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Josephine Baker, la bailarina que luchó contra el racismo en los años veinte

'Vénus noire'

Josephine Baker fue la primera superestrella mundial de raza negra, espió para la Resistencia francesa y compartió estrado con Luther King en Washington

Josephine Baker bailando Charleston en 1926.

La actriz Josephine Baker portada

El 15 de abril de 1975, cerca de veinte mil personas se agolparon en las calles de París para despedir a Josephine Baker. Ese día, la estrella, para muchos “la Venus negra”, recibió un funeral con honores militares en la iglesia de La Madeleine. Por primera vez se homenajeaba así a una ciudadana francesa de origen estadounidense (la actriz adquirió la nacionalidad gala con su tercer enlace, con el empresario Jean Lion).

No en vano, Baker era, además de una gloria del teatro, un icono político. Desde muy pequeña tuvo claro que no renunciaría a sus sueños. Paradójicamente, su madre, una lavandera llamada Carrie McDonald, tuvo que olvidarse del suyo, ser bailarina, poco después de alumbrarla en un tugurio de Saint Louis, en Misuri. El padre, el batería Eddie Carson, la dejó plantada. Con solo ocho años, y con tres hermanos pequeños (fruto del matrimonio de su madre con Arthur Martin, un desempleado crónico), empezó a trabajar como sirvienta para blancos adinerados.

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Su primera jefa, la Sra. Keiser, sumergió las manos de Josephine en agua hirviendo como castigo por usar demasiada lejía en la colada. La segunda, la Sra. Mason, la despidió al observar que su marido la miraba con demasiado interés. En su casa le esperaba más trabajo duro, miseria y el temor a ser expulsada en cualquier momento.

Furor en París

Tenía once años cuando su ciudad natal sufrió unos disturbios que ella siempre recordaría: un grupo de blancos entró en el gueto negro y devastó todo lo que encontró a su paso. Murieron 39 personas y un millar quedaron sin hogar. Sin mucho que la atara, a los trece se marchó de casa. No tardó en anunciar que se casaba con un tal Willie Wells –el matrimonio solo duraría unos meses–, ni en unirse al grupo de músicos callejeros Jones Family Band y a la banda femenina The Dixie Steppers.

Josephine Baker luciendo el traje de bananas en el Folies Bergère.

TERCEROS

La música y el talento para bailar estaban en sus genes, y el trabajo duro no le asustaba. De asistente de camerino ascendió a corista, y pisó por vez primera un escenario. Se casó y se divorció de nuevo, pero de su segundo marido, Willie Baker, conservó el apellido. Luego mintió sobre su edad para hacerse con un papel en Shuffle Along. Aquel musical, el primero que llevó a los negros a Broadway, en 1921, le sirvió de escaparate.

La Baker consiguió un contrato para actuar en París. Su sensual Danse sauvage de la Revue Nègre, donde bailaba prácticamente desnuda, causó furor en el Théâtre de Champs Elysées, en 1925. Un año después debutó como estrella del Folies Bergère vestida con su famosa falda de plátanos y con el torso al descubierto. 

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Mientras en Francia su danza deslumbraba como el summum del exotismo, en otros países europeos que visitó de gira, de 1928 a 1929, era directamente un escándalo. En Alemania, además, Hitler acababa de publicar Mein Kampf, en el que calificaba a los negros de “semimonos”. Baker tomó conciencia de la amenaza del nazismo.

Baker adoptó a doce niños de distintas razas y religiones para demostrar que la fraternidad era posible.

TERCEROS

Cruzada contra el racismo

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Venus colaboró con la Resistencia. A las órdenes de los servicios de inteligencia del gobierno de la Francia Libre, recabó información vital, ya fuera guardando mensajes en su ropa interior o camuflándolos con tinta invisible en sus partituras. Acabado el conflicto, Charles de Gaulle la condecoró con la medalla de la Resistencia, que Baker luciría durante la Marcha de Washington, y la nombró Caballero de la Legión de Honor.

La artista inició una cruzada por los derechos civiles que la llevó a incluir en sus contratos una cláusula de no discriminación, por la que no actuaría en locales que vetaran la entrada a los negros. Además, junto a su cuarto marido, el director de orquesta Joseph Bouillon, adoptó a doce niños de distintas nacionalidades y religiones. Con su “tribu del arco iris” –así la llamó– quiso demostrar que la fraternidad internacional era posible. 

Baker siempre invirtió en exceso en proyectos utópicos como este y acabó arruinada. Sin embargo, su legado ideológico es indudable.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 567 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

Este artículo se publicó en La Vanguardia el 7 de noviembre de 2019