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¿Fue Juan Pablo II un papa reaccionario?

Religión

Hace quince años fallecía Karol Wojtyla, un papa tremendamente mediático con una idea muy clara sobre los objetivos de su reinado

Juan Pablo II no quiso renunciar al papado pese a su delicado estado de salud en sus últimos años.

Itto Ogami / CC BY-SA-3.0

Cuando se estrenó Las sandalias del pescador en 1968, la idea de un papa ruso –Kiril Lakota, magistralmente interpretado por Anthony Quinn– no dejaba de ser una especulación fantasiosa. Pocos años después, sin embargo, accedía al pontificado Karol Wojtyla, que tomaría el nombre de Juan Pablo II.

No era soviético, pero sí venía del otro lado del telón de acero, en concreto, de Polonia. Por tanto, al igual que el ficticio Kiril, sabía lo que significaba vivir bajo un régimen comunista. Y también él iba a representar un cambio sustancial en la trayectoria de la Iglesia católica.

Wojtyla sucedía a Juan Pablo I en 1978 tras el brevísimo pontificado de este. El historiador Diarmaid MacCulloch señala que el Vaticano gestionó tan mal la desaparición del papa Luciani que dio pie a numerosas y descabelladas teorías de la conspiración.

La visita que realizó a su país natal en 1979 contribuyó a la formación del sindicato Solidaridad

Wojtyla, “el papa que vino del frío”, como se lo llamó, era un hombre carismático y expansivo, a quien la formación como actor adquirida en su juventud le fue de gran ayuda para convertirse en un líder de masas.

Pesadilla del comunismo

Desde el punto vista ideológico, se distinguía por un apasionado antimarxismo. Eso se tradujo en una activa política a favor de los disidentes en los países del este de Europa. La visita que realizó a su país natal en 1979 contribuyó a la formación del sindicato Solidaridad, que sería decisivo en la lucha contra la dictadura comunista.

Para John Lewis Gaddis, especialista en la historia de la Guerra Fría, no hay duda de que el proceso que culminó con la caída del Muro de Berlín empezó con la llegada de Wojtyla a Varsovia.

Karol Wojtyła (segundo sentado por la izquierda), cuando era un joven sacerdote, con sus estudiantes en Cracovia, 1950.

Dominio público

La Unión Soviética veía en la Iglesia católica a un peligroso enemigo, entre otras razones, por este apoyo a la oposición anticomunista en Polonia. A ojos del Kremlin, una figura como la del sacerdote Jerzy Popieluszko, con su defensa de los derechos humanos, alentaba la confrontación con el gobierno (Popieluszko sería asesinado por agentes del servicio de seguridad polaco en 1984).

Reinstaurar la disciplina

En los inicios del pontificado de Juan Pablo II, el catolicismo mundial se hallaba en plena crisis. El Concilio Vaticano II (1962-65), con sus doctrinas renovadoras, había cuestionado antiguas tradiciones. Para los más conservadores constituía un punto de llegada. Los más progresistas, por el contrario, lo concebían como un punto de partida para realizar cambios aún más profundos.

El huracán posconciliar había provocado una crisis de autoridad. Juan Pablo II se propuso restaurar la disciplina eclesial, amenazada por la proliferación de grupos contestatarios. De ahí que insistiese en un control riguroso de la ortodoxia doctrinal a través la Congregación para la Doctrina de la Fe, una versión moderna de la Inquisición, controlada por la mano derecha del pontífice, Joseph Ratzinger (futuro Benedicto XVI ).

Juan Pablo II reprendió al sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal por sus posiciones revolucionarias

La preocupación por el magisterio eclesiástico llevará a Wojtyla a enfrentarse con teólogos progresistas como el suizo Hans Küng, al que privó de autorización para dar clases, o a vigilar de cerca el radicalismo político de la teología de la liberación.

Es famoso su encontronazo con un miembro de esta tendencia, el sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal, ministro de Cultura del régimen sandinista. En Managua, Cardenal lo recibe arrodillado. El papa le reprende públicamente, molesto con su pertenencia a un gobierno de izquierdas y revolucionario: “Tiene que enderezar su posición en la Iglesia”.

A su juicio, en América Latina estaba desapareciendo la diferencia entre catolicismo y marxismo. Se corría el peligro de que la Iglesia quedara reducida a instancia de reivindicación social, con olvido de sus valores espirituales.

Primera aparición de Wojtyla como Juan Pablo II, en 1978.

