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Gustav Krupp y el acero de los nazis

Tercer Reich

Se cumplen 70 años de la muerte de Gustav Krupp, el poderoso empresario del acero que se alió con Hitler y fue acusado en Núremberg de prácticas esclavistas

Gustav Krupp recibe de manos de Adolf Hitler la medalla de oro del partido nazi en 1940.

Dominio público

El miembro más famoso de la familia Krupp no era un Krupp. Gustav se apellidaba Von Bohlen und Halbach, y provenía de una familia de comerciantes germano-estadounidenses que habían ennoblecido su apellido a través de varios matrimonios. Gustav nació en 1870 en La Haya, donde su padre trabajaba como diplomático.

Él mismo hizo carrera en la diplomacia hasta que en 1906 se casó con Bertha Krupp, la heredera de la compañía siderúrgica Krupp AG, el mayor imperio industrial de Europa. Bertha sucedió a su padre, Friedrich Alfred Krupp, tras la repentina muerte de este en 1902 (oficialmente de apoplejía, aunque es posible que se suicidara tras ser acusado en la prensa de mantener relaciones homosexuales con menores).

Como era impensable que una mujer estuviera al frente de la empresa, se le buscó un marido. Por mediación del káiser Guillermo II, amigo personal de la familia (los Krupp tenían incluso habitaciones reservadas para el emperador en su palaciega villa Hügel), se eligió a Gustav, una figura habitual en la corte, quien no tuvo reparos en anteponer el apellido Krupp al suyo.

Para hacer frente a los encargos tuvo que doblar la plantilla hasta los casi cien mil trabajadores

Gustav Krupp, un hombre estricto, pragmático y con una obsesiva fijación por la puntualidad (se dice que, durante las comidas que presidía, quienes se demoraban en el primer plato recibían media ración del segundo para evitar un nuevo retraso), se puso al frente de una enorme compañía en la que trabajaban 46.000 obreros.

De sus fábricas de Essen, en la cuenca del Ruhr, salía el acero para el ferrocarril que se estaba extendiendo por todo el país, los cañones que doblegaron al ejército francés en la guerra franco-prusiana (1870-71) o los submarinos que harían mundialmente célebre a la marina alemana.

El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 significó un enorme impulso para la empresa. Krupp se convirtió en el principal proveedor de armas pesadas del Imperio y de gran parte de sus aliados. Para hacer frente a estos encargos, tuvo que doblar la plantilla hasta alcanzar casi los cien mil trabajadores, prácticamente la totalidad de la mano de obra residente en la ciudad.

El joven Gustav Krupp (a la izquierda) en el año 1900.

o.Ang. / Bundesarchiv

Entre sus creaciones más destacadas figura el gigantesco “Cañón de París”, que se utilizó para bombardear la capital francesa desde una distancia, increíble para la época, de 120 kilómetros (los parisinos pensaban que estaban siendo bombardeados por algún dirigible); y el “Dicke Bertha” (“gran” o “gorda Berta”), un devastador obús de 43 toneladas, bautizado así en honor (fácilmente malinterpretable) de Bertha Krupp.

A pesar de esos avances, Alemania perdió la guerra. El Imperio cayó, y la compañía sufrió las consecuencias de la derrota. La prohibición de fabricar armamento impuesta a Alemania en el Tratado de Versalles (1919) obligó a Gustav a reestructurar la empresa. Krupp redujo su plantilla y diversificó su producción: maquinaria agrícola, locomotoras, camiones, bienes de consumo...

Sin embargo, a pesar de las restricciones, la empresa no dejó de fabricar armas. En complicidad con el gobierno de la República de Weimar, Krupp trasladó en secreto una parte de su producción armamentística. A través de empresas subsidiarias, fabricó material de guerra en países que se habían mantenido neutrales, como Holanda o Suecia. Un rearme encubierto que luego aprovecharía Hitler cuando alcanzó el poder en 1933.

Nazi por conveniencia

“Ágil como un galgo, resistente como el cuero y duro como el acero de Krupp”. Así quería Hitler que fuera la nueva juventud alemana. El líder del partido nazi admiraba al gigante de la siderurgia: su política social paternalista, la virilidad que representaba el obrero de la industria pesada, su potencial como fabricante de armas... Sin embargo, esa admiración no era mutua.

Como monárquico declarado y rico industrial, Gustav despreciaba a Adolf Hitler

Como monárquico declarado y rico industrial, Gustav despreciaba al futuro canciller. Rechazaba su origen proletario, su retórica antiburguesa y su defensa de una economía subordinada a la política. No tardaría en cambiar de opinión. Cuando Hitler llegó al poder, no dudó en tenderle la mano. El 20 de febrero de 1933, Krupp, junto a una veintena de empresarios, se reunió con el recién elegido canciller (reunión recreada magníficamente en la novela de Éric Vuillard El orden del día).

Hitler les ofreció un trato: a cambio de que le financiaran la campaña electoral para las próximas elecciones, este se comprometía a suprimir los sindicatos, neutralizar la amenaza comunista y acabar con el sistema parlamentario en Alemania. Además, insinuó sus planes expansionistas y los beneficios que reportarían. La mayoría estuvo de acuerdo.

Krupp, que en esos momentos era el presidente de la Asociación de Industriales Alemanes, fue el más generoso: donó un millón de marcos a la causa. Hitler no lo olvidaría. El 5 de marzo de 1933, el canciller ganó las elecciones y, tras eliminar a sus adversarios políticos, se hizo con poderes dictatoriales. Una de las primeras medidas que tomó fue poner en marcha un ambicioso programa de rearme. Y para ello, acudió a Krupp.

Factoría de armamento de Krupp, donde se fabricaba artillería para el ejército y armada alemanes (1915).

Dominio público

Gustav, como la mayoría de la élite industrial alemana, esperaba la restitución de la monarquía. Aun así, ya sea por lealtad a su país, como indican sus biógrafos más benevolentes, o por simple interés crematístico, como denuncian sus detractores, las acerías de Krupp empezaron a trabajar a toda potencia para rearmar a Alemania.

Además, como presidente de la patronal, Gustav dirigió la expulsión de los empresarios judíos de los puestos representativos del comercio y la industria. También fue nombrado presidente del Adolf Hitler Spende, un fondo destinado a la cuenta personal del Führer donado por los empresarios alemanes.

En 1940, un año después de comenzar la Segunda Guerra Mundial, Krupp se afilió al partido nazi. Recibió la medalla de oro del NSDAP de manos del propio Hitler. Durante la contienda, Gustav se benefició de la política expansionista y racista del Führer. La compañía construyó fábricas en países ocupados por Alemania, incluyendo una filial en el campo de concentración de Auschwitz, y utilizó mano de obra esclava.

Se calcula que unos cien mil prisioneros realizaron trabajos forzados en las plantas de Krupp, la mayoría presos soviéticos. De ellos, unos setenta mil murieron como resultado de las deplorables condiciones de vida en las que se encontraban. Una de esas fábricas concentracionarias fue bautizada con el nombre de Berthawerk, en homenaje, nuevamente, a la matriarca de los Krupp.

En la actualidad, la compañía Krupp sigue existiendo, aunque desligada de la familia

En 1941, Gustav sufrió un derrame cerebral que lo dejó parcialmente paralizado. Cada vez más deteriorado, en 1943 cedió oficialmente la dirección de la compañía a su primogénito, Alfried Krupp. Al finalizar la contienda, Gustav fue capturado junto a su hijo para ser juzgado en Núremberg.

Debido a su estado de salud, no fue procesado. Sí lo fue Alfried, que fue condenado a doce años de prisión y la confiscación de todos sus bienes por el saqueo de los territorios ocupados y la utilización de mano de obra esclava. Finalmente, solo cumplió tres. Estados Unidos, que necesitaba nuevos aliados para la Guerra Fría, le amnistió en 1951 y le devolvió gran parte de sus bienes.

Recepción de grandes empresarios alemanes durante un concierto benéfico. En primer plano, sentado, con Hitler detrás, Gustav Krupp.

ullstein bild Dtl. / Getty

Pero Alfried no fue el único miembro de la familia que sufrió las consecuencias de la derrota. Dos de los ochos hijos del matrimonio Krupp, Claus y Eckbert, murieron en la guerra, y un tercero, Harald, pasó diez años prisionero en la Unión Soviética. Gustav no llegó a verlo regresar. El patriarca murió en 1950 en su residencia de Werfen (Austria).

En la actualidad, la compañía Krupp sigue existiendo, aunque desligada de la familia (a la muerte de Alfried, la propiedad se transfirió a una fundación que lleva su nombre). ThyssenKrupp, como se denomina desde 1999, cuando Krupp se fundió con Thyssen AG, continúa con su sede en Essen y sigue siendo uno de los fabricantes de acero más importantes del mundo.

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