Lola Montez, la irlandesa que triunfó como española
En femenino
Se dio a conocer como bailarina, y la ambición la convirtió en amante de un rey, pero su carácter tiránico acabó truncando el éxito.
La danza fue su arma de seducción. Gracias a ella y a su aire de femme fatale, la bailarina y cortesana Lola Montez (1821-61) hizo enloquecer a hombres de todo el mundo. En su nómina de amantes figuraron desde el compositor Franz Liszt y el escritor Alejandro Dumas padre hasta el mismísimo Luis I de Baviera.
Triunfó como “Lola Montez, la bailarina española”, aunque su verdadero nombre era Elizabeth Rosanna Gilbert y había nacido en la localidad irlandesa de Grange.
De anglosajona a latina
Elisabeth pasó parte de su infancia en Calcuta, donde su padre había sido destinado como oficial. Al morir este de cólera poco después, fue enviada a Escocia. Los familiares que la tutelaron tuvieron que lidiar con una niña rebelde, altiva y temperamental.
Sus enormes ojos azulados y labios escarlata contrastaban con su pelo negro y con su piel oscura
De ahí que no resulte extraño que, cuando su madre le programó un matrimonio de conveniencia con un juez mayor que ella, la joven, de 16 años, aceptara la improvisada pedida de mano de un amigo de la familia, el teniente Thomas James, para huir de la situación. Ambos se fugaron a India, pero la unión apenas duró cinco años: a la intrépida Elisabeth le aburría la vida conyugal.
Abandonó a su marido y, tras cometer adulterio con un capitán, marchó a Londres. Allí se formó como bailarina y no tardó en adoptar una nueva identidad: María Dolores de Porris y Montez, o Lola Montez.
De gran belleza, sus enormes ojos azulados y labios escarlata contrastaban con su pelo negro azabache y con su piel oscura, que le otorgaban un aire exótico muy alejado de los patrones británicos. Aunque carecía de una gran voz y de talento real para la danza, sus acaudalados admiradores le abrieron las puertas de los principales teatros de la época.
Su aclamado baile de la tarántula tenía mucho más de furor sensual que de calidad artística. En él, Montez se iba desnudando mientras simulaba que una araña escondida entre su ropa quería picarla. Su debut en el prestigioso Covent Garden de Londres fue todo un escándalo: un espectador descubrió en público que era la esposa divorciada de un teniente, ella le insultó y bajó del escenario iracunda.
Luchadora nata, no se rindió y probó suerte en Europa. Al cabo de dos años protagonizó otro alboroto al actuar sin maillot en un escenario parisino. En esta ciudad se relacionó con Liszt, Dumas y un periodista, Alexandre Henri Dujarier, cuya muerte en un duelo la afectó enormemente. Desconsolada, marchó a Alemania.
Amante de un rey
Allí dio la campanada al conquistar a Luis I de Baviera. El monarca quedó hechizado con su baile. De inmediato, Lola obtuvo un contrato para actuar en el mejor teatro de Múnich y se convirtió en la amante del rey. Este le construyó un palacio e incluso le otorgó un título nobiliario, el de condesa de Landsfeld.
Lola comenzó a abusar de su situación privilegiada (y del látigo que, según se dice, llevaba consigo). Su despotismo hizo que se ganara varios enemigos en la corte, además de empeorar la inquietud estudiantil del momento, al persuadir al monarca de clausurar la universidad.
Su relación con el soberano y su intromisión en la política del país fueron dos de los detonantes que, sumados a la oleada revolucionaria de 1848, llevaron a Luis I a abdicar en su hijo Maximiliano II.
Vivir en el ostracismo
Tras lo ocurrido en la corte, fue expulsada del país y se le vetó en la alta sociedad. En poco tiempo se sucederían dos fugaces matrimonios. El primero con George Heald, un rico oficial inglés del que se divorció a los dos años. Y el siguiente con Patrick Hull, un periodista con el que se estableció en un pueblo minero de California.
Lola se había embarcado a EE.UU. atraída por el dinamismo que generaba la fiebre del oro. Pero prosperar en aquel lugar no era tan sencillo. Se vio obligada a vivir de su pasado interpretando el espectáculo Lola Montez en Baviera.
Tras su tercer fracaso matrimonial decidió transformar su casa de Grass Valley en un saloon de lujo, e, incansable, fundó su propia compañía de teatro. De la mano de su nuevo amante, el actor Noel Follin, viajó a Australia. Pero su baile de la tarántula no gustó a la conservadora sociedad australiana, y tuvo que regresar a Nueva York sin haber cumplido sus expectativas de éxito.
Sola y sin fortuna, murió a los 39 años a causa de una neumonía. La excéntrica y ambiciosa Lola Montez no logró retener un influjo que había arrastrado a poderosos hombres durante dos décadas.
Este artículo se publicó en el número 545 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.