Dominio público

Esta fue la inquietud que le manifestó a Henry Kissinger, antiguo secretario de Estado norteamericano, en una entrevista en 1979. Kissinger quedó impresionado por la manera en que Juan Pablo priorizaba la verdad doctrinal, aunque fuera al precio de arriesgar el apoyo de un sector de sus bases.

El éxito del tradicionalismo

El cristianismo progresista había entrado en declive tras su momento de gloria en los sesenta. En cambio, grupos conservadores como el Camino Neocatecumenal o los Legionarios de Cristo se hallaban en alza. A finales de la década de 1990, el sociólogo Peter L. Berger constató que los tradicionalistas se expandían por todas partes. Contra lo que muchos esperaban, las formas de religiosidad con más éxito no eran las más ilustradas, sino las más capaces de ofrecer certezas dogmáticas.

Roma, al menos en apariencia, había hecho suyas las conquistas democráticas. Juan Pablo II no dudó en afirmar que los principios de la Revolución Francesa, libertad, igualdad y fraternidad, eran, en el fondo, ideas cristianas.

Desde la óptica de los cristianos progresistas, con Juan Pablo II se producía una involución en la Iglesia

Esta evolución, sin embargo, distaba de convencer a todo el mundo. Para Manlio Graziano, experto en geopolítica de las religiones, el objetivo final de la Iglesia seguía siendo el mismo: adaptar la sociedad al Evangelio, no el Evangelio a la sociedad.

Moderno y antimoderno

Desde la óptica de los cristianos progresistas, resultaba indudable que con Juan Pablo II había comenzado un período de involución en el mundo católico. Pero seguramente Graziano tiene razón cuando afirma que Wojtyla fue la auténtica encarnación del Concilio, al ser, a la vez, moderno y antimoderno.

Por un lado, pidió perdón en reiteradas ocasiones por los pecados de la Iglesia en el pasado, tanto en su trato injusto a los judíos como por su condena a un científico del renombre de Galileo Galilei . Por otro, beatificó a uno de sus antecesores, Pío IX, famoso por su cruzada reaccionaria contra todo lo que tuviera un tinte liberal.

Juan Pablo II con el presidente estadounidense Ronald Reagan, en 1984.

Dominio público

Todo el mandato de Juan Pablo gira alrededor de gestos más o menos contradictorios. El mismo pontífice que condena los excesos del capitalismo es el que se niega en redondo a considerar la legitimidad de los métodos anticonceptivos en una época marcada por los problemas derivados del crecimiento demográfico y la extensión de una nueva y terrible enfermedad, el sida.

También rechaza con energía el celibato opcional, un tema que ni siquiera puede plantearse, por más que la crisis de vocaciones dejara desatendidos a numerosos fieles. Cuando el cardenal de Sevilla, José María Bueno Monreal, se atrevió a sugerirle una posición más flexible en este tema, Wojtyla lo expulsó de inmediato de su despacho.

Viajes con un fin

El pontificado de Juan Pablo fue el de los grandes viajes apostólicos. Durante su pontificado realizó 104, en los que visitó 129 países. Le llamaron por ello el “el párroco del mundo”. Pablo VI ya se había desplazado a otros países, pero no de una forma tan sistemática.

Cuando murió en el año 2005, un grupo de fieles reclamó su canonización inmediata

Las imágenes de la prensa muestran a un hombre muy capaz de adaptarse a todo tipo de circunstancias y culturas, con lo que se gana la simpatía de sus auditorios. Si en Australia toma en brazos a un canguro, en Alaska lo vemos en el interior de una tienda esquimal. Sus continuos periplos buscan difundir la fe, a la vez que favorecer la integración de los cristianos en el conjunto de la Iglesia.

Durante sus últimos años, Wojtyla, víctima de la enfermedad de Parkinson, tuvo que enfrentarse a un estado de salud cada vez más precario, agravado por las secuelas del atentado sufrido en 1981. Pese a sus pronunciados achaques, insistió en permanecer al frente de la Iglesia.

Para sus críticos, hubiera debido renunciar y dejar paso a un hombre más joven. Él, por el contrario, estaba convencido de que debía resistir porque tenía la obligación de llevar su propia cruz, a imitación de lo que había hecho Jesucristo. Una vez más, su actuación despertaba antipatías enconadas y adhesiones fervientes.

Cuando murió en 2005, un gran grupo de fieles reclamó su canonización inmediata al grito de “Santo subito”. Tendrían que esperar nueve años para que el papa Francisco cumpliera con su deseo.