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El concilio que trajo a la Iglesia al presente y la proyectó al futuro

Grandes discursos del siglo XX

Juan XXIII puso al día la doctrina católica y su relación con la sociedad contemporánea y otras iglesias cristianas en el Vaticano II

Juan XXIII durante la sesión inaugural del Concilio Vaticano II en la Basílica de san Pedro

AP

EL CONTEXTO

“Pronuncio ante sus eminencias temblando de conmoción, pero al mismo tiempo con humilde resolución de propósito, el nombre y la propuesta de la doble celebración de un Sínodo Diocesano para la Urbe y de un Concilio Ecuménico para la Iglesia Universal”. Cuando Juan XXIII se dirigió con estas palabras al Colegio Cardenalicio tras la celebración de la Conversión de san Pablo en la basílica vaticana no habían transcurrido aún tres meses desde su elección como Papa el 28 de octubre de 1958.

Con la misma sorpresa con la que había sido nombrado sucesor de Pío XII en la Cátedra de san Pedro, Angelo Giuseppe Roncalli daba un giro de timón a la Iglesia católica convocando el Concilio Vaticano II e invalidando la consideración de pontífice de transición que le había atribuido la prensa por lo que entonces se consideró una avanzada edad (estaba a punto de cumplir los 77 años).

La Iglesia, en aquel momento, estaba instalada en el debate teológico, doctrinal y pastoral que había dejado abierto el Concilio Vaticano I, convocado por Pío IX en 1869 y suspendido abruptamente menos de un año después de su inicio por el estallido de la guerra franco-prusiana y la ocupación de los Estados Pontificios. La reacción al modernismo planteada en aquel concilio, reforzada durante el Pontificado de Pío X (1903-1914) contrastaba con las corrientes teológicas que cuestionaban el literalismo bíblico y las prácticas de una Iglesia urbana y misionera que habían abierto la puerta a los movimientos laicos.

Portada de La Vanguardia del 2 de junio de 1963 , dedicada a Juan XXIII y al Concilio Vaticano II

Juan XXII respondió a ese aggiornamento o puesta al día que exigían diversos sectores de la propia Iglesia, que aún oficiaba la misa en latín, con los retos de “promover el desarrollo de la fe católica, renovar la vida cristiana de los fieles, adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de los nuevos tiempos y lograr la mejor interrelación con las demás religiones, principalmente las orientales”, en un novedoso llamamiento al ecumenismo.

Tras más de tres años de preparativos para el que ha sido el mayor concilio eclesiástico, el Pontífice inauguró el Concilio el 11 de octubre de 1962 con este Gaudet Mater Ecclesia que aparece ligeramente extractado bajo estas líneas y donde apunta todas las líneas de trabajo de las sesiones. El concilio reunió a 2.450 obispos, así como a superiores generales de las grandes congregaciones católicas, expertos y teólogos invitados por el propio pontífice y representantes de otras Iglesias cristianas.

Juan XXII no pudo cerrar el concilio ni promulgar ninguna de sus resoluciones al fallecer repentinamente el 3 de junio de 1963, cuando aún se celebraba su primera etapa. Su sucesor, Pablo VI, presidió las tres restantes hasta su clausura el 8 de diciembre de 1965. En cualquier caso, el Vaticano II siguió tanto el guión como el espíritu trazado por Roncalli, situó a la Iglesia en el presente y la reforzó ante un mundo en transformación.

Así informó La Vanguardia sobre la inauguración del Concilio Vaticano II (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7) (y 8)

EL DISCURSO

“La sucesión de los diversos Concilios celebrados hasta ahora atestiguan claramente la vitalidad de la Iglesia católica y señalan los puntos luminosos de su historia. El gesto del más reciente y humilde sucesor de San Pedro, que os habla, al convocar esta solemnísima asamblea tiene la finalidad de afirmar una vez más la continuidad del magisterio eclesiástico para presentarlo, de una forma excepcional, a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias y las oportunidades de la edad moderna.

”Mas, junto a estos motivos de júbilo espiritual, es cierto, sin embargo, que sobre esta historia se extiende, a través de más de diecinueve siglos, una nube de tristezas y de pruebas. Por algo el anciano Simeón dijo a María, Madre de Jesús: “Este Niño está puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, y como señal de contradicción”. Y el mismo Jesús, ya adulto, fijó bien claramente la postura sucesiva del mundo con respecto a su persona a lo largo de los siglo en aquellas misteriosas palabras: “Quien a vosotros escucha a mí me escucha”. Y con aquellas otras: “Quien no está conmigo está contra mí y quien no recoge conmigo desparrama”. El gran problema planteado al mundo queda en pie tras casi dos mil años. Cristo, radiante siempre en el centro de la historia y de la vida.

”Los hombres o están con él, y con su Iglesia, y en tal caso gozan de la luz de la bondad, del orden y de la paz, o bien están sin él, y deliberadamente contra su Iglesia con la consiguiente confusión y aspereza en las relaciones humanas y con persistentes peligros de guerras fratricidas.

Hay además otro argumento que es útil proponer a vuestra consideración. En el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral llegan a veces a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de almas que carecen del sentido de la discreción y de la medida. Tales son quienes, en los tiempos modernos, no ven otra cosa que prevaricación y ruina.

Llegan a veces a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de almas que carecen del sentido de la discreción y de la medida y en los tiempos modernos no ven otra cosa que prevaricación y ruina”

Juan XXIII

”Van diciendo que nuestra edad, en comparación con las pasadas, ha empeorado, y, así, se comportan como quienes nada tienen que aprender de la historia, la cual sigue siendo maestra de la vida y como si en los tiempos de los precedentes Concilios Ecuménicos todo procediese próspera y rectamente en torno a la doctrina y a la moral cristiana, así como a la justa libertad de la Iglesia. Mas nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos, como si fuese inminente el fin de los tiempos.

”En el presente orden de cosas, en el cual parece apreciarse un nuevo orden de relaciones humanas, es preciso reconocer los arcanos designios de la Providencia Divina que, al través –muchas veces sin que ellos lo esperen– se llevan a término, haciendo que todo, incluso las adversidades humanas, reducen en bien para la Iglesia. Fácil es apreciar esta realidad si se considera atentamente el mundo moderno, ocupado en la política y en controversias de orden económico hasta el punto de no encontrar ya tiempo para preocupaciones de orden espiritual que son las que pertenecen al sagrado ministerio de la Iglesia. Tal modo de obrar no es recto y es, por tanto, justo desaprobarlo.

”Con todo, no se puede negar que estas nuevas condiciones impuestas por la vida moderna tienen al menos una ventaja: la de haber hecho que desaparezcan los innumerables obstáculos que en otros tiempos impedían el libre obrar de los hijos de la Iglesia.

”Lo que principalmente atañe al Concilio Ecuménico es esto, que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz.Tal doctrina comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo, el cual –como peregrino que es sobre esta tierra– le enseña que debe aspirar al cielo. Esto demuestra que se debe ordenar nuestra vida mortal de modo que, cumpliendo nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo, consigamos el fin establecido por Dios. Lo cual quiere decir que todos los hombres, particularmente considerados o reunidos socialmente, tienen el deber de tender sin treguas, durante toda su vida, a conseguir los bienes celestiales y a usar, llevados de este solo fin, los bienes terrenos sin que el empleo de los mismo comprometa la felicidad eterna.

Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos , como si fuese inminente el fin de los tiempos”

Juan XXIII

”Ha dicho el Señor: ‘Buscad primero el reino de Dios y su justicia’. Estas palabras, primero, expresan la dirección hacia la que deben moverse nuestros pensamientos y nuestras fuerzas, pero no han de olvidarse las otras palabras de este precepto del Señor: “Y todo lo demás se os dará por añadidura”.

”En realidad, hubo siempre en la Iglesia, y hay todavía, quienes buscando con todas sus energías la práctica de la perfección evangélica rinden una gran utilidad a la sociedad. Pero, a fin de que esta doctrina alcance a los múltiples campos de la actividad humana, referentes al individuo, a la familia, a la sociedad, es necesario, ante todo, que la Iglesia no se separe del patrimonio sagrado de la verdad, recibido de los padres, pero, al mismo tiempo, tiene que mirar al presente, considerando las nuevas condiciones y formas de vida introducida en el mundo moderno, que han abierto nuevas rutas al apostolado católico. Por esta razón la Iglesia no ha asistido inerte al progreso admirable de los descubrimientos del ingenio humano y ha sabido estimarlos debidamente. Mas, aun siguiendo estos desarrollos, no deja de advertir a los hombres para que, por encima de las cosas visibles, vuelvan sus ojos a Dios; fuente de toda sabiduría y de toda belleza y no olviden ellos, a quienes se dijo: ‘Sujetad la Tierra y dominadla’.

”Después de esto está claro lo que se espera del Concilio por cuanto a la doctrina se refiere. Es decir, el Concilio Ecuménico, que se servirá del eficaz e importante auxilio de aquellos que sobresalen por su ciencia en las disciplinas sagradas, por su experiencia en el apostolado y en la organización, quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones, la doctrina que durante veinte siglos se ha convertido en patrimonio común de los hombres. Patrimonio que aunque no haya recibido gratamente por todos, constituye una riqueza para todos los hombres de buena voluntad. Nuestro deber no es sólo custodiar este tesoro precioso como si únicamente nos ocupásemos de la antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temores, a la labor que exige nuestro tiempo, prosiguiendo el camino que la Iglesia recorre desde hace veinte siglos.

Las nuevas condiciones impuestas por la vida moderna tienen una ventaja : la de haber hecho que desaparezcan los obstáculos que en otros tiempos impedían el libre obrar de los hijos de la Iglesia”

Juan XXIII

”Ni la tarea principal del Concilio va a estar en discutir uno u otro artículo de la doctrina fundamental de la Iglesia. Para esto no era necesario un Concilio. Sin embargo, de la adhesión renovada, serena y tranquila a todas las enseñanzas de la Iglesia en su integridad y precisión, como todavía aparecen en las actas conciliares de Trento y del Vaticano y, sobre todo, el espíritu cristiano, católico y apostólico de todos espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que estén en correspondencia más perfecta con la fidelidad de la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola en conformidad con los métodos de la investigación y con la expresión literaria que exigen los tiempos actuales.

”Una cosa es la sustancia del depositum fidei, es decir, de las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y otra la manera cómo se expresa, y de ello ha de tenerse gran cuenta –con paciencia si fuese necesario– ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.

”Al iniciarse el Concilio Ecuménico Vaticano II, es evidente como nunca que la verdad del Señor permanece siempre.Vemos, en efecto, que las opiniones de los hombres se suceden excluyéndose mutuamente y que los errores se desvanecen como la niebla ante el sol. Siempre se opuso la Iglesia a estos errores, frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestros tiempos, sin embargo, la esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos.

La Iglesia tiene que mirar al presente, considerando las nuevas condiciones y formas de vida introducida en el mundo moderno, que han abierto nuevas rutas al apostolado católico”

Juan XXIII

”No es que falten doctrinas falaces, opiniones, conceptos peligrosos que hay que prevenir y disipar, pero ellos están así en evidente contraste con la recta norma de la honestidad y han dado frutos tan perniciosos que ya los hombres, por sí solos, hoy día parece que están por condenarlos, y, en especial, aquellos de la técnica dominadora o del bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida. Lo que más cuenta es que la experiencia les ha enseñado que la violencia causada a otros, el poder de las armas, el predominio político nada sirven para una feliz solución de los graves problemas que los afligen.

”Estando así las cosas, la Iglesia católica, al elevar la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos benigna para con los hijos separados de ella. La Iglesia, pues, no ofrece riquezas caducas a los hombres de hoy, no promete una felicidad sólo terrena, sino que los hace participantes de los bienes de la gracia divina, que elevando a los hombres a la dignidad de hijos de Dios, constituye una poderosísima tutela y ayuda para una vida más humana, abre las fuentes de su doctrina vivificadora, que permita a los hombres iluminados por la luz de Cristo el comprender aquello que son realmente su excelsa dignidad, su fin.

Nuestro deber no es sólo custodiar este tesoro precioso como si únicamente nos ocupásemos de la antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temores, a la labor que exige nuestro tiempo ”

Juan XXIII

”Ella, finalmente, por medio de sus hijos, extiende por doquier la amplitud de la caridad cristiana, que más que ninguna otra cosa contribuye a extirpar las semillas de las discordias y con mayor eficacia que con cualquier otro medio fomenta la concordia, la justa paz y la unión fraternal de todos.

”La solicitud de la Iglesia en promover y defender la verdad deriva del hecho de que, según el designio de Dios, ‘el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad’, no pueden los hombres, sin la ayuda de toda la doctrina revelada, conseguir una completa y firme unidad de ánimos a la que está ligada la verdadera paz y la salvación eterna. Desgraciadamente, la familia cristiana no ha conseguido plenamente esta visible unidad en la verdad.

”La Iglesia católica estima, por lo tanto, como un deber suyo el trabajar denodadamente a fin de que se realice el gran misterio de aquella unidad que Jesucristo ha invocado con ardiente plegaria del Padre Celestial en la inminencia de su sacrificio. Y, finalmente, la unidad en la estima y en el respeto hacia la Iglesia católica de parte de quienes todavía siguen religiones no cristianas. A este propósito es motivo de dolor considerar que la mayor parte del género humano –a pesar de que todos los hombres han sido redimidos por la sangre de Cristo– no participa aún de esas fuentes de gracia divina que se hallan en la Iglesia.

En nuestros tiempos, la Iglesia prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos”

Juan XXIII

”Venerables hermanos: esto es lo que se propone el Concilio Ecuménico Vaticano II, el cual prepara y consolida ese camino hacia la unidad del género humano que constituye el fundamento necesario para que la ciudad terrenal se organice a semejanza de la ciudad celeste, “en la que reina la verdad, dicta ley la caridad y cuyas fronteras son la eternidad”.

”Ahora, ‘nuestra voz se dirige a vosotros’. Venerables hermanos en el episcopado: henos aquí juntos, reunidos en esta basílica vaticana, en torno a la cual gira ahora la historia de la Iglesia, donde el cielo y la tierra se unen en estos momentos estrechamente, aquí, junto al sepulcro de Pedro, junto a tantas tumbas de nuestros santos predecesores, cuyas cenizas parecen alborozarse en esta hora solemne con un estremecimiento arcano. El Concilio que comienza aparece en la Iglesia como un día prometedor de luz resplandeciente. Todo esto pide de vosotros serenidad de ánimo, concordia fraternal, moderación en los proyectos, dignidad en las discusiones y sabidurías en las deliberaciones.

”Quiera el Cielo que vuestros esfuerzos y vuestros trabajos satisfagan abundantemente las aspiraciones comunes”.

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