre a una nueva moda masculina, la de “los caídes”, que imitaban su característico estilo.
La comedia The Flapper (1920), protagonizada por Olive Thomas, presentó a un nuevo tipo de mujer. La flapper , con su desafiante corte de pelo a lo “bob”, su escandalosa falda por encima de la rodilla y sus provocativos labios pintados en forma de corazón, representaba a la mujer moderna: emancipada, desinhibida y amante del jazz.
Esta imagen se popularizó aun más tras el estreno de Flaming Youth (1923), el gran fenómeno adolescente de la época. El filme catapultó a la fama a su protagonista, la imitadísima Colleen Moore. “Yo fui la chispa que encendió Flaming Youth”, escribió Francis Scott Fitzgerald en su ensayo Echoes of the Jazz Age (1931), “Colleen Moore fue la antorcha”.
Otra gran “influencer” fue Clara Bow, la gran diva juvenil de finales de la década. El estreno de su mayor éxito, Ello (It, 1927), adaptación de la novela homónima de Elinor Glyn, puso de moda el concepto “It girl”, que todavía se utiliza en el ámbito anglosajón. Como aparece definido al principio de la película, “Eso es esa cualidad que poseen algunas personas para atraer a todos los demás con su fuerza magnética”.
La industria de las celebrities
Este tipo de fenómenos se diseminaron por todo el mundo gracias al poder de la industria de Hollywood, que dominaba la producción mundial de películas, y a la propia especificidad del lenguaje cinematográfico, que al ser mudo facilitaba su difusión internacional. Aunque El cantor de Jazz (The Jazz Singer, 1927), el primer filme sonoro, se estrenó en 1927, la implantación de los equipos de sonido en las salas, sobre todo fuera de Estados Unidos, no se generalizó hasta el final de la década.
Además, alrededor de las estrellas de cine floreció una industria dedicada a su promoción y difusión. En estos años surgieron la mayoría de los negocios relacionados con las celebridades que existen actualmente: las primeras revistas de cine (Motion Pictures Magazine, Photoplay, Screen Secrets), programas de radio, gabinetes de prensa, agencias de publicidad, fabricantes de merchandising...
También aparecieron las primeras publicaciones que explotaban el lado oscuro de la fábrica de sueños. Viperinos columnistas como Walter Winchell (New York Daily Mirror), poderosas reinas del chisme como Louella Parsons (Los Angeles Examiner) o legendarias revistas de cotilleo como National Enquirer (fundada en 1926 y todavía en circulación) sacaron a la luz los secretos más inconfesables de las estrellas: las salvajes orgías del “simpático” Fatty Arbunckle (que fue juzgado por el asesinato y violación de la actriz Virginia Rappe), la afición a las jovencitas de Chaplin, la muerte por sobredosis del galán Wallace Reid, el arresto de Alma Rubens por posesión de heroína...
Las consecuencias de estos escándalos fueron principalmente dos. Por un lado, la rotura del escaparate de falsa moralidad que Hollywood había construido alrededor de sus estrellas, provocando la implantación de “cláusulas morales” en sus contratos y el establecimiento en 1930 del “código Hays” de censura. Por otro, el inicio de un lucrativo negocio, el del cotilleo, que hoy nos parece indisociable del mundo de las celebrities.