Fueron buenos amigos, pero una polémica intelectual y política destrozó su amistad para siempre. Desde entonces, uno se posiciona a favor de Albert Camus o de Jean-Paul Sartre. Los dos era pensadores célebres en un lugar y una época, la Francia de los años cincuenta, en la que los grandes filósofos disfrutaban de una fama comparable a la de las estrellas de rock.
Ambos fueron grandes figuras de la izquierda, pero en lo demás no se parecían mucho. Camus (1913-60) era un provinciano procedente de una Argelia que todavía no había alcanzado la independencia. Había crecido en un ambiente de privaciones, sin agua corriente o electricidad. Menos aún libros, por supuesto. Sartre (1905-80) estudió en la elitista École Normale Supérieure de París.
En los años oscuros de la Segunda Guerra Mundial, Camus luchó contra los alemanes a través de Combat, un periódico clandestino que llegó a tirar doscientos cincuenta mil ejemplares. Sartre, en cambio, publicó algún artículo en prensa dirigida por colaboracionistas. Tampoco dudó en estrenar una pieza en territorio ocupado, en un teatro que había dejado de llamarse Sarah Bernhardt por los orígenes judíos de esta gran diva de la escena.
Los dos hombres se conocieron en plena guerra, cuando ya se habían leído el uno al otro. Congeniaron, aunque Sartre no dejó de mirar por encima del hombro a un tipo que le parecía divertido, pero demasiado vulgar. Si bien admiraba su faceta de novelista, como filósofo le parecía un amateur. Su compañera, Simone de Beauvoir , compartía este sentimiento ambivalente. Disfrutaba enormemente con la amena compañía de Camus, pero pensaba que tenía “un punto de maleante de Argel, un poco camorrero”.
Se abre el abismo
Tras la Liberación, tal vez para hacer olvidar su poco memorable actuación durante la guerra, Sartre pidió mano dura con los colaboracionistas: circunstancias excepcionales exigían medidas extremas. Camus, por su parte, se opuso a la utilización de la pena capital.
Estas y otras diferencias no implicaron una ruptura personal, pero en 1951 todo cambió. Camus publicó El hombre rebelde. Este polémico ensayo, un ataque en toda regla a la izquierda estalinista, soliviantó a Sartre. Indignado, el autor de La náusea no se dignó a responder por sí mismo. Encargó al filósofo Francis Jeanson una durísima diatriba que apareció en Les Temps Modernes, revista que dirigía el propio Sartre y referencia indiscutible en la vida intelectual francesa.
Camus esperaba una mala crítica, no una andanada de tal calibre. Dolido, decidió tomar la pluma para defenderse. Su respuesta apareció también en Les Temps Modernes, junto a una réplica de Sartre y un artículo de Jeanson.
Ya era oficial. Había estallado una controversia que sobrepasaría los círculos restringidos de los pensadores para llegar a la prensa sensacionalista. Samedi-Soir, un medio con mujeres atractivas en portada, informaría de que el divorcio entre Camus y Sartre se había consumado.
Las palabras se convirtieron en auténticos navajazos. Sartre, con ostensible condescendencia, le dijo al autor de La peste que nadie hasta ese momento se había atrevido a decirle una necesaria verdad: en el terreno filosófico demostraba una incompetencia manifiesta. No razonaba con rigor y se refugiaba en planteamientos moralistas, lejos de la política real. A su juicio, defendía los valores de la burguesía, no los del socialismo.
Camus salió peor parado en el enfrentamiento con Sartre; este le calificó de traidor a la clase obrera
El “último mejor amigo”
El debate no se quedó en el terreno de las ideas. Los dos contendientes llevaron su pugna al terreno personal a través de amargos reproches. Camus, de forma velada pero inequívoca, le recordó a Sartre que durante la guerra había estado muy lejos de ser un héroe. Sartre, a su vez, acusó a su adversario de falta de autenticidad. ¿Cómo se atrevía a hablar en nombre de los desheredados cuando en realidad era un burgués? Se comportaba, en su opinión, como un traidor a la clase obrera. Puesto que criticaba al partido comunista y este era el partido de los trabajadores, la única conclusión posible era que también estaba en contra del proletariado.
El enfrentamiento, sin duda, castigó sobre todo a Camus; fue el que salió peor parado. Como era un autor de éxito, a muchos escritores les encantaba la idea de que le vapulearan y le bajaran los humos. Simone de Beauvoir, en su novela Los mandarines (1954), lo ridiculizó a través del personaje de Henri Perron, inspirado con claridad en él, mientras que Robert Dubreuilh era el alter ego de Sartre. Según Olivier Todd, biógrafo de Camus, Beauvoir hizo de Dubreuilh un sol y de Perron un pequeño planeta.
Faltaban aún décadas para que el clima intelectual cambiara y fuese mayoritario el conjunto de quienes dan la razón a Camus, revalorizándolo por su lucidez frente a los peligros del totalitarismo de cualquier signo, ya fuera de derechas o de izquierdas.
La guerra de Argelia (1954-62) agudizó aún más la confrontación entre las dos grandes estrellas de la intelectualidad francesa. Para Sartre, los rebeldes del Frente de Liberación Nacional tenían derecho a tomar las armas contra la metrópoli en nombre del anticolonialismo. Camus rechazaba de plano los métodos violentos. Creía que los europeos y los norteafricanos debían disfrutar de los mismos derechos, pero no en una independencia que juzgaba prematura, por la pobreza del territorio y la presencia de ciertas corrientes islamistas que le parecían reaccionarias.
Sartre llegó a pensar que su antiguo amigo se había vuelto “completamente insoportable”. No obstante, pese a la ruptura, siguió admirando su talento literario. Cuando Camus murió inesperadamente en 1960, víctima de un accidente de tráfico, le dedicó un obituario generoso, aunque no del todo sincero (él mismo afirmaría que había exagerado en sus elogios). Más tarde faltaría a la verdad al decir, contra toda evidencia, que él nunca le había hecho “cabronadas” a Camus. ¿Reconstruía el pasado a su gusto?
Con el tiempo, presentó a su rival como su “último mejor amigo”. Tal vez solo jugara a mostrarse ante el mundo como un magnánimo vencedor. O quizá, en el fondo, echara realmente de menos a su viejo colega